Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Sí, Maduro está al borde del abismo aunque todavía no se lanza. Nada está garantizado.
A un dictador políticamente saludable no le pasa lo que le ha venido pasado al venezolano. Necesita a las masas, si no a su lado, por lo menos resignadas a su mala suerte, que en el caso de Venezuela es su pésima suerte. Maduro reclutó a los altos mandos militares a punta de billete, privilegios, corrupción, narcotráfico o simplemente por todos los crímenes de los que son culpables y cuya hora del juicio podría llegar si cae el gordo. Por eso ellos, que también están al borde del abismo, no lo empujan. Hay que decir, sí, que Maduro no tiene sustituto. Otro chavista, diga usted Diosdado Cabello, duraría lo que unas aspirinas o una empanada en una plaza del vecino país, es decir, quince segundos. Eso también habla de la profundidad de la crisis del régimen: no hay alternativas viables.
Gran parte del mérito de la presente encrucijada tiene nombre propio: Juan Guaidó. Los demás líderes que ha tenido la oposición, Enrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledesma, etcétera, nunca actuaron con el tino y la sindéresis de Guaidó. El hombre se ganó la camiseta de titular con obvia claridad para los próximos años, así alguien lo rete más adelante. Entre otras, no es imposible, e incluso es probable, que Maduro intente a estas alturas una maniobra loca contra su némesis, tipo cárcel o una agresión física. Algo así, que en otras circunstancias podría prolongar su mandato unos años, ahora de seguro lo acortaría, como en su momento sucedió con la Guerra de las Malvinas en Argentina. En todo caso, Guaidó vino a Cúcuta, ciudad semidesconocida para el mundo hasta la semana pasada. Eso estaba prohibido en el libreto.
Un venezolano que pasó por Bogotá hace unos días lanzó una metáfora pertinente, después repetida por Duque. Lo que hoy vive América Latina equivale a la caída del Muro de Berlín. No por otra razón ha visto uno tan desatados y locuaces a personajes por el estilo de Gustavo Petro. Él, que hasta el año pasado se tomaba la sopa tibia de la ilusión, ahora le toca a diario apurarse un plato de sopa fría. Sus perspectivas se están desbaratando a marchas forzadas, al igual que las de Cuba o Nicaragua. Al populismo de izquierda de la región no le va a quedar más que Evo Morales, encaramado allá en sus cumbres andinas, y AMLO, quien está dilapidando su todavía gran popularidad a través de grandes y reiterados desaciertos. A futuro hay que esperar otra cosa en el subcontinente. ¿Qué harán las izquierdas? No se sabe, pero populismo crudo, como el de Chávez y Maduro, se ve remoto después de sucedido. De ahí la angustia de los irredentos. No pueden creer que las ilusiones que traían y que alcanzaron a acariciar con los dedos hayan producido resultados tan catastróficos y se hayan desvanecido.
Tampoco vendrá luego ningún émulo de Francis Fukuyama a decirnos que la historia de América Latina se va a acabar con la caída de Maduro o con lo que sea que venga, y menos con el cambio inevitable que le espera a la Cuba de Fidel Castro, a quien la historia no solo no absolvió, sino que echó a la basura. No dejamos de tener en América Latina unas élites indolentes y agringadas, proclives a dilapidar, ellos también, las oportunidades que les dan. No, aquí no se dan con facilidad los círculos virtuosos, así por el camino se hagan magníficos conciertos como el de Venezuela Aid Live.
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