Después de 1991, con el fin de la Unión Soviética, más de 60% de las naciones se regían por sistemas democráticos. Euforia era el sentimiento predominante por haber concluido el horror de las catacumbas totalitarias, salvo en Cuba y Norcorea. Aparecieron obras trascendentes, La tercera ola. Democratización a finales del siglo XX, del gran maestro Samuel Huntington donde evidenciaba que desde la década de los 60 el mundo vivía un proceso de transición a la democracia. Sacudió al mundo cultural, en especial a la izquierda, El fin de la historia, de su discípulo Francis Fukuyama, el pensador político más importante de lo que va de siglo. Caso de un best-seller de ciencia política, posiblemente en la disciplina el libro más conocido, más criticado y menos leído en 25 años. Todo el planeta repetía observaciones de tercera mano sobre lo que no estaba escrito en él.
Pero este año que se va, 2016 de gracia, el panorama no es el mismo y alrededor de 20 por ciento de los países democráticos retrocedió hacia sistemas autoritarios. Tal vez el mundo atraviesa un gap momentáneo del que saldrá airoso, pero es tan difícil afirmarlo como negarlo. Cuando se produjo la entrevista entre Nixon y Mao en 1972, un periodista le preguntó a Chou En-lai, el gran estratega del PC chino, que pensaba de la revolución francesa: “es demasiado pronto para saberlo” -respondió. Un grupo de naciones latinoamericanas entró en el socialismo del siglo XXI, autocracias con visajes constitucionales que retrotrajeron los derechos políticos y se dedicaron a acorralar a los estamentos que no se plegaron a sus designios salvadores. Se vivieron verdaderas cacerías humanas contra la oposición, ahora llamada con el abyecto léxico de Castro, contrarrevolucionarios. Si bien no van a ningún socialismo, alguno puede ir al caos.
Cambio que no Era
Una mancha roja se expandió por el continente, aunque poco a poco se deslíe. Correa reconoció hace unos días que “la izquierda estaba en un mal momento” pero no hay seguridad de que su revolución ciudadana perderá las elecciones en Ecuador para permitir que resurja el Estado de Derecho. Daniel Ortega impuso en Nicaragua un despotismo modernizador que conjuga la destrucción progresiva de la legalidad con relativa eficiencia económica y parece haber trancado el juego. Macri ganó en Argentina y derrotó cinematográficamente a la mafia kirchnerista, pero piano piano desciende su popularidad porque tuvo que ejecutar medidas antipáticas. Y también porque el exceso de prevención y cierta dosis de inseguridad -mayor que la prudencia- le impiden obtener resultados rápidos sobre la inflación. Eso pone en peligro su propia permanencia en el Gobierno, aunque le queda chance.
Debería verse a tiempo en el caso de Ucrania 2004, que los calle-calle ponen de ejemplo de cómo la movilización de masas era instrumento adecuado para salir de gobiernos autoritarios. Las épicas concentraciones en la Plaza Maidán contra el fraude electoral -la marcha sin retorno-, se conjugaron con una decisión parlamentaria para desbarrancar a Víctor Yanukóvich y, la piedra angular, la aceptación de este hecho por las Fuerzas Armadas. Funcionó, exactamente igual que en Brasil el mecanismo constitucional que aquí invocan como “350” sin entenderlo muy bien, solo que en este caso falta el detalle de los comandos militares comprometidos con el status quo. En Ucrania hubo un trabalenguas. Se convierte en mandatario el héroe de la resistencia, Víctor Yúschenko que derrota a su tocayo Víctor Yanukóvich.
Calle-calle
Pero a veces los héroes vuelan alto pero aterrizan aparatosamente en la realidad y después de un gobierno vacuno, Yúschenko recibe una tunda y regresa al poder Yanukóvich. En Argentina quedan pocas vacas, y aún privan la esperanza, las buenas expectativas, y los principales grupos de poder aprendieron mucho de tres períodos de populismo caliginoso. Pero Macri debe fijarse en esa experiencia. No se puede olvidar que para Borges “los peronistas no son ni buenos ni malos: son incorregibles”. La revolución bolivariana entronizó en la región a dos fuerzas para la incertidumbre, porque no tienen ni la más remota inclinación por la democracia: Rusia y China. En la primera, la involución fue galopante, desde Yeltsin, otro héroe que al final dejo el terreno abierto a una restauración de la KGV en el poder, y Putin ha creado una turbia semiautocracia petrolera muy parecida a la criolla pero sin la desopilante ineptitud.
Los chinos apoyan a fondo al gobierno venezolano por petróleo, pero principalmente por cuidar el punto, para comprar influencia en el área. Trump tiene mucho que agradecer a Putin… ¿cumplirá lo que ha dicho sobre replegarse fronteras adentro de EEUU y abandonar espacios internacionales? Retirarse de Asia Pacífico, como anunció, sería entregar la zona (incluida Taiwán) a China, aunque tal vez solo lo dijo para humillar a Obama en la Cumbre de Perú. Pero si mantiene el tradicional desinterés por Latinoamérica, la presencia de ese par de sombras tenebrosas, Rusia-China anuncia financiación para aventureros y debilitamiento de los sistemas constitucionales ¿Quiere saber sobre el futuro de la democracia? No lo sabe Fukuyama sino Trump, Putin y Xi Jinping, los nuevos demiurgos.
@CarlosRaulHer