Por: Jean Maninat
Hace un año, por estas fechas, hablar del 2015 y el compromiso electoral de las parlamentarias era causa suficiente para que se desatara uno de esos mini tsunamis que suelen inundar Twitterlandia de toda clase de improperios, terribles vaticinios personales y familiares -si su madre estaba muerta para entonces, se la revivían a fuerza de tanto recordársela- y, no faltaba más, flotaba la recurrente acusación de colaboracionismo con el gobierno. El cielo lucía maduro para ser tomado por asalto.
Pero el tiempo, sea el de Dios, o el del hombre, es un mecanismo casi perfecto que ineludiblemente aproxima lo por venir y nos lo instala en el asiento de al lado sin pedir permiso. El fútil intento de atrasar o adelantar sus agujas, voluntariosamente, siempre ha sido desastroso. Y voilà, el tan lejano 2015 de entonces, y sus retos, llegó con la fuerza ruidosa de una locomotora desbocada, amenazante con llevarse todo por delante. Lejos de cumplir con la superstición de que todo año nuevo traerá consigo una cesta de mejoras personales, y la voluntad recobrará el vigor para acometer con éxito los propósitos de enmienda postergados, este nuevo año trajo consigo lo peor del pasado reciente, como esas masas de chicle que mientras más raspamos contra el pavimento, más se aferran a la suela del zapato.
Si alguna recóndita e irracional esperanza se guardó de que, entre gaitas y hallacas, el gobierno recapacitaría y enmendaría el rumbo, se hizo trizas, ni bien comenzado enero, con la esperpéntica e inútil gira internacional del jefe del gobierno y su entorno íntimo. La psiquis totalitaria, en sus diversas variantes, siempre ha supuesto que una mentira repetida mil veces se convertiría en verdad. El tiempo -como sucedió con Hitler, Stalin, Pinochet y tantos otros- se encargaría de demostrar que una mentira repetida mil veces, seguirá siendo una mentira, por los siglos de los siglos. Así que podrán convocar al “pueblo”, acarrear funcionarios públicos indigestos con su situación económica, manufacturar juegos florales para celebrar al viajero alegre, pero no lograrán desdibujar la verdad de un pueblo sometido a la ignominia de mendigar comida. Basta con ver las reseñas de la prensa internacional.
La masa no está para bollos, y precisamente por eso habría que mantener la mente fría y la voluntad afilada. Los herederos terminaron de dilapidar al país y el festín que inauguró el fundador de su culto se acerca a su fin con una resaca de barriles petroleros que no termina de tocar fondo. No es para alegrarse, el desmán ejercido en estos tres lustros lo están pagando los venezolanos en la cola infinita en la que les han convertido al país. Conviene sí, gerenciar la rabia y evitar los convites radicales que aúpa el alto gobierno (para comenzar el año, un paro general fantasma convocado por ellos mismos) y calibrar las palabras con las que culmina su último artículo Alberto Barrera Tyszka: “En tiempos de impotencia abundan los espejismos. En el año de los radicales, lo primero que nos toca es aprender a administrar la indignación”. (El Nacional. 11.01.2015).
La oposición democrática venezolana ha realizado una labor titánica, contra viento, marea y recursos oficialistas. Por más que se hayan empeñado los jerarcas del régimen en extinguirla, no lo han logrado. Cada cadena de televisión del jefe de Estado para denigrarla, cada comparecencia del “segundo hombre del PSUV” para enlodarla, sólo sirven para remarcar su presencia, su pertinencia y la justicia de su eventual triunfo.
Con un poco de fe postnavideña, uno podría imaginarse a los dirigentes opositores dejando de lado sus diferencias, y presentando un programa común y pertinente para el cambio en las próximas elecciones parlamentarias. Ese sí sería un alivio para quienes hacen cola y esperan un indicio alternativo, una propuesta de cambio potente que vaya más allá de recordarles a cada instante -como si no lo supieran- las penurias con las que sobreviven.
Transformar las colas para comer, en colas para votar en las parlamentarias contra el régimen, es la tarea del momento y no habría que perderla de vista en medio de tanta justa indignación. Aterrizó el 2015, y se nos puede ir tan rápido como llegó.