Publicado en: El Universal
Reaparece la palabrita incómoda y la rabiosa piel se eriza. “¡Colaboracionista!”, se espeta sin rubor a sus promotores y se demonizan a priori las agendas, no importa cuán diáfanos sean los historiales involucrados. Decir “entendimiento” en Venezuela supone alistarse para la lapidación, asumir que en el paredón alzado por los impolutos habrá un lugarcito para quien ose farfullar las sílabas vedadas. A ese triste punto nos llevó el deslave del intercambio público: a negar que vivir en esta beligerante y erosionada polis exige apelar al logos que articula, realidad de por medio, las angustias y aspiraciones colectivas.
Sabiendo que las opciones menguan para una oposición atomizada que enfrenta a un disfuncional, pero todavía fornido Leviatán, la postración del país debería ser motivo suficiente para presionar por acuerdos. Sumidos en la noche de estos sótanos, atenazados por la obscena arbitrariedad del mandón y virtualmente desarmados, luce justo considerar la vía del pragmatismo político; y apostar a aquella acción que, efectivamente, produzca resultados tangibles, hic et nunc.
Sí: aun cuando el argumento moral nos asista, aun cuando el rigor de ciertos principios incite a atrancar puertas y tragaluces, la realidad sigue lanzando fardos inobjetables: ¿cuál es la amenaza real con la que lidia el régimen hacia lo interno; cuánto en ella perfila una oferta que interese mirar en una puja sin aliados? ¿Alguna de las oposiciones tiene el capital político que le permita reducir su propuesta a un apolíneo “todo o nada”? ¿Podemos darnos el lujo de desairar la ocasión de explorar un “proceso político” (Mogherini dixit) que, asistido por la mesura de una comunidad internacional consciente al fin de nuestro protagonismo, nos aparte de la catástrofe que hoy engulle vidas y esperanzas con la misma grosera avidez de Pantagruel?
Sorprende, sin duda, que las elementales claves de la antipolítica, el pathos desnaturalizando el beneficio de la palabra e hincando su espina en las vísceras encrespadas, siga dando buena guarida al extremismo. Pero por sus obras (o por sus vacíos) los conoceréis: hasta hoy, tales espasmos solo han servido para solapar la inacción. Ajenos a la sensata disposición a abrir trochas cuando la autopista colapsa, jamás ganados para la tarea de transitar el camino largo, espinoso y ahíto de entresijos, mucho menos serán tentados por la invitación a capitalizar un liderazgo creativo, flexible. “Fiat justitia, et pereat mundus”: es la apuesta a la orgullosa petrificación, no importa que “el mundo perezca”. Una que prescinde del alcance concreto de las decisiones, del daño mordiente de la emergencia, del humano ahogo que a la política concierne gestionar.
No obstante, el encuentro que -gracias a las gestiones del Grupo de Boston- juntó al senador Bob Corker con diversos sectores de la sociedad venezolana, brinda otras señales. (Luego de la estampa del atrabiliario Trump dando la mano al tirano reilón de Corea del Norte y del vehemente voto de “no más amenazas”, es posible que las intransigencias respecto al diálogo político sigan moderándose). Presto a escuchar y empaparse in situ de las angustias y visiones de sus interlocutores, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado de EEUU no prometió de entrada diálogos ni mediaciones, lo cual ya es un giro llamativo. “Fuimos allá para tener una idea de cómo avanzar”, dijo al regresar a su país. Aún cuando la política de sanciones sigue en pie, una relación signada por la confrontación adquiere inesperados matices.
Algo perturba. Y es que el balance de tales políticas desemboca en la desilusión que sabemos: el gobierno no-reconocido continúa allí, la crisis sigue drenando nuestros bríos, el caótico éxodo rebasa la capacidad de contención de los vecinos… ¿qué más hacer, entonces?
“Nadie ha hablado de modificar las sanciones”, aclara por su parte Josep Borrell, sino de “explorar vías por las que se pueda facilitar un diálogo… La posición de España es la misma que la de la alta representante: no puede haber una solución que pase por la intervención militar” o que omita “un acuerdo entre venezolanos”. Tras la declaración del ministro español de Exteriores es obvio que la preocupación por la falta de avances arropa también a la UE. Aún admitiendo que “no hay condiciones para una mediación ni un diálogo en Venezuela”, la propia Federica Mogherini habla de “establecer un grupo de contacto y ver si hay condiciones para facilitar un proceso político”.
Privilegiar soluciones y resultados, antes que prejuicios; ampliación de la interlocución, rechazo del pensamiento binario y las verdades absolutas, la vuelta puntual a cierta razón instrumental: el giro pragmático de estas últimas movidas quizás habla de un nuevo abordaje del nudo venezolano. Toca esperar por frutos más nítidos, claro; pero aún sin grandes expectativas, alivia distinguir la brega por superar el atasco. Que no sean las obras de Pantagruel, en fin, las que ganen la partida.
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