La voz de Dios en estas tierras – Alberto Barrera Tyszka

La voz de Dios en estas tierras - Alberto Barrera Tyszka
Cortesía: Oficina de prensa del Vaticano

Publicado en: The New York Times

Por: Alberto Barrera Tyszka

Alberto Barrera

En su mensaje navideño de este año, el papa Francisco mencionó dos casos particularmente trágicos de nuestro continente: Nicaragua y Venezuela. Se refirió a ellos con sorprendente serenidad, evitando mojarse en la violencia que sacude a ambos países. Empuñó una retórica tan predecible como anodina, invocando un saludo que igual habría podido aparecer impreso en cualquier tarjeta navideña comercial: unión, paz, blablablá.

Desde la Plaza de San Pedro, el pontífice deseó “que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población”. Al referirse al país centroamericano, decidió usar la imagen del pesebre y anheló que “delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país”.

La voz de Dios en estas tierras - Alberto Barrera Tyszka
Cortesía: Oficina de prensa del Vaticano

Las reacciones no tardaron en aparecer. Las redes sociales se incendiaron rápidamente. No es fácil ser papa en tiempos de Twitter. Cuando Bergoglio dice “pío” replican millones de trinos en todos los cielos digitales del planeta. La revolución tecnológica y el flujo comunicacional también han democratizado la opinión pública y el debate religioso. ¿Qué intereses se esconden detrás de las palabras o del silencio del Vaticano frente a ciertos temas? ¿Por qué su mensaje es tan distinto al mensaje de los obispos perseguidos o acosados en Nicaragua o en Venezuela? ¿A quién deben escuchar los católicos? ¿En cual de estas dos Iglesias deben creer?

Hay quienes, desde un extremismo un tanto delirante, piensan que el papa Francisco es una ficha del comunismo internacional. Del otro lado, hay quienes lo justifican y apelan a su condición de jefe de Estado, a su rol diplomático en los conflictos internacionales. Ambos argumentos suponen que el rebaño es una masa devota y desinformada.

La voz de Dios en estas tierras - Alberto Barrera Tyszka
Cortesía: Agence France-Presse

Analizado desde cualquier ángulo, el mensaje de Francisco habría podido funcionar de la misma forma y con puntual exactitud para referirse a cualquier otro país. A México, a Brasil, a Colombia, a Guatemala… Cualquier nación del continente cabe en los buenos deseos del Padre de la Iglesia. Y quizás ahí reside, justamente, una parte del problema. Porque Nicaragua y Venezuela padecen tragedias singulares, con gobiernos que han reprimido de manera abierta y salvaje a los ciudadanos que protestan y luchan por sus derechos. No se pueden generalizar los buenos deseos frente a países donde se asesina, se encarcela y se tortura a personas inocentes.

En ambos países, además, la jerarquía de la Iglesia católica se ha visto enfrentada, en algunos casos de manera directa y violenta con el gobierno y con los militares. El argumento de que ellos también son el Vaticano, de que ellos también son el papa, es tentador y atractivo, quizás funciona de cara a la institución pero es muy frágil de cara a las víctimas, a esa comunidad que supuestamente también es la Iglesia.

El mismo problema ha enfrentado Bergoglio con el tema de la pederastia. Cuando, este mes, un tribunal en Melbourne condena al cardenal George Pell por abuso sexual en contra de dos menores, de alguna manera establece también una línea de denuncia y de reclamo con el Vaticano y con el papa, quien aun a sabiendas de las acusaciones y del proceso judicial contra el cardenal australiano, lo nombró como miembro de su entorno cercano, en uno de los cargos más importantes de la curia romana. Está bien que el papa luego asegure que la Iglesia católica “nunca más encubrirá o subestimará” sus crímenes, sin embargo, el silencio anterior deja un vacío, una aterradora sensación de complicidad.

La noticia de un papa latinoamericano creó muchas expectativas. Cuando el humo blanco fue argentino, se produjo de manera instantánea una sensación de cambio. Era lo que necesitaba una institución asfixiada por su propio agotamiento, tanto en los argumentos como en las ceremonias; perseguida por las denuncias cada vez mayores y estridentes en contra de algunos de sus sacerdotes.

La voz de Dios en estas tierras - Alberto Barrera Tyszka
Cortesía: Meridith Kohut para The New York Times

La llegada de Bergoglio al Vaticano casi parecía una perfecta operación de mercadotecnia. Proviene además del lugar del mundo donde el catolicismo tiene más audiencia pero también cada vez mayor competencia. El avance de las iglesias evangélicas en el continente es sin duda una amenaza para el Vaticano. Desde esta perspectiva, tratar de ignorar realidad, es un gran error. O un pecado, podría decir también un creyente.

Fue justamente Rosario Murillo una de las primeras en darle las graciasal papa Francisco por su mensaje navideño. Y el Vaticano se merece el espanto de ese agradecimiento. Porque eligió no ver y no decir. Porque, “delante del Niño Jesús”, el gobierno de Daniel Ortega detiene a periodistas y confisca medios de comunicación. Porque “los habitantes de la querida Nicaragua” huyen ahora de la represión oficial que ha dejado un saldo de 325 muertos y más de 400 detenidos y enjuiciados. Lo mismo pasa en el caso de Venezuela. Hablar de “concordia” o de “desarrollo” no solo es frívolo sino también cruel. Aunque el Vaticano decida no ver las noticias o no leer los informes de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), los refugiados siguen ahí. La fe no los desaparece.

El 5 de julio de este año, el papa Francisco escribió en su cuenta de Twitter: “¿Sabemos hacer silencio en el corazón para escuchar la voz de Dios?”. La promesa de cambio del catolicismo tal vez no tiene que venir desde arriba, desde la jerarquía. Puede surgir de las bases, del rebaño. Quizás es hora de que los católicos de América Latina emplacen a su pastor. Que le exijan que vea y que pronuncie lo que está pasando. Que se ponga del lado de las víctimas y no de los poderosos. Que le pidan que trate de escuchar la voz de Dios en estas tierras.

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