Por: Jean Maninat
Los sucesos del 30 de abril nos dejan con menos certidumbres tanto como los del Primero de Mayo (a pesar de su abolengo proletario). No sabemos qué ganamos y cuánto perdimos en la oposición. La represión reiterada del régimen es un recordatorio para quienes pensaron que su ausencia momentánea era un signo de debilidad, la cantaron, y regresó tan cruel como siempre. Nadie puede autoengañarse fabricando monigotes blandos a la medida de sus deseos para hacer catarsis. Tampoco es posible seguir jugando al albur de la sorpresa recurrente.
Despertar a un país rodeado de uniformes militares no siempre garantiza el mejor de los amaneceres. Puede ser el inicio de una pesadilla, de esas de difícil sacudida. Sobre todo, si el destino democrático de una nación se deja en manos de unos ciudadanos vestidos de verde olivo, que hace tiempo demostraron su incapacidad para discernir entre el verde y el olivo.
De nada sirven las lecturas piadosas, las que hablan de que toda derrota es una estación en el calvario que nos acerca a la conclusión del destino anunciado. El martirio no siempre acerca al cielo, también conduce al infierno. Si los objetivos no se cumplen al seguir recurrentemente una vía política, simplemente hay que revisar los presupuestos y las acciones que la sustentan. No hay que ser un genio político florentino para saberlo, basta con leer atentamente el manual Politics for dommies.
Si nadie ganó, y nadie perdió -salvo las lamentables vidas que se volvieron a malograr- en el último encontronazo, corresponde a las direcciones políticas de ambos polos encontrar los ámbitos de entendimiento democrático que nos logren sacar de esta tierra de nadie en que nos estamos convirtiendo. No otra cosa ha solicitado la mayoría del apoyo internacional que alienta la recuperación democrática del país, desde el Grupo de Lima en la región americana hasta el Grupo de Contacto Internacional sobre Venezuela animado por la Unión Europea (UE).
Si hay fuerza en la calle, si el régimen está grogui contra las cuerdas como algunos sostienen, entonces es la hora de forzar un entendimiento para lograr una salida democrática por la vía de elecciones libres, transparentes, con observación internacional. Elecciones libres ya, debería ser la consigna pintada en las paredes de las ciudades, en los pavimentos, en baños y parques, en sobremesas y desencuentros, esa debería ser la bandera que anime el nuevo período de lucha que se avecina.
Por supuesto que el régimen se va a resistir, las querrá manufacturar a su medida, pero esa es la vía para acorralarlo democráticamente convocando a todo el país descontento que quiere salir de la locura sin violencia. Y reanimaría el apoyo internacional que empieza a dudar de la capacidad política del liderazgo opositor. Basta con leer la prensa internacional para palpar las dudas que empiezan a surgir sobre su desempeño.
Hay un país agraviado pero que no se siente representado en las aventuras expeditas, y por eso no salió a la calle masivamente como se esperaba el 30 de abril. Hay que escucharlo, aprender a leer su descontento, acompañarlo en su experiencia y no imponerle proyectos personales, desorbitados por su egocentrismo, dispuestos a llevarse todo por delante con tal de revivir recurrentemente sus quince minutos de gloria. ¡Basta, ya!
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