Publicado en: El Independiente
Por: Thays Peñalver
Que una ministra española, la vicepresidenta Carmen Calvo, hablando de feminismo para no sacarla de contexto, ponga el ejemplo de Venezuela como un problema que le importa un comino a sus votantes, no es algo que nos deba molestar a los venezolanos, porque eso es tan obvio como usar el feminismo como una bandera política para atraer votantes.
El problema se presenta cuando leo ese comentario, y de inmediato siento que España lamentablemente se ha venezolanizado. En principio, porque los partidos políticos se han desdibujado como herramientas fundamentales de la democracia, al punto de estar a segundos de su desaparición. Afirmo esto porque en sus discursos han dejado de plantear los verdaderos problemas de los españoles y sus posibles soluciones, para concentrarse en atraer a las asociaciones que solo buscan cupos políticos.
Observo con preocupación que en España de pronto ya nadie habla de los verdaderos problemas, es decir, de los que afectan a todos los españoles por igual, de la Polis como un todo, sino que la política se ha llenado de quienes solo hablan desde lo particular, desde sus feudos para proteger a los animales, los que buscan cupos políticos utilizando la crisis del medio ambiente, la igualdad de género, la inclusión de otros géneros y transgéneros, de muchas otras asociaciones o como en el caso que nos ocupa, de las feministas.
Ahora bien, no es que el feminismo o los animalitos no sean importantes o no formen parte de la colectividad y por ese hecho deban ser atendidos, sino porque lo que necesita el español desesperadamente es la solución de sus verdaderos problemas y es en ese modelo del feudalismo político, precisamente, donde no solo no se encontrará jamás una solución, sino que llevará a España a la misma ruina que a Venezuela.
En mi país, por ejemplo, la política comenzó a desdibujarse cuando los políticos se fueron por la vía fácil. «El problema de Venezuela, es el paro (desempleo)”, dijeron.
Pero no hablaban de la consecuencia del verdadero problema, que es que no habían industrias, inversiones, producción y por lo tanto el resultado de que no había crecimiento económico real, ni industrial ni trabajo para todos. Finalmente, como no había solución fácil, se centraron en las consecuencias, y no en la raíz, en la causa del paro.
Y así llegaron los feudalistas de la política, los que comenzaron a colocar los ladrillos de la prisión en la que hoy estamos secuestrados más de 30 millones.
En situaciones de crisis política y social aparecen los expertos en quimeras y derechos, los que utilizan a los pobres y nos hacen creer que les importan mucho, los que hablaban de soluciones a la precariedad laboral, los que hablaban de la brecha salarial y de la igualdad, de la temporalidad y trabajo informal o autónomo y un sinfín de maravillas, porque de acuerdo a estos politiqueros esos eran problemas que se solucionaban con leyes, discursos y programas electorales y no porque sabían cómo hacer para que la economía creciera y los incluyera o mejorara sus vidas.
De inmediato aparecieron los especialistas del “estado de bienestar”, esos que ofrecen beneficios económicos de toda índole pero que ignoran de dónde sale el dinero y mucho menos como harán para financiarlo. Entre estos genios no había nadie que supiera cómo hacer que la economía creciera basada en el esfuerzo y así garantizar la sostenibilidad del estado de bienestar, sencillamente nos mintieron y terminaron endeudándonos a un ritmo impagable.
Eran el equivalente al padre de familia desempleado o con un trabajo precario que como no puede pagar el colegio pide prestado a todos. Así llegamos a tener “la mejor seguridad social” del continente, pero era una colosal mentira financiada por estadounidenses y alemanes.
¿Quiénes colocaron el último ladrillo en Venezuela? Fueron los más pueriles y peligrosos de todos, los que empezaron a repartir las responsabilidades: la culpa del trabajo precario la tenían los inmigrantes, los empresarios, los trabajadores por cuenta propia, los que prosperaban pese a las dificultades. La culpa era del pasado, para no hablar del futuro.
Y allí llegaron los del último ladrillo. Los de la solución mágica, apoyados por eruditos europeos. El equivalente a que yo le diga a un madrileño o un barcelonés que Extremadura no crece industrialmente porque se han dejado: «seducir por la estética postfordista”, y que la economía extremeña se puede mejorar si a sus trabajadores calificados o no, se les paga a todos igual.
