Publicado en: El Universal
Por: Mibelis Acevedo Donís
Los resultados de la encuesta Ratio-UCAB sobre percepción de las medidas económicas caen como un latigazo de ásperas certezas. Junto al sorpresivo aumento de los niveles de satisfacción respecto al gobierno (36,5%, su mejor registro desde mayo-2015), hay allí avisos premiosos para un liderazgo opositor que en el cotejo aparece muy debilitado. “Un porcentaje importante de venezolanos sólo recibe, ve y oye la propaganda del gobierno. Nadie más le está hablando. Hay un solo actor en escena. El gobierno está ganando la batalla de la opinión pública”. La conclusión no podría ser más inquietante. Frente a la de un adversario que debería estar pagando los platos rotos de una debacle mantenida a punta de torpeza y cerrazón ideológica, la narrativa de la oposición se ha borrado. Menudo giro: ahora el truhán se adueña del patio, ensaya rumbosas maromas, capitaliza la escucha… ¿qué clase de pecados alentaron tal desvío?
Claro que competir contra el aparato comunicacional del gobierno no es, nunca ha sido una menudencia. Lestrigón hábil para adaptarse y crecer a merced de la restricción, la propaganda oficial no pierde ocasión de alargar sus brazos: así, en la medida en que la penuria hace más vulnerable a la gente, el control social se recompone y expande. Sabemos cuán eficaz puede ser una operación destinada a desfigurar la evidencia si se tiene la posibilidad de invisibilizar a quien ofrece contraste, de suprimir su presencia, de borrarlo real y simbólicamente del mapa. Pero también es cierto que tal aspiración no es imbatible. Atajada por la arremetida de la verdad factual, su vida se acorta. Más aún: al lidiar con un contradiscurso capaz de trascender la denuncia y dibujar una alternativa nítida, dispuesta a retar la calamidad y los arrestos de la mentira organizada, hasta la más blindada posverdad tiende a desarmarse.
Todo indica que ese contradiscurso -uno que sin duda existió, marcando picos memorables en momentos en los que la oposición logró remontar la incertidumbre y neutralizar al extremismo; y articularse, inspirar, movilizar- hoy luce anémico, prácticamente inexistente, según indica el estudio de marras. La ausencia de contendores en la cancha ha dejado al mediocre jugador marcando goles en solitario, libre para decidir si sigue o no las reglas, si bailotea o se entrega a la gambeta de rigor, sabiendo que en tal circunstancia incluso la fullería es innecesaria. El paisaje no puede ser más gentil para el mandón. La autoinvalidación del oponente le ha regalado un respiro.
Renunciar a la política y lo que ella implica en términos de movimiento, pulsación, visibilidad, quizás alimenta esa percepción de que, junto con la palabra, un agonista clave se ha esfumado. Penoso, en especial si consideramos que la actividad política, como dice Jacques Rancière, “hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar; hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido”. En ese sentido conviene detenerse no sólo en el abandono de plazas que, inevitablemente, serán ocupadas por otros competidores; sino en la precariedad de otras narrativas que atiborradas de “digna” negación sólo generan coartadas para la petrificación recurrente.
El despolitizador “NO” retumba en ellas, acorazado, reacio al ablandamiento. En el caso de algunos que consistentemente rehúyen la dinámica de la polis, el plan se reduce a demonizar toda iniciativa tendiente a la organización con fines estratégicos: no al voto, no al diálogo, no a las alianzas. Seducidos por la creencia de que el mero enunciado devendrá en milagrosa realización, apelan a la frase hecha, al sofisma que no admite interpelación. La duda persiste: ¿cuántos se están dando por aludidos? ¿A quién afecta ese mensaje? ¿Interesa acá cultivar lazos entre un discurso y un ethos mayoritario -para lo cual es vital reconocer a un interlocutor de carne y hueso; construir esos colectivos de identificación– o sólo se asalta una tribuna sin mayor afán que el de escucharse a sí mismo?
Lo cierto es que los efectos de la dislocación de los vínculos de representación -esos basados en una comunicación que junta, redime, avista la oportunidad en medio de la inopia- no se han hecho esperar. Algo que desconcierta más cuando se comprueba que aún abatida por la frustración y la desafección política, hay una población que no se entrega a la pulsión de muerte, que sigue apostando a “que el país mejore”.
El diagnóstico de la relación entre líderes y sociedad da pistas para conjurar la tensión que insiste en rebrotar. Estando la escucha tan comprometida por el entorno, es justo prescindir del silencio y la gritería, y más bien recurrir a una léxis que atada a la posibilidad tangible de acceder a espacios de poder, prometa ser praxis. Con nuevas elecciones en puerta, el chance de ocupar el cortijo abandonado se reinaugura. Preparémonos para hablar con verdad, entonces: el eterno rifirrafe entre política y antipolítica no da tregua.
Si estos elevadísimos sabios -de ambos sexos- maestros iluminados, poseedores de la Verdad, que representan la Política, están a esos niveles extra-galaxia y tienen el Conocimiento y las claves para superar los “desaguisados” de la antipolitica, ¿por qué de una vez, no toman el control del asunto, neutralizan y corrigen lo erróneo y “salvan la patria”?