Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
He venido alentando una discusión sobre la vía electoral que, en lo posible, deje atrás los lugares comunes, los argumentos efectistas y las posiciones tomadas, consciente de que esta última propuesta, lo de dejar atrás las posiciones tomadas, es no solo imposible, sino que es lastimosa y paradójicamente una propuesta inútil.
Y digo inútil, porque sobre el tema ya las posiciones están tomadas y cada quien defiende y afina sus argumentos, no para convencer a los que tienen una posición diferente, sino para –ese es mi caso, ya lo dije– “la reflexión del ciudadano común, ese que está confundido, desalentado por años de predica inclemente en contra de la vía electoral y en contra del voto como instrumento, pero que no se quiere entregar ni rendir ante el régimen, que quiere participar con alguna opción que le permita manifestarse y a la vez continuar su vida, que no la tiene nada fácil.” (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2020/01/25/discutamos-la-via-electoral/)
Aun cuando de manera abierta o soterrada se intensifica la discusión sobre el tema electoral, es evidente que, frente al mismo, cada quien parece tener una posición mineralizada, irreductible e inamovible. Nadie va a convencer al otro que tenga una posición distinta. Por eso, reitero, los argumentos, al menos de mi parte, no son para convencer a quien tenga una posición diferente, ya tomada, sino en todo caso, para afinar los argumentos propios frente a terceros y proporcionarle elementos de reflexión al ciudadano común.
Pero, en cualquier caso la discusión está planteada, los argumentos están expuestos y las estrategias se afinan cuidadosamente; y así, en materia de objetivos, el régimen se plantea claramente la opción de convocar únicamente elecciones parlamentarias, previstas para este año, posiblemente adelantarlas a su conveniencia, para apoderarse de la Asamblea Nacional, única institución democrática que no controla, aun cuando la desconozca, la tenga sojuzgada, perseguidos sus diputados y privada de recursos; pero la “necesita” para validar tratos y contratos con sus socios internacionales y –sobre todo– para quitarle a la oposición esa poderosa bandera de ser la única institución venezolana reconocida como legitima por la comunidad internacional.
Para lograr este objetivo, despliega su estrategia usual de aplastar y dividir a la oposición, manteniendo inhabilitados a sus partidos y líderes, comprando conciencias y diputados y sobre todo con la intimidación; desde la amenaza y persecución abierta de sus adversarios, hasta armas más sutiles, como declaraciones de sus partidarios sobre posibles guerras civiles y particularmente con la desmoralización de la oposición sembrando dudas, calumnias y sobre todo desalentando la opción electoral y alentando la abstención. El régimen sabe bien que es un punto sensible para millones de opositores eso de ir a una adelantada elección, solamente parlamentaria, y con un CNE “nuevo”, pero designado por su TSJ; y el régimen se prepara cuidadosamente para dar ese paso.
En ese juego de la desmoralización, el desaliento y el sutil –y a veces no tanto– llamado a la abstención, cuenta con el apoyo de sus cómplices de la Mesa de Diálogo –o “mesita de diálogo”– y los corruptos “diputados tránsfugas”, como recientemente los llamara Plinio Apuleyo Mendoza. Sus socios en la Mesa de Diálogo han apoyado la realización únicamente de elecciones parlamentarias –sus voceros incluso anuncian el posible adelanto de las mismas–, le han puesto en bandeja de plata la designación de un CNE por el TSJ y se aprestan gustosos para servirles de comparsa electoral.
En materia de estrategia opositora, estoy consciente de que quienes critican a quienes planteamos la vía electoral –habiendo aclarado que no es cualquier vía electoral o en cualquier condición, sino una posición política unitaria– esgrimen el argumento de que es una utopía pensar que un régimen que se ha adueñado del país por la fuerza de las armas, que tiene secuestradas sus instituciones –excepto, todavía, la AN– que ha convertido el país en un punto de tránsito al narcotráfico y el terrorismo internacional, que ha saqueado la riqueza del país y destruido su industria, que vaya a entregar por las “buenas”, por un resultado electoral desfavorable, toda esa riqueza y poder que ha acumulado. Sí, ciertamente visto así, suena utópico plantearse la vía electoral.
