Publicado en: El Universal
Se cumplen dos décadas del triunfo electoral de Hugo Chávez. Ese día de 1998 me vino la idea: “pasaré los siguientes veinte años en desgaste contra este disparate que se nos viene encima”. La avilantez, la soberbia y la medianía se han encargado de atornillar la revolución y suena que van a ser más de veinte, mutatis mutandis. Venezuela es el nuevo Haití, luego de haber sido el modelo democrático latinoamericano, por la incompetencia del gobierno para gobernar, solo comparable con la de quienes lo enfrentan sin mínima sensatez.
En la izquierda internacional había la idea de que el experimento venezolano que arranca en 1998, luego de la trágica experiencia del final soviético, podría ser una versión de nuevo tipo que se sobrepusiera a sus aberraciones. Por fin podría verse un socialismo humanista, la utopía al cuadrado, obra en este caso de un militar. Pero fracasó igual que los anteriores y por exactamente las mismas causas. El gobierno más inhumano de la historia de Venezuela, el actual, de vez en cuando se cubre con el humanismo. Y hablando de eso se cumplieron cincuenta años del Mayo francés, una revolución de barricadas en París que se regó por el mundo.
Pedía ir más allá de cualquier frontera imaginable de libertad, “prohibido prohibir”, pero entre sus íconos brillaban nada menos que Castro y Guevara. Decían que “el Hombre” escrito así, con mayúscula, debía ser el centro de la nueva sociedad, aunque en Cuba fusilaron y torturaron a muchos hombres con minúscula, y tal vez por eso no les llamaba la atención. Con la invasión a Checoslovaquia de aquellos días, en las juventudes de izquierda surgió la sensibilidad hacia esto del “socialismo de rostro humano”, aunque alguien respondió que era lo mismo pedir que un rinoceronte tuviera rostro humano.
El marxismo es antihumanista
Era la moda de los supuestos marxistas humanistas impulsada por la conocida como Escuela de Francfort, filósofos que habían huido de Hitler para establecerse en EEUU, concretamente en California, en el corazón del imperialismo donde tuvieron toda clase de reconocimientos, muchos más de los que merecían. Inspirados en el pensamiento de Georgy Lukács, un asesino, Herbert Marcuse, Hans Horkheimer, Teodoro Adorno, Erich Fromm, representaban antes en Alemania y luego en EEUU, la escuela que creó tantas expectativas injustificadas y hoy podríamos decir que necias.
Estaban empeñados en construir el encuentro teórico entre Freud y Marx, entre el sicoanálisis y el marxismo. Otro expatriado alemán, Whilhem Reich no se sabe si había llegado loco a su exilio o se había vuelto en el devenir, pero en su demencia estuvo rodeado y admirado por muchas luminarias. En el lejano 1927 había publicado La función del orgasmo donde se adentra en la idea freudiana de neurosis y represión, y sostiene que la libido poco ejercida conduce a posiciones reaccionarias. Según su tesis, el sujeto sería de derecha, de izquierda o de centro de acuerdo con la frecuencia de encuentros íntimos que tuviera.
En Estados Unidos funda el Instituto de Política Sexual e inventa -de algo hay que vivir- la caja orgónica, aludida en la película Barbarella con Jane Fonda, un diseño especial para producir éxtasis en serie. Y por muy descabellada o ridícula que pueda parecernos, fue un éxito de ventas y la usaron, por ejemplo, el hoy flamante Premio Nobel Bob Dylan (ya Vargas Llosa sugirió que un próximo podría ser para Cristiano Ronaldo), escritores tan insignes como Norman Mailer y Gore Vidal, y hasta un filósofo de extrema derecha, Murray Rothbard.
La caja mágica
Era una caja de acero por fuera y madera por dentro, que aparte de las satisfacciones comentadas, tenía la propiedad de curar enfermedades. Al parecer las cajas orgónicas no funcionaron tan bien como se esperaba y a consecuencia de quejas y denuncias, el gobierno gringo declaró que Reich era un charlatán estafador, y las destruyeron. En 1954 desesperado, pidió apoyo a las autoridades porque lo acosaban Ovnis y presumía que tenían el plan de secuestrarlo y llevarlo a otro planeta, en el que, seguramente, estaban ansiosos por recibir las cajas milagrosas.
Adorno y Horkheimer recibieron una monumental encomienda del American Jewish Committee, escribir una obra amplia y profunda que analizara exhaustivamente el autoritarismo desde el sicoanálisis. El libro apareció, La personalidad autoritaria, 1.500 páginas de estadísticas, contradicciones, simulaciones y retruécanos, tenida en las escuelas de sociología, aún hoy, como el santo grial. Pero si su paisano establecía que se era de izquierda cuando se tenía bastante sexo, para Adorno el binomio derecha vs. izquierda es equivalente psicópata vs. sano, es decir, Stalin era un modelo de salud mental mientras Churchill un enfermo grave.
No acepta que la alternativa de autoritario es demócrata, porque considera que el término es “burgués”. Para colmo establece una tabla de nueve variables que definen la “esencia” de la personalidad autoritaria, pero los dieciséis procesados de Nuremberg no los presentaban. Lo lamentable y absurdo es que haya sido y sea sacrosanto para tantos estudiosos que quisieron basar el supuesto humanismo marxista en semejante bodrio. Cuando comenzaron a surgir críticas académicas a La personalidad autoritaria, Adorno decidió dejar el incendio, poner océano de por medio y regresó a Francfort preventivamente.