Publicado en: El Nacional
Hasta enero de este año el régimen cubano pensaba que Donald Trump sería reelecto en noviembre. Estaba resignado y buscaba alternativas para salvarse, simulando una apertura que, realmente, no existía. Hoy sus analistas le informan que Joe Biden tiene una clara posibilidad de ganar debido al horror del covid-19. Según Fox News, en una encuesta celebrada a finales de abril en Florida, Michigan y Pennsylvania, tres estados clave, los demócratas ganarían cómodamente.
En diciembre de 2015, Cuba había logrado reestructurar su deuda con 14 países de los 20 que componen el Club de París. Pero los 400 millones de dólares anuales que asumió a partir de 2015, y que a duras penas pagó hasta 2018, era una cifra excesiva para el raquítico modelo productivo cubano. A partir de ese año, sin declararlo expresamente, la isla entró en default, y Japón, Francia y España se quedaron sin cobrar y comenzó a funcionar el temible 9% con que se gravaba el capital y los intereses no abonados.
El problema no es el monto de la deuda, sino el capitalismo militar de Estado que se inventó Fidel Castro cuando desapareció la Unión Soviética. Eso solo les sirve a los militares que están a cargo del engendro. ¿Cuántos son? Menos de 300 familias, y muchas tienen a sus hijos en el extranjero. Pero la población cubana es de 11 millones de sobrevivientes (no me atrevo a escribir “habitantes”) y sueña con escapar de ese manicomio.
¿Por qué el régimen cubano se empeña en sostener y exportar ese improductivo adefesio? Ya destruyó la economía de Venezuela, uno de los países potencialmente más ricos del planeta, y ni siquiera el régimen cubano fue capaz de atesorar ciertos recursos. Las noticias son extraordinariamente malas: el abastecimiento, el turismo, las remesas. Todos menguan.
¿Por qué no admite, como Deng Xiaoping en 1978, o Mijail Gorbachov en 1991, que el colectivismo no conduce a la igualdad, sino al hambre? ¿Por qué no cancela la estupidez de que el Partido Comunista sea la única fuerza rectora de la sociedad, como sucedió en el Bloque del Este, sin que ninguno de esos países, pudiendo hacerlo, haya regresado a la pesadilla del comunismo?
Incluso, ¿por qué se empeña en alquilar la mano de obra esclava y no les permite a los cubanos opinar sobre sus propios asuntos, poseer negocios, importar y exportar directamente, y crear riquezas espontáneamente, aunque muchos se equivoquen y pierdan dinero?
Si a los 800.000 universitarios cubanos, y a la multitud de emprendedores que existen en esa sociedad, incluidos los exiliados se les quitara la rienda que los ata, en el curso de una generación Cuba estaría a la cabeza de América Latina. Es cierto que surgirán diferencias sociales, pero esa es una excusa para mantener el poder en las mismas manos década tras década.
Raúl Castro, Díaz-Canel y el resto de la camarilla prefieren que los mantenga el resto del planeta, y preparan a sus agentes de influencia para modificar la política cubana de Washington tras el hipotético triunfo de Biden. Eso sucederá hasta el día en que los gobiernos del mundo entero se pregunten por qué sus trabajadores tienen que laborar tan duramente para sostener a un régimen cuya cúpula insiste en mantener un modelo improductivo que lleva más de 60 años de fracasos continuados
¿Qué pretenden? Son, fundamentalmente, seis objetivos:
Primero, el levantamiento total de las prohibiciones de comercio para poder comprar y no pagar. Ahora tienen que pagar cash por el pollo, los cereales o los equipos médicos que importan de Estados Unidos, dado que ni las medicinas ni los alimentos están sujetos a restricciones por medio del embargo. Son decenas de millones de dólares.
Segundo, eliminar el Título III de la Ley Helms-Burton, supuestamente por la “extraterritorialidad” de ese fragmento de la legislación.
Tercero, restablecer los acuerdos firmados entre Raúl Castro y Barack Obama, pese al incumplimiento de La Habana, que perdió una oportunidad dorada de iniciar la transición.
Cuarto, eliminar las prohibiciones de viajar a Cuba a los turistas norteamericanos y las limitaciones de las remesas impuestas a los cuban-americans.
Quinto, cancelar las facultades de la OFAC para perseguir a los delincuentes que maltratan a los cubanos o se enriquecen con los bienes ajenos.
Sexto, la devolución de la base naval de Guantánamo para destruirla, como han hecho con el resto del país. Aunque es el más vistoso de los objetivos, no tiene importancia real.
En rigor, Joe Biden, que es un centrista (se autocalifica como Third Way), y no tiene una pizca de castrista o de ingenuo, pero sentirá la presión de los agentes de influencia de La Habana que ya se están moviendo hacia sus objetivos, comenzando por Patrick Leahy, veterano senador de Vermont. (Este legislador se involucró tanto con el régimen que hasta se prestó a llevar el semen de un espía cubano a Panamá para la fecundación in vitro de su esposa).
Afortunadamente, el Departamento de Estado le acaba de brindar a Biden una salida a estas presiones. Cuba fue incluida en una breve lista de las naciones que no cooperan con la lucha contra el narcoterrorismo, dado su evidente apoyo a Nicolás Maduro. Comparte esa deshonrosa nómina con Venezuela, Irán, Corea del Norte y Siria. Todo lo que Biden tiene que hacer es admitir que Trump o Pompeo no todo lo han hecho mal, y mantener vigentes las medidas contra esos cinco Estados, hasta que el Departamento de Estado certifique que esos países se comportan de acuerdo con la decencia que se espera de todas las naciones civilizadas.
Incluso, puede crear un comité que supervise el proceso de certificación dirigido, por ejemplo, por su colega demócrata Bob Menéndez, un verdadero experto en el tema, ex presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, quien goza de la total confianza de las comunidades latinoamericanas en Florida. Eso, sin duda, le garantizará el éxito en el Estado.