Que el extremeño en realidad lo que necesita es trabajar menos horas y expulsar a todos los que se quejen de ser reaccionarios y que cuando buena parte de la población se vuelva a marchar al norte masivamente, pues el gobierno de Extremadura se ponga a vivir de las remesas de quienes trabajen en Madrid o en Cataluña.
El último ladrillo lo colocaron quienes piensan hoy que la solución a los problemas de producción de Extremadura es que hay que quitarle todo a todos, para redistribuir lo poco que existe y construir un PER colosal, financiado con dinero inorgánico. Porque de esa manera es que se lograría que Extremadura se convirtiera en una potencia europea.
Por eso como a mi me interesa España porque la amo, cuando veo la política española, me duele profundamente porque cada día encuentro más similitudes con lo que ocurrió en Venezuela.
Entre los cupos particulares, los vendedores de quimeras y los que esperan su turno para edificar una prisión social, se construyó una caja de madera llena de saltamontes, una caja de la que provenían ruidos y mas ruidos, pero que en la practica, como una caja de saltamontes, no tiene utilidad real alguna.
Y es precisamente allí, en el contexto, que la opinión de la ministra española es importante. El problema no consiste en que la política sea o no “un combate de boxeo”, sino precisamente por su comentario de que sea “un combate inútil”.
Por eso lo que siento es que a la política española le ha pasado lo mismo que a la venezolana: se ha convertido en una Torre de Babel, en la que cada uno habla su propio idioma y nadie se entiende, mientras los inmensos problemas que subyacen bajo esa capa de egos defendiendo sus intereses particulares, continúan su rumbo de colisión hasta que despierten una mañana, aplaudiendo a rabiar a quien les pondrá el ultimo ladrillo de la prisión.
Sobre la importancia de Venezuela, yo a la ministra Carmen Calvo le respondería sin temor a equivocarme que España no necesita menos, necesita más Venezuela, y en un futuro Venezuela volverá a estar allí a su lado, como siempre.
Le diría que, por el bien de España, todo país debería importarles y le recordaría que no debe hablar por ella, si no por la institucionalidad que representa y por el pueblo español.
Le sugeriría que también le ponga más interés a los otros países porque necesitan más inversiones extranjeras en tecnología, infraestructura, turismo, industria, exportaciones, mercados y puestos de trabajo.
Pero para lograr eso, el problema que se debe discutir y hacia dónde se deben apuntar todos los esfuerzos es que la economía española necesita crecer a un ritmo muy superior para lograr incluir de verdad a sus trabajadores.
España necesita crecer para atraer inversiones y mercados para que los españoles cuenten con verdaderos espacios, para que la protección del ambiente sea una realidad y el trabajo sea menos precario, y eso es lo que yo no veo en el debate político español por ninguna parte.
Venezuela no puede ser importante, si los únicos que importan son los 12 millones de españoles de izquierdas y se gobierna de espaldas a los 11,5 millones de españoles de derechas.
Como lógicamente no podemos ser importantes, si tampoco lo fue el destino de los 400.000 españoles que vivieron en Venezuela. La mayoría lo ha perdido todo.
Menos puedo pensar que seamos importantes, si no lo es el respeto a las normas europeas a los acuerdos con los socios comerciales. Mucho menos puedo pedirle tampoco que entiendan que en Venezuela no es posible un diálogo, si para ellos es posible dialogar con quienes quieren desmembrar a España.
Pero a mi apreciados lectores, repito que me importa mucho España porque la amo con todas mis fuerzas, así como amo a mis amigos españoles que se han desvivido por nosotros.
Amo a la España buena y la de los buenos sin importar la ideología, los que saben la importancia de tener un brazo izquierdo y uno derecho, los que saben que se puede ser diestro o zurdo, pero sin el otro brazo la vida es complicada.
Amo la España que no divide, y percibo con claridad que a la mayoría de los españoles les importamos, pero una cosa si es cierta, solo le importamos a los buenos.