Publicado en: El Universal
Romeo esperaba ansiosamente a Julieta con la complicidad de fray Lorenzo, y esas horas eternas parecían no transcurrir, pero no se aburría en absoluto. Su mente estaba depositada en el futuro encuentro y el lapso que lo separaba de ella era angustia, pero no tedio. Nadie se hastía en el purgatorio, que se distingue del infierno en que es sufrimiento con esperanza. Cuando llegaba Julieta, un siglo de su compañía era para él como si hubiera sido un instante, y menos se aburría.
Juana de Arco en la pira, percibe que un segundo es eterno, pero no tedioso, y abjura. El sujeto no presta atención al tiempo en el tráfago de actividades o la intensidad del placer o el dolor que absorben su atención. Para quien espera algo ansiosamente, el tiempo es solo el nombre de esa espera, igual que para quien vive un padecimiento fuerte. El condenado a muerte no aguarda la fecha fatal con fastidio.
Al contrario, quien no tiene expectativa, ni sueña nada para mañana, ni le aguarda algo satisfactorio, un día va detrás de otro, la existencia misma es un hastío, una faena interminable e inerte. Escribe Neruda “pasan días iguales persiguiéndose… día que has sido niño, inútil /que naciste desnudo/las leguas de tu marcha caminan sobre tus doce extremidades”. Por eso el aburrimiento y el tiempo se personalizan cuando no pasa nada.
Dice Cioran “…Son las tres de la madrugada… Siento este segundo y luego el siguiente y saco la cuenta de cada minuto”. Tal vez por casualidad, B.B King nos impacta con su blues inolvidable Las tres de la mañana, en el mismo tono intenso del filósofo rumano del suicidio. Varios films, por ejemplo, Lejos del cielo (Haynes: 2002) narran desde la visión actual, la vida asfixiante, repetitiva de las mujeres enclaustradas en sus hogares durante la era represiva del machismo en los años cincuenta, previa al reventón de los sesentas.
Cuarentenas privadas
En contraste, Historia de una pasión (Davies: 2016) describe el sentimiento que mantuvo a dos amantes en lucha contra la separación impuesta por los medios sociales. El Dr. Jhivago y Lara (Lean: 1965) jamás pudieron aburrirse porque durante mil páginas y todas sus vidas se buscaron en medio del infierno comunista. Nos aburrimos cuando “no pasa nada” pero eso depende de la disposición para interesarnos o percibir el entorno.
Pero es imposible que no pase nada porque los acontecimientos se producen por zettabites a nuestro alrededor. Por obra del coronavirus que nos obliga a aislarnos en nuestros reductos, experimentamos varios tipos de vivencia. Algunos lo toman como una maravillosa oportunidad de ver películas, leer libros y planear acciones sobre el futuro, crear arte o dedicarse a hobbies.
Parejas nuevas o bien avenidas, improvisan lunas de miel, pero en situación contraria, devienen aburrimiento, contrariedad y crisis. Quienes disfrutan la soledad, encuentran la situación ideal, mientras los socialites padecen molestias insufribles. Algunos lamentan perder la oportunidad de hacer el negocio de su vida o ventajas que se les presentaron.
Otros sin entornos placenteros o expectantes, se destruyen física y emocionalmente por abulia. Nadie ha descrito mejor en el arte las vidas sin mañana como Francis Bacon. Sus figuras humanas son amasijos deformes, abotagados, semi disueltos, que transcurren en el ciclo opresivo entre el trabajo y cuartos de pensión de mala muerte, salas de baño sórdidas y sucias, alumbradas por un escueto bombillo pendiente del cable.
La descomposición del ser
Bacon presenta el hastío en su versión aterradora: contar el tiempo de un plazo que es la propia vida. La cuarentena, sin tal dramatismo, no está predeterminada, pero inquieta su término incierto. La certeza de una cárcel es que las sentencias tienen plazo fijo. En Sueños de fuga (Darabont: 1994), el protagonista enfrentaba su larga e injusta condena con optimismo pues cavaba en la pared un túnel con una inofensiva cucharita, camuflado en un afiche de Raquel Welch.
Sería libre y podría reconstruir su vida gracias a su esfuerzo y decisión. Algunos con teleologismo optimista dicen que las pestes son el preámbulo de las grandes reconstrucciones, cosa que no creo sea una determinación sino mera descriptiva de que la voluntad recoge los escombros y sigue la marcha. El Renacimiento había comenzado con Dante en el siglo XIII y la Muerte Negra del siglo XIV lo tronchó pese a Boccaccio y Petrarca.
Hubo que esperar hasta el XV para que se reiniciara la vida. Las pestes lanzan millones de seres humanos a la muerte y la miseria, lo que no abona a verlas como bendiciones progresistas. Pero el ser humano se sobrepone, que es otra cosa. En un momento de humor, el atormentado Soren Kierkegaard dejó su versión del desarrollo humano como obra de la monotonía.
“Los dioses fastidiados, crearon a los humanos. Adán se aburría y le trajeron a Eva. Luego los dos se aburrían junto Caín y Abel en familia. Aumentó la población del mundo, y los pueblos se aburrían masivamente. Para entretenerse, se les ocurrió la idea de construir una torre, tan alta que llegara hasta el cielo… Después se dispersaron por el mundo y viajaron por todas partes, pero aún se aburren”.
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