El laberinto venezolano – Javier Lafuente

El laberinto venezolano - Javier Lafuente
Juan Guaidó, durante el Foro Económico Mundial de Davos. Cortesía: Greg Beadle

Publicado en: El País

Por: Javier Lafuente

Javier Lafuente

La actualidad venezolana está desde hace años repleta de días decisivos, jornadas históricas, puntos de inflexión… La realidad, el día a día de un país sumido en una crisis sin parangón en el continente americano, se torna más compleja, llena de matices en el interior que obstruyen cualquier tipo de comprensión racional desde fuera. 2019 fue el ejemplo más evidente. Con la irrupción de Juan Guaidó todo parecía que iba a cambiar en la política venezolana, esto es, que Maduro no siguiera al mando del país. Un año después, el desgobierno es cada vez más evidente.

El laberinto venezolano - Javier Lafuente
Juan Guaidó, durante el Foro Económico Mundial de Davos.
Cortesía: Greg Beadle

Durante meses, Guaidó, como sinónimo de la oposición venezolana, supo combinar la presión interna con la internacional. En lo personal, logró algo que la oposición había perdido desde su contundente triunfo en las parlamentarias de 2015 y para chavismo era un anhelo: generaba esperanzas. Con el paso del tiempo, todo se fue desgastando, en buena medida porque si de algo es capaz el chavismo es de destruir las esperanzas de sus críticos y hacer ver que son más culpables de sus fallos que víctimas de una persecución que arrancó el día después de su derrota electoral hace casi cinco años. Tampoco han ayudado episodios como el fracasado intento de ayuda humanitaria por la frontera con Colombia o la ofensiva del 30 de abril.

Calibrar el éxito o el fracaso de la gira de Guaidó por Europa es aún relativo. Ha logrado victorias simbólicas, como mantener un encuentro con Boris Johnson, ser recibido por Macron y verse con Merkel. En Bruselas, los responsables de las altas instancias de la Unión Europea se reunieron con él, pero más allá de los focos, no logró arrancarles un compromiso de que aumentarán las sanciones contra Maduro, uno de los objetivos que desde hace un año persigue la oposición.

Esta semana, Guaidó ha tratado de calibrar también cuál es la postura de los líderes europeos ante las elecciones parlamentarias previstas para este año. Maduro ha lanzado un órdago invitando a la Unión Europea, a la ONU y a todas las instancias internacionales, salvo la OEA, a que hagan observación. Parte de la oposición se plantea participar. O al menos, estudiar la posibilidad. Esta semana, el dos veces candidato presidencial Henrique Capriles, aseguraba en un artículo en este diario que esos comicios debían servir para aumentar la presión sobre Maduro para forzarle a que fueran libres y transparentes. Al mismo tiempo, aflora la idea de que Guaidó se plantea convocar unos comicios paralelos, para los que necesitaría, entre otras cosas, el reconocimiento de la comunidad internacional, con el consiguiente riesgo de profundizar en la actual virtualidad.

En el plano internacional, Guaidó cuenta con el apoyo inequívoco de Estados Unidos, un respaldo que va más allá de las declaraciones de condena, las amenazas del sector más duro o la presión con las sanciones, cada vez más extendidas. El Gobierno de Trump colabora con la oposición venezolana financiándola, una ayuda que nunca se ha terminado de aclarar y que sirve a Maduro y a los críticos de la oposición de arma arrojadiza, para generar más desgaste. En América Latina, el aliado principal es Colombia, cuyo Gobierno simpatiza ideológicamente con el sector más radical de la oposición venezolana. Un Gobierno, el de Duque, mermado por las revueltas populares, el repunte del paramilitarismo y que ve, como otros países, caso de España, la crisis venezolana como un tema de política interna. El Grupo de Lima, por su parte, se ha ido desinflando, en la medida en que México primero y Argentina después, no quieren seguir los dictados de Washington y Bogotá.

Al igual que no ha logrado quebrar a la jerarquía del ejército, atrincherada en torno a Maduro, Guaidó no ha conseguido un giro entre los aliados internacionales que respaldan a Maduro, principalmente Rusia, China y Turquía, un balón de oxígeno para combatir las sanciones de Estados Unidos, principalmente. El propio Guaidó ha admitido que el año pasado subestimaron el apoyo que llegaría a recibir de esos actores. Algunos líderes opositores lo han equiparado con lo que ocurrió décadas atrás en Vietnam. A ello se suma la labor de los servicios de inteligencia cubanos, que permean los puestos claves del organigrama chavista.

La virtualidad que se alcanzó con el paso de los meses en 2019 se ha convertido un quebradero de cabeza a nivel internacional. La decisión de reconocer a Guaidó como presidente interino se ha vuelto un bumerán. No solo por el trato que se le da allá donde va, sino por la relación que, en paralelo, se mantiene con el Gobierno de Maduro, quien toma las decisiones en Venezuela. Más de 20 países de los casi 60 que reconocen a Guaidó cuentan con embajadores de Maduro en su país, entre ellos España, el caso más paradigmático: Sánchez impulsó el reconocimiento de Guaidó en la UE; resguarda en su Embajada en Caracas a la figura más poderosa de la oposición y la más odiada por el chavismo -Leopoldo López, la cabeza detrás de Guaidó, a quien dobla en carisma y liderazgo político y tiene una relevancia como pocas personas en Venezuela -; Borrell se reunió en el pasado con el canciller Jorge Arreaza, por no hablar de los contactos que mantiene con todos los actores el embajador español en Caracas, Jesús Silva, el diplomático extranjero más activo en Venezuela. Lo normal, se entiende, en un país que aspira y del que se espera que lidere una solución a la crisis y no la desconfianza generalizada que pueden generar episodios como el de esta semana.

Al interior de la oposición, la situación no es nada halagüeña. Uno de los líderes opositores más veteranos suele ilustrar las desavenencias crónicas poniendo de ejemplo que los políticos españoles se dicen de todo con los micrófonos abiertos, pero luego, en privado, son capaces de sentarse a hablar; en el caso de Venezuela, ante las cámaras se vociferan y detrás de ellas, se gritan aún más, lo cual hace casi imposible el entendimiento. 2019 fue el año de mayor unidad dentro de la oposición, pero las grietas son cada vez más evidentes, independientemente del sector disidente, acusado de corrupción, que se ha echado a las manos del chavismo.

Guaidó aún no ha anunciado cuándo regresará a Venezuela. Previsiblemente agotará todas las posibilidades de ir a Estados Unidos y reunirse con Trump, para de ahí iniciar el viaje de vuelta. El año pasado, cuando regresó después de cruzar clandestinamente la frontera, el Gobierno no hizo ningún ademán de impedirle la entrada. El chavismo sabe que cualquier enfrentamiento directo con Guaidó puede provocar una reacción de Estados Unidos, su mayor temor.

El regreso servirá para medir la repercusión de su gira internacional. El laberinto se vuelve cada día más complejo en Venezuela. Sergio Jaramillo y Humberto de la Calle, los jefes negociadores del Gobierno colombiano durante el proceso de paz con las FARC, recuerdan a menudo que la clave de los acuerdos con la guerrilla no bastaba simplemente tener razón, como cree buena parte de la oposición venezolana, sino convencer a la otra parte. De lo contrario, el laberinto se convierte en un callejón sin salida.

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