Publicado en El País
Por: Jorge Morla
El actor venezolano se somete al carrusel de preguntas de este periódico
El actor venezolano Héctor Manrique está de vuelta en Madrid, ciudad que le vio nacer en 1963. Representa Sangre en el diván, monólogo adaptado, protagonizado y dirigido por él mismo que pone sobre la tarima la fascinante historia del psiquiatra venezolano Edmundo Chirinos, hasta 2008 una respetadísima personalidad (no en vano fue terapeuta personal de tres expresidentes, entre ellos Hugo Chávez), y luego condenado por asesinar a una paciente en su consultorio y por abusar de otras muchas. Muy crítico con la situación política (y económica, y social, y moral) que vive Venezuela, y tras representar en su país la obra, estos días está en la capital española, donde realiza cuatro sesiones. Luego, volverá a cruzar el Atlántico para ponerse la bata blanca en Santiago de Chile.
De pequeño quería ser…
¡Feliz!
¿Lo ha logrado?
Sería muy cínico decir que sí viviendo en Venezuela, donde tanta gente lo pasa tan mal. Y ya hay suficientes cínicos allí.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
Me lo dijo mi madre española: ama el sitio donde comen tus hijos.
¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?
Con alguien que me agradara tanto como yo a esa persona.
¿Algún sitio que le inspira?
Ahora mismo estar frente al Guernica. He ido ya dos veces en este tiempo que llevo en Madrid. Es algo muy profundo: el arte contra la barbarie.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
De mentira, en la última representación que he hecho. De verdad, cuando vine a Madrid para la obra, tras despedirme de mi mujer y mis hijas.
¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?
¡La vida!
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
Disfruté mucho Berta Isla, pero reír, reír… recuerdo estar leyendo en un restaurante y que unos vecinos de mesa se levantaran a preguntarme que por qué reía tanto. Estaba leyendo Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx.
¿Qué papel mataría por haber interpretado o reinterpretar?
Tiempos modernos, de Chaplin. Pero es imposible. Para mí, es el más grande. Yo no digo que insuperable, pero sí insuperado.
¿Necesita Venezuela pasar por el diván?
Mira, yo no tengo mucha simpatía por los psiquiatras (al menos en mi país, pues la Sociedad Venezolana de Psiquiatría calló sobre Chirinos). Venezuela necesita mirarse en el espejo con sinceridad; descubrir sus propios monstruos.
¿Qué ha aprendido enfundado en la piel de Edmundo Chirinos?
He aprendido que todos somos sensibles y encantables. Alguien así nos puede engatusar.
¿Cuál ha sido su gran experiencia?
Ser padre.
¿Dónde no querría vivir jamás?
En la Venezuela en la que hoy vivo. Por eso intento cambiarla.
¿Qué lo deja sin dormir?
La angustia de tanto compatriota.
¿Y cuando duerme, tiene algún sueño recurrente?
Lamentablemente (por lo que me cuentan), nunca he recordado mis sueños.
¿Cuál es su olor preferido?
Cualquiera que me dispare a la infancia.
¿Qué personaje del cine o de la literatura se asemeja a usted?
No tengo tan buena opinión de mí mismo [ríe], pero si tuviera que elegir parecerme a alguien, al personaje de Gérard Depardieu en Novecento.
Respecto a su trabajo, ¿de qué está más orgulloso?
De poder seguir haciéndolo.
¿Cuál es la noticia que siempre ha esperado leer?
Implica un nombre propio que mejor no decir en esta conversación, que estaba siendo tan buena. Dejémoslo en: ¡Venezuela cambió!
¿Cómo ve el futuro de Venezuela?
Lo veo muy difícil. Pero estoy esperanzado.