Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Entre los deportes que se disputarán este año en los Juegos Olímpicos, si no los posponen por cuenta del coronavirus, las mujeres figuran en casi todos. Tal vez faltan algunas categorías de boxeo. Sin embargo, las actitudes competitivas inapelables, la obsesión por humillar al contrario, el hubris despectivo de los vencedores, todos son fenómenos que uno asocia con los hombres. El espíritu predominante en casi la totalidad de los deportes sigue siendo, más que masculino, machista.
Pasemos a las tramas de las muchas películas de ciencia ficción futurista que se estrenan a diario. Pese a que en ellas los buenos y los malos cuentan con armas sofisticadísimas y ultraletales, todo se suele resolver en alguna reyerta en la que el bueno le casca al malo y lo pone fuera de combate; últimamente, como gran novedad, figuran las buenas que noquean a los malos. Semejantes desenlaces son de una inverosimilitud extrema y en últimas delatan el intenso machismo que todavía campea en las producciones cinematográficas más populares. No sé a los lectores, pero al menos a mí me fastidia que las mujeres también lo resuelvan todo a golpes. Casi nunca me ha tocado verlas en esas.
¿Y qué tal el reguetón, que unas pocas en crisis de originalidad defienden con ferocidad? ¿Es una celebración del mundo femenino? En algunas canciones la iniciativa de la seducción ha pasado a ser de las mujeres, ok, pero no dejan de glorificarse los encuentros casuales, las relaciones que se reducen a formas de gimnasia rítmica rodeada de una profusión de botellas de alcohol. Cuando hablan de perreo, uno entiende que se refieren a los perros machos que andan como locos detrás de las hembras en celo. Una vez “coronada” alguna, adiós, mi vida, si te he visto no me acuerdo. El ideario de las mujeres, por lo que uno conoce, no es ese. No son santas, claro que no, aunque tampoco tontas. Una verdadera feminización de los deportes, de la ficción o de las canciones debería incluir menos violencia primaria, menos intransigencia humillante, menos desatención y menos culiprontez.
¿Qué fenómenos no asocia uno con las mujeres? La guerra, la violencia, la sexualidad desconectada y serial, la agresividad gratuita, la humillación del contrario o del distinto, la fanfarronería. Claro, con frecuencia todo esto involucra a mujeres, pero creo no equivocarme si digo que no son las grandes fuerzas motrices del mundo femenino. Donald Trump no podría ser mujer, así lo más probable es que sea reelegido presidente del país más poderoso del mundo con el voto de no pocas mujeres. Sin un porcentaje razonable de ellas, no gana.
Todo lo anterior sirve para decir que las recientes reacciones, a veces airadas, de muchas mujeres contra el machismo bien pueden estar justificadas, si bien la feminización del mundo, deseable o no —ese ya es otro tema—, está muy lejos aún. No basta con que las mujeres ganen elecciones ni es asunto de porcentajes de ocupación en los puestos de poder público o privado. Los avances en todo ello han sido espectaculares y son beneficiosos. Sin embargo, la evolución ideológica es mucho más lenta. Depende de que empiecen a figurar y a triunfar otras historias, otras tramas, otros enfoques y otros géneros artísticos. Mientras tanto, por favor no extrañarse del éxito de los esquemas machistas. Siguen siendo, de muy lejos, la narrativa y la actitud dominantes.
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