Los hijos y nietos de inmigrantes son, cuanto menos, bilingües, biculturales, bigeográficos, bihistóricos. Tienen esa ventaja maravillosa (competitiva y comparativa) de poder navegar con cierta maestría en dos aguas. Y cuentan, además, con el beneficio del aprendizaje de referencia de la historia que escucharon de sus padres y abuelos sobre las penurias sufridas en tiempos dolorosos. Crecieron con dos banderas y con el “nosotros pudimos superarlo” como narrativa constante en conversaciones de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Son descendientes de supervivientes. Eso, quizás sin incluso ellos mismos saberlo, los hace más fuertes, más habilidosos. Como si en su genética tuvieran respuestas a esas preguntas que los “criollos” (categoría que con suerte supone unas diez generaciones, como mucho y para estadísticamente pocos) no tienen. Más aún, es muy probable que esos criollos ni tan siquiera logren descifrar las preguntas, tanto menos las respuestas.
Cinco millones y tanto de venezolanos emigraron en estos años que ya no hay adjetivo preciso para calificar. Muchos, muchísimos, de esos venezolanos no tenían las destrezas emocionales para esta diáspora. Los descendientes de inmigrantes, encaminaron sus pasos a ese país de sus padres o abuelos. Hicieron la ruta de vuelta. Se les hizo relativamente fácil superar los obstáculos legales y tenían al menos la conveniencia de poder hurgar en la historia de ese país y hallarse en ella. Les costó identificarse pero lo lograron. Su condición bicultural les permitió encontrar arraigo. En ese país donde fueron a asentarse pudieron toparse con parientes que no conocían pero con quienes les unían lazos de sangre. No les sorprendió la lingüística, la culinaria, los hábitos. Tenían referencias de primera mano. Y algunos hasta quizás habían visitado esas tierras con anterioridad, como turistas o como visitantes familiares.
Pero otros tantos de los migrantes (millones) son “criollos”, venezolanos que en su inmensa mayoría no pueden seguirle la pista a su genealogía. Eso está perdido en siglos. Y jamás fue importante saberlo.
Vista la destrucción de Venezuela, millones de venezolanos -descendientes de inmigrantes y/o criollos – tuvieron que irse a países en todos los continentes y allí se convirtieron en inmigrantes de nuevo cuño. Hoy hay venezolanos en todas partes. Solos, sin calle conocida. Sin historia en ese sitio. Teniendo que meter en una maleta de 23kg y un bolso de mano de 8 su bandera y su vida. Esa maleta la vaciaron y rellenaron con lágrimas de nostalgia. Allá en Venezuela quedó buena parte de la familia, los amigos de toda la vida, la geografía; en Venezuela quedó lo conocido.
Ambas categorías – los descendientes de inmigrantes y los criollos – se sintieron desterrados. No se fueron porque quisieron sino porque evitarlo no pudieron. Haciendo de tripas corazón y conjugando todos los días el verbo “nostalgiar” (yo nostalgio, tú nostalgias y , caray, cómo y con cuánto dolor nostalgiamos)se esforzaron y consiguieron ir construyendo en el país que los acogía.
Ahorrar era imposible; cualquier sobrante debía ser enviado a Venezuela, para socorrer a sus familias empobrecidas y tan necesitadas. Así ocurrió una novedad: que las remesas (enviadas por complicadas vías informales) se convirtieron en un rubro importantísimo en la economía venezolana; algunos expertos calculan en unos 3.500 millones de dólares anuales.
Y entonces ocurrió la pandemia. Que es planetaria. Que no es una simple enfermedad pasajera. Que es el aleteo de la mariposa.
Y, entonces, ahora, muchísimos venezolanos piensan, evalúan, en hacer el camino de vuelta.
Por supuesto que a todos esos que se fueron se les extraña, se les echa de menos. La lejanía de seres queridos es un dolor que no se ura. Dolió cuando se fueron; ha seguido doliendo cada día.
Pero más allá de la felicidad que podamos permitirnos ante la expectativa de su regreso, hay que preguntarse y preguntar si esto es verdaderamente una “vuelta a la patria”. Que (casi) todos quieren regresar, caray, ¿qué duda cabe? Es el sueño que habita permanentemente en el corazón de todo inmigrante, de la nacionalidad que sea. Pero tienen que pensárselo bien.
Sí, muchos de los migrantes venezolanos consiguieron armarse emprendimientos, o hallaron empleo fijo formal. Pero muchos, muchísimos, trabajan a destajo o informalmente. Y la pandemia, que afecta a escala planetaria, ha generado una contracción económica. Es pronto aún para saber de cuántos dígitos será la caída de la economía y si, como algunos ya predicen, nos acercamos a una depresión.
Pero hay más. Venezuela podría ser el país de la región más afectado por la pandemia del COVID-19. Si antes estábamos en problemas, ahora es peor. Creo que no es necesario recitar en estas líneas las penurias que teníamos y cuánto se han agravado.
Mientras escribo miles (acaso millones) de venezolanos que migraron a otros países piensan en regresar. Otros hasta tratan de hacerlo con la palabra “urgencia” pintada en sus miradas. Sienten que su situación se pone desesperada. Cometerían un grave error. La situación en Venezuela se vuelve más severa día con día. Ya no se sabe si el régimen miente y/o si simplemente se lo comió la pandemia y no tiene ni la menor idea ni los mínimos recursos (financieros, operativos) para enfrentar una crisis que se perfila como muchísimo peor que en cualquier otro país, incluidos Italia, España, Portugal, Trinidad, Aruba, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, República Dominicana, Argentina, Perú y otros donde están los venezolanos. Y además, la crisis política lejos de aminorar está en altas temperaturas. Regresar en este momento no sería volver a la patria sino volar al desastre, al riesgo, al desorden, al caos. Sería volver a un país sin gasolina, sin medicamentos, con bajos inventarios de alimentos, con graves deficiencias de agua y electricidad, sin empleo (formal o informal).
Son hábiles los venezolanos. Lo han demostrado. Tienen talento para maniobrar en las crisis. Donde están encontrarán modos legales, lícitos y honestos de supervivencia. Sus familias en Venezuela los extrañarán pero agradecerán el alivio de saberlos lejos.
No regresen, todavía no.
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