Pase lo que pase el domingo, el lunes nos levantaremos con vanas ilusiones. Algunos pensarán que se acabó lo que se dijo y ahora es cuando vamos a ver cómo mancha el cambur verde. Otros dictaminarán que, como dicen los genios de la labia, todo será territorio gatopardiano, a saber, que todo cambie para que nada cambie. Pero la verdad es mucho más simple. La guerra económica que el estado venezolano le ha declarado a los ciudadanos se hará todavía más fuerte. Usted irá al mercado y notará que los churupos no le alcanzan ni para la mitad que la semana pasada. Y que las estanterías están todavía más vacías. La fiebre de su muchachito se la tendrá que bajar a punta de baños de inmersión en hielo porque un simple antipiretico no hay. Ruegue usted que no tenga que enfrentar alguna dolencia grave de esas que ponen en riesgo la vida, porque ya puede ir preparando su mortaja y escribiendo su obituario. El lunes 21M manadas de venezolanos amanecerán haciendo cola en embajadas y consulados para tramitar visas que les permitan emigrar a donde sea, para intentar rehacer un plan de futuro. Venezuela, tradicionalmente un país de jóvenes, cambia sus estadísticas demográficas y se convierte en una nación añejada, lo cual no poca repercusión tiene en términos económicos. Porque en un país sin jóvenes se van enmagreciendo los aportes al sistema de pensiones que, como sabe cualquiera con dos dedos de frente, son los llamados a financiar las jubilaciones en curso.
Salga sapo o salga rana, el lunes el país amanecerá peor. No me anima un destructivo pesimismo. Es realismo puro y simple, para nada mágico. Porque es impresionante lo mucho que se agravan los problemas cuando no sólo nada se hace para solucionarlos sino, peor, cuando se hace todo lo posible para hacerlos crecer y tener cría. Esta campaña electoral, signada por un tercermundismo atroz y decadente, ha sumado a la literatura sufragista un montón de frases cargadas de simpleza intelectual. Desde el “me importas tú” (Bobby Capó se revuelca en su tumba), pasando por “Dios salvará a Venezuela” (y si no la salva, ¿qué?), hasta palabrerío que invierte la carga de la culpa (ustedes serán responsables si no votan) o abiertamente chantajea a los ciudadanos (si votan por mí yo les doy la cajita Clap). No ha habido ni una sola pieza de campaña, de cualquiera de los candidatos, que pueda ser evaluada con un 20. El pobrecitismo ha hecho de las suyas en los creadores de cuñas y discursos. Y seguramente en la fría Suiza cualquier campaña para el cargo que sea ha tenido más emoción que las que hemos visto en Venezuela en esta oportunidad.
Pero bueno, estamos a horas. Casilda y Juan quizás se irán a dormir tarde el 20M, luego de ver el paseíllo por la rampa del CNE y el anuncio de la comadre mayor del resultado irreversible. Bajo la sábana entre sus cuerpos meterán alguna pequeñita esperanza e intentarán conservarla entre pecho y espalda, pensando que puede ser que, entre tanta indecente estupidez, pasado el sofocón, tal vez surja un brillito de sensatez. Despertarán el 21M a la cruda y ruda realidad: que no le importan a nadie, que solos tienen que ver cómo arrean con el desastre; que en la hoguera de vanidades de los políticos que se montaron en este falso ejercicio democrático, en esta vergonzosa mamarrachada electoral, los ciudadanos no importan, no cuentan, no valen. No son ni tan siquiera adorno. De hecho, sobran. Despertarán Casilda y Juan entendiendo que no tienen patria, ni república, ni nación, ni derechos humanos, ni democracia. Y es tan, pero tan difícil dibujar el futuro.
Podría escribir ya mismo lo que habrán de decir los vencidos y el ganador. Nos obsequiarán un sancocho de endebles justificaciones (los perdedores) y promesas babosas (el triunfador). La falsedad campeará. Porque el micrófono aguanta todo, el papel aguanta todo, la pantalla aguanta todo, aunque el alma ciudadana ya no aguante más. Y las inefables comadres cantaran victoria. Habrán tenido éxito en su deseo de ningunear a Venezuela, aunque millones de venezolanos sientan que pueden “escribir los versos más tristes”.
Pero, ah, en cuestión de pocos días, caeremos en el pichaque distractor de la reconversión monetaria, de fuertes a soberanos, y también en diitas comienza la Copa Mundial de Fútbol. Y esos gritos de ¡gol! disimularán los gritos de hambre.
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