Yo quiero ser presidente – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Jean Maninat

Alegar que todo niño venezolano, al recibir la nalgada que le daba la bienvenida al mundo berrearía, by default, que quería ser presidente, era un chiste recurrente hace varias décadas atrás, cuando existía una democracia a duras penas articulada, pero que pronto asumió una praxis política moderna que la llevó –entre aciertos y errores- a instaurar una alternancia política en el ejercicio del poder. Se suponía  -hoy sabemos cuán ingenuamente- que los presidentes se sucederían luego de cumplir un período -y descansar dos-  y entregarían la banda tricolor al ganador quien solía ser del principal partido antagónico, mientras los otros lucharían por ceñirse la banda presidencial ejerciendo la política. (Hubo, incluso, quien hiciera un oficio folclórico de presentarse como candidato a cada elección presidencial). Ese estado de gracia tuvo su estocada final cuando las élites, con la ayuda del “pueblo”, decidieran entregarle el país al comandante galáctico.

En aquel entonces, cualquiera podia pretender ser presidente, intentarlo, no había nada exepcional en ello. Basta con revisar el catálogo de candidaturas excéntricas para darse cuenta que la banalidad del bien empujaba a muchos –

cuyos nombres no escribiremos por respeto a sus huesos democráticos- a añadir en su CV el título de excandidato presidencial. El derecho a ser presidente venía en un combo con la cédula de identidad y el pasaporte, y las criaturas eran arrulladas con los auspiciosos susurros de sus madres: duerme, duerme mi hijito, que Miraflores será tu casa, mi hijito.

Pero a medida que el ejercicio de la democracia se asentó y los partidos asumieron su papel preponderante, aquel deseo casi atávico de ser un afable y sonriente mandatario, se convirtió en el combustible de querellas internas que despertaron terribles inquinas y odios, y socavaron como topos ciegos lo que era una democracia admirada en el continente. (¿Recuerdan el terrible match Lusinchi vs Pérez. O el empeño del Cronos Caldera de devorar a sus hijos y acabar con su obra histórica por el placer de ceñirse la banda presidencial por segunda vez?)  Con la madurez política surgió la perversion de considerar que obtener la candidatura presidencial era la única presea que validaba el sacrificio de la militancia política.

Ciertamente, se puede entender que alguien quiera ingresar a – o crear una nueva- batidora política y salir indemne como candidato a gobernar su nación. Es un derecho democrático, allí donde hay democracia. Pero, hay que tener lo que hay que tener, the right stuff de los astronautas de Tom Wolfe: por más que algunos pilotos fueran unos ases haciendo piruetas y lanzando humo multicolor desde sus naves de prueba o de exhibición, a la hora de prepararse para comandar el fatigoso viaje hacia la Luna -sin perder el cable a tierra- se pasmaban ante la exigencia. Eso de trabajar en conjunto, recibir instrucciones técnicas de otros a distancia y mantener la disciplina que la empresa amerita, resultaba muy fastidioso y carente de rocambolesca y notoria heroicidad.

Todo ser humano –hombres y mujeres- tiene derecho a luchar por lograr sus aspiraciones personales y políticas. Toda familia tiene derecho a apoyar a sus vástagos en ese empeño, es casi una ley de la vida. Tan solo se pide -sobre todo en las actuales circunstancias- un poco de prudencia, de decoro, de leer el momento y contener la angustia que causa cuando son otros los llamados a realizar las obras que suponían les estaban destinadas -casi por nacimiento- a ellos. Nada más irritante que un adulto gritando como un niño en medio de una pataleta: yo quiero ser presidente.

@jeanmaninat

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