Pero en la historia, todas las grandes transformaciones y revoluciones han sido el producto de un esfuerzo que al principio luce desproporcionado y utópico; y en todo caso, tenemos experiencias históricas recientes de que hay fisuras, intersticios en un sistema que luce monolítico y que le han permitido a la oposición venezolana ganar referendos, arrebatar espacios –gobernaciones, alcaldías, etc. – y sobre todo instituciones importantes como la AN.
Pero es también cierto que algunos de quienes rechazan la vía electoral no solo niegan la participación electoral, sino que hablan de modo general y vago de una solución o salida de “fuerza”, sin que esté muy claro a que se refieren con eso y por eso dan pie a que muchos piensen en una intervención externa, militar o no; o hablan de una acción “quirúrgica”, sin tampoco precisar a qué se refieren con ese término.
Está claro, al menos para mí, que algunos de los que emplean esos términos, en realidad lo hacen porque eso no tiene ninguna consecuencia política adversa; no hay problema en decirlo, ese lenguaje tremendista, disfrazado de radical, es “elegante”, “viste”, hasta queda bien, no se paga ningún precio político por decir esas cosas; como si se paga un precio y se expone al escarnio y burla quien plantea la vía electoral; sobre todo dado el alto grado de escepticismo y desesperanza que se ha sembrado en gran parte de la población por el insistente bombardeo al que ha estado sometida con propuestas de abstención, leyendas sobre trampas electrónicas y consignas como “dictadura no sale con votos”.
Pero si la vía electoral, como política unitaria que proponemos, según los que la critican, es una utopía, no son menos utópicos, fantasiosos e irrealistas los que hablan o sueñan con una intervención externa, sea militar o no. Y no son menos fantasiosas, utópicas e irrealistas algunas otras propuestas que por allí circulan. No solo es ilusoria una intervención externa, una invasión militar, es también una ilusión similar, igualmente utópica y fantasiosa lo que otros proponen de transformar el país de hoy día, creando nuevos valores, una nueva ética, a partir de la “educación” y las instituciones educativas, sin aclarar cuantos años, lustros, décadas o centurias tomaría esto. U otros que plantean una suerte de “negociación” para que el gobierno “entre en razón” y deje de ser lo que es, un gobierno socialista, ramplón, ineficiente, corrupto y oprobioso y se convierta en la negación de sí mismo, una especie de gobierno neo liberal, capitalista, que privatice empresas, convierta deuda en capital, y modifique su esquema económico sobre el país. Y así surgen todo tipo de fantasías, porque en definitiva el papel aguanta todo.
En este orden de ideas, si a los que proponemos la vía electoral se nos acusa de olvidar y no tomar en cuenta el poderío del régimen que nos sojuzga, los que plantean esas otras vías sufren del mismo mal. De igual manera, no puedo dejar de mencionar que al pedir y luchar por condiciones electorales adecuadas no podemos perder la perspectiva y ser igualmente utópicos poniendo la vara muy alta, elaborando un listado de condiciones que obviamente no vayamos a poder alcanzar, por no estar en condiciones de presionar para lograrlas. Creando grandes e incumplibles expectativas desalentaríamos la participación y podríamos frustrar una vez más la posibilidad de propinarle una derrota electoral al régimen.
Desde luego no basta participar en el proceso, cubrir una gran proporción de mesas electorales, lograr observación internacional; es preciso contar, sí, con el apoyo internacional, pero también es preciso que sea una posición unitaria, que se organice a los partidos y sobre todo al pueblo opositor, para que esté listo y tenga los instrumentos para defender ese triunfo, con plena conciencia del riesgo personal que corre en ello y con la clara intención de que un triunfo electoral, aplastante, puede remover los cimientos de la alianza del régimen y producir la fractura del estamento militar y de fuerza que lo sostiene, como ocurrió en Bolivia recientemente.
Pero es mucho lo que aún tenemos que discutir y largo el camino por recorrer.
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