La gran oportunidad – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

El portal periodístico Armando.info, con la firma de Roberto Deniz, publica una exhaustiva investigación sobre un asunto absolutamente bochornoso. Una sórdida cofradía de diputados se dieron a la tarea de una trama de corrupción que seguramente inspirará alguna novela, teleserie o película. El trabajo del portal y de Roberto Deniz y su equipo hace gala de buen periodismo de investigación, siguiendo hilos, deshaciendo nudos, identificando senderos, apuntando claves, atando cabos. Se nota a leguas que trabajaron profesionalmente, esto es, haciéndose pregunta tras pregunta, sin dejarse cautivar por la tentación de prefabricar respuestas fáciles y cómodas. Sospecho que durante el tiempo que les tomó hacer este trabajo (largos días con largas noches de dejarse pegadas las pestañas en cientos de documentos para descubrir lo que se escondía tras montañas de simulaciones) tuvieron que recurrir a la ingesta de primperan. El resultado es una pieza que bien harían las escuelas de comunicación social en usarla como caso de estudio para estudiantes que de veras quieran entender y aprender el oficio de periodista de investigación. 

Pero este trabajo de Armando.info y Roberto Deniz y su equipo es una enorme oportunidad para el adecentamiento del país. Ellos hicieron la radiografía, la ecografía, los exámenes de sangre, los TAC. Ahora toca a los “médicos” aplicar el tratamiento necesario, por duro y doloroso que sea. Se trata de proceder con todo el rigor, sin venganza en la mente pero sí con las palabras ética y justicia entre ceja y ceja. 

Hay que desenterrar el espejo. La corrupción no es tan solo una enfermedad de algunos caídos en errados pasos, es un mal altamente contagioso y pernicioso. Y lo peor que podemos hacer es lo que hemos venido haciendo hasta ahora: dejarla ser, aceptarla como parte del paisaje, como sino ineludible con el cual se aprende a convivir. La corrupción es un problema serio, con consecuencias extremadamente dañinas. La corrupción empobrece, roba, mata. Y eso es mensurable. Pero la corrupción también destruye almas, las vuelve sucias y malévolas, nos vuelve una sociedad insensible, nos idiotiza, hace que nuestros jóvenes y niños crezcan suponiendo que “la vida es así”, que los ciudadanos debilitados aceptemos con pasmosa trivialidad que los corruptos se pavoneen a placer sin reparo o limitación, restregándonos en la cara sus inmundos éxitos,  convencidos de la obscena impunidad que les cobija.

Yo veo una gran oportunidad. De lavar la bandera, de limpiar la casa, de un liderazgo que no se amilane, que rete al dragón.

Que caigan los que tienen que caer.  Que salgan los que tengan que salir. Que suden los que tengan que sudar. Que paguen los que tengan que pagar. El país se hartó del dolor. Se hartó del hedor. Se hartó del ladrón. Se hartó del impostor. Es la gran oportunidad para darle al país lo que el país necesita desesperadamente: decencia.

En medio de esta tribulación, la oportunidad también es propicia para que el nombramiento del nuevo CNE se haga con una altura tal que no deje resquicio a duda o reparo. El país quiere y necesita un CNE en el que pueda confiar, al que pueda respetar, del que pueda sentirse honrado y orgulloso. El país no va a aceptar menos que eso. 

A no confundirse. El país está de pie, atento, a la expectativa. 

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