Publicado en: El Universal
Harvey Weinstein cayó desde su alzada de máximo productor y distribuidor de cultura del planeta Tierra desde los años 80 hasta nuestros días. Probablemente ni siquiera su extraordinaria obra pueda defenderlo porque tal vez tampoco ella se salve de la venganza y ya en cantidad de artículos la desmerecen. Sesenta años atrás García Márquez describe la figura patética, dolorosa, de quienes pierden el poder, con el inolvidable personaje del ángel caído en una tormenta, Un hombre muy viejo con alas enormes. La deteriorada, marchita, abatida criatura, termina postrada en un maloliente gallinero donde los animalitos la picaban para comerse los parásitos de sus sucias alas. Ahí lo guarecieron Pelayo y Elisenda, los dueños de la finquita por cuyos lodazales fue cuesta abajo en su rodada. Al final la pareja decidió sacar partido y cobrar a quien quisiera ver el espécimen, doloroso espectáculo de circo.
Yacía en el piso, entre píos y deyecciones de pollitos, mascullando su derrota en lenguas incomprensibles y sin embargo la gente iba a verlo para pedir consuelo a sus sufrimientos (el hombre que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, una que llevaba la cuenta de sus latidos desde niña y se le acababan los números, una mujer pesarosa porque perdió el amor de su vida por maltratarlo). El amo del cine también desplegó una inédita capacidad para hacer masivas películas “cultas” o de bajo presupuesto, esas que antes de él solo se veían en cinematecas. Miramax, su primera empresa llamada así en honor acrónimo a sus padres, circuló pequeñas cintas de muchos países, como Eréndira basada en el libro de ya sabemos quién. Así Mi pie izquierdo, la melcochosa Cinema Paradiso, ese desconcertante pilar del cine gay, Juego de lágrimas.
Un gordo contra el Olimpo
Por él conocimos el nuevo cine chino que apasionó a occidente con Adiós a mi concubina. Lanzó a Tarantino en Reservoir dogs, e incontables otras obras que sin el maldecido, nadie hubiera visto fuera de los cenáculos. Ahora lo acusan de explotar el cine de autor, comercializarlo, le endilgan ex post como pecado lo que antes llamaban virtud. Un izquierdoso español dijo “que (Weinstein) le había sacado plata a obras que no eran para hacer plata”. Según la nueva revelación no fue que El paciente inglés le ganó el Oscar a la también extraordinaria Fargo, Shakespeare enamorado derrotó a Rescatando al soldado Ryan, sino que Weinstein impuso sus películas por “empeño, dinero y lobby” como si Spielberg fuera un desvalido. Hoy por lo menos cincuenta mujeres maravillas, bellas, poderosas, ricas, sobrehumanas, lo acusan de acciones muy feas y hasta su hermano lo repudió.
Eso demuestra que puso la mano donde no debía o se presentó en una de esas ridículas batas de seda que supuestamente dan sensualidad masculina, ante Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Asia Argento, Ashley Judd, Lena Headey, Kate Beckinsale, Daryl Hanna, Annabella Ciorra, y otras diosas del siglo XXI. Hoy ellas configuran un equipo de fiscales que ninguna defensoría en la galaxia se atrevería a desafiar. Pero preocupa la tormenta de denuncias de acoso una vez que estalla el caso Weinstein, porque corre el riesgo de convertirse en una oleada conservadora, arribista, de buscadores de escándalo, en esta época de lenguaje apocado y políticamente correcto. De entre las más de cincuenta víctimas de las cuestionadas acciones, algunas cedieron a sus proposiciones y otras no, pero todas continuaron con sus carreras y tuvieron éxito.
¡Abusadora, abusadora!
Pudieron superar la presión que no solo ocurre en Hollywood sino en cualquier ambiente humano. Y varias de las acosadas de entonces, paradójicamente, a su vez hoy reciben denuncias de acoso. ¿Dónde está la frontera entre el ataque -“la conquista” de nuestros padres- y el acoso? No existe acto de seducción en el que un sujeto no invada la privacidad, tome una iniciativa violatoria de la sagrada persona del otro (tocarlo, besarlo de improviso, decirle algo incitante). ¿Cuándo la expresión “vamos a mi casa” después de unos vinos no es seducción sino harassment? En Acoso sexual, una impactante película de los noventa, Demi Moore (hoy señalada de acosadora en la vida real, igual que Jennifer López) hace el papel de una jefa de oficina que pone el ojo a un barrigoncito Michael Douglas, hasta que triunfa la virtud y ella paga su abuso. Pareció quedar clara la doctrina: acoso es cuando quien toma la iniciativa tiene poder sobre el otro.
Pero como la estructura de la sociedad es piramidal, siempre hay alguien por debajo y por arriba jerárquico (que nos gusten los superiores pero no los inferiores, pero aquellos no pueden ni mirarnos. Galimatías al fin). Una novela de Phillip Roth La bestia moribunda, cuenta que el profesor David Kepesh -interpretado en el cine por Ben Kingsley- escribe en la cartelera universitaria: “acepto insinuaciones de las estudiantes solo terminado el curso”, una burla a lo políticamente correcto. Que un jefe no puede enamorarse de un subordinado, desconoce la realidad de todas las oficinas del planeta y va contra el poder erótico de la admiración. El punto crucial es que la capacidad para calificar si es ataque o acoso, está en quien lo recibe. Ella dirá a sus amigas qué ocurrió, o se burlará del que no se atrevió a actuar. Será acoso de no haber correspondencia, y seducción si efectivamente la hay y el asunto muere ahí.