Publicado en: El País
Por: Ibsen Martínez
Sé muy bien que señalar semejanzas entre AMLO y el Robin Hood de Sabaneta [Hugo Chávez] disgusta mucho a mis panas mexicanos de la barra de Morena.
Que mis amigos mexicanos me saquen de dudas: me pregunto si el peje tan mentado que presta apodo a Andrés Manuel López Obrador no será, por casualidad, el mismo animalito de branquia y escama que aquí abajo llamamos guabina.
La guabina que conozco es pez de río y en los afluentes llaneros del Orinoco llegan a cobrarse ejemplares de hasta cinco kilos. No es pez de raudal; se encuentra mucho más a gusto en los rebalses. Su nombre técnico es hoplias malabaricus.
Siempre creí, en mi ignorancia, que lo llamaron así porque el mucílago que cubre sus escamas dificulta manipularlo al sacarlo del agua. Se pone escurridizo y obliga al pescador a hacer malabares para que no escape. Pues no: el hoplias se apellida malabaricus porque el primero que avistaron y describieron, allá por el siglo XVIII, vivía en un río de la región de Malabar, en la India.
Una vez me invitaron a pescar ¡en kayak! las guabinas que se crían en la represa de Cabuy, cerca de Nirgua, en el estado Yaracuy. Por eso me consta que es tan voraz y omnívoro que ataca enérgicamente casi cualquier carnada. Como en la vida siempre he preferido mirar desde la orilla me perdí la experiencia del kayakismo, mas no la pitanza que prepararon y brindaron los pescadores.
La verdad, aquella guabina, con ser de carne tan apreciada y a pesar de lo bien aderezada y cocida a la fricandó, me supo a tilapia de supermercado, con un retrosabor tan cenagoso que no, mil gracias.
El diccionario de la Real Academia, valgan lo que valieren sus saberes, imparte de guabina una acepción cubana: persona que, interesadamente y con frecuencia, cambia de parecer o de filiación política, o que se abstiene de tomar partido. En Venezuela, añade el libro gordo, llamamos guabina a quien sabe hurtar el cuerpo cuando pretenden emplazarlo en el curso de un debate. Es la acepción que interesa hoy a esta columna con que llego a tiempo de participar en el juego de salón venezolano favorito de la temporada. Consiste en hallar parecidos entre Andrés Manuel López Obrados y Hugo Chávez.
Miré de punta a cabo el debate entre los candidatos presidenciales mexicanos y, sin que me quede nada por dentro, sostengo que el ganador indiscutible fue López Obrador pero que, como guabina, Chávez era, libra por libra, muy superior al candidato de Morena.
Allí donde AMLO no mostró más recursos que sentarse bovinamente en la soga y desgranar resbaladizos tópicos redistributivos, Chávez habría valseado, de campanazo a campanazo, con los golpes telegrafiados por Anaya y las simplonas puyitas de Meade, lanzando jabs en retroceso, como Carlos Monzón, haciendo sidesteps y pegándolos todos sin parar de hablar basura antiimperialista, indigenista y bolivariana.
Pero ahí cesan las diferencias: en casi todo lo que se alcanza a ver desde aquí abajo, el comandante eterno y el peje tabasqueño me son absolutamente indistinguibles.
Sé muy bien que señalar semejanzas entre AMLO y el Robin Hood de Sabaneta disgusta mucho a mis panas mexicanos de la barra de Morena. A mí también me repugnaban en un tiempo las comparaciones por aquello de que suelen más bien oscurecer que iluminar. Pero me he convencido de que los populismos de última generación latinoamericana, con ser proteicos y polimorfos, terminan, extraña e insidiosamente, por ser idénticos en su perversidad. Esto se hará más y más patente cuanto más cerca se esté de las elecciones mexicanas y colombianas.
Me basta escuchar a AMLO decir lo que piensa hacer con Pemex o con el avión presidencial para que me ataque el déjà vu.
Chávez decía, en plan candidato, que para qué tanto avión. Ya en plan presidente electo, nuestro peje sacó a la venta la flotilla de Pdvsa y remató el presidencial. Al rato, urgido por su misión de revolucionario trotamundos, encargó un avionazo para ir a sus cumbres con Putin, Lukashenko, Gadafi, Teodoro Obiang, Lula, Evo Morales y Ahmadinejad. No te cuento las coimas que corrieron cuando hubo que dotar de nuevos aviones a la petrolera estatal.
Me dicen, y ahora lo recuerdo, que AMLO no es muy amigo de viajar fuera de México. Ahí si me agarraron; ahí puede que haya una diferencia.
Chávez también renegó de la viajadera por el exterior y cuando llegó a presidente no dejó lugar en el mundo sin visitar. Y con el avión lleno de gente hospedándose en los hoteles más caros de cada sitio.