Hay una tendencia facilista a culpar por la derrota del 8N, al desempeño de Hillary Clinton, el “agotamiento del sistema político”, “el liderazgo tradicional”, y otras zarandajas. Algunos reyes de la vaciedad, el lugar común, el joker argumental, llegaron a decir que Clinton y Trump eran moralmente iguales y reprobables, “la misma cosa”. Ella convenció a la mayoría de los electores y ganó en votos populares, lo que debería librarla de tales cuestionamientos, y su caída se debe a mecanismos del sistema electoral que no dependían de nadie, reglas de juego que no se cuestionan. Obtuvo los votos para ser Presidente en cualquier sistema democrático del planeta (menos en Venezuela, por otras razones). Ganó masivamente en NY, Boston, Chicago, Washington, San Francisco, Los Ángeles, Miami, Seattle, en casi todas las más avanzadas ciudades, un contrasentido si el sistema político fuera tan obsoleto, “burocrático” y “tradicional”.
Gana en California, el estado más posmoderno e innovador del país, con una economía superior a Alemania. La democracia en América seguramente tiene defectos pero es el único orden que lleva más de doscientos años sin golpes de Estado (aunque Roosevelt, otro populista, intentó dar el suyo en 1934), y en los cuatro históricos de discordancia entre voto popular y colegios electorales, los perdedores aceptaron las reglas sin protesta. Con Ronald Reagan, Bill Clinton, (Bush) y Obama se impuso la modernidad. El martes 8N, por el contrario, habló la Norteamérica profunda, tradicional, estática. Del old northwest o heartland arrancó lo irracional, el conservatismo, el machismo, el antipartidismo y la antipolítica, que larvan en todas las sociedades, con el respaldo de intelectuales radicales.
¡Evo y Trump en lucha!
Se impuso desde Hitler y Mussolini y tomó forma electoral en Latinoamérica desde los 1990 y 2000, con su arquetipo, el cretino atemporal universal. Aparte de los gobiernos radicales que ganaron y se hundieron, y los que aún se hunden, algunos, como Humala, Sánchez Cerén y Bachelet, expresaron ese voto acomplejado pero por ventura cambiaron de vía. Los populistas y la antipolítica triunfan en la exaltación del odio, la envidia, y han traído terribles desgracias nacionales. En EEUU votaron los campesinos conservadores, herméticos y racistas, los red neck, por uno de ellos, el más parecido posible, como lo hicieron sus equivalentes bolivianos por Evo Morales. Los gringos ilustrados se burlaban conmiserativamente de nuestras bestias apocalípticas en el poder y de los votantes que los llevaban, y ahora se les cruza ésta en el camino.
¿Hasta dónde puede llegar el Frankenstein? En EEUU la separación de poderes comienza a estar en tensión por la mayoría republicana en ambas cámaras. Aunque existe una vacante en la Corte Suprema, Obama no pudo nombrar el sustituto por falta de mayoría en el Senado. Ahora Trump lo hará sin problemas con la perspectiva de otros dos jueces mayores de ochenta años proclives a dejar el cargo, que serán sustituidos con conservadores. Eso no es una revolución como se conoce en la lamentable jerga latinoamericana, sino podría ser una reacción, freno y retroceso en las reivindicaciones de negros, latinos, mujeres, homosexuales (no utilizaré el término aberrante de transgéneros, que parece acuñado por Mary Shelley en una noche tenebrosa), extranjeros, así como el también aberrante frenazo a la apertura global.
Otra vez Oliver
La lucha contra el terrorismo adquirirá matices putinescos, el chauvinismo económico podría retrotraer la economía norteamericana a una situación como la que se vivió hasta Carter y que comenzó a superar Reagan. La desglobalización, componente del desmontaje de la NAFTA, lejos de los efectos positivos que supone la aparente cabeza económica del nuevo gobierno, traería estragos inmediatos en las empresas. Eso debería provocar reacciones en la sociedad organizada y los creadores de opinión. Los republicanos tampoco parecen ser incondicionales del Presidente aunque por razones obvias volvieron al redil con él, y podría suponerse que si tiende a desmandarse o ponerse excesivamente creativo, puede haber problemas. En evidencia de que totalitarismos y populismos son hermanos, Trump recibe apoyo de conocidos izquierdistas. Susan Sarandon respondió que “no votaba con la vagina” por Hillary.
Oliver Stone la consideraba “más peligrosa” a Hillary, igual que el brillante filósofo posmarxista, Slavoj Zizek, autor de uno de los pocos, poquísimos, textos teóricos escritos en Occidente para justificar los asesinatos terroristas. Moraleja: nada es tan exacto a un radical de izquierda como uno de derecha. No era nada exagerada la asociación entre Trump y galáctico. Ambos fueron racistas, populistas, nacionalistas, -“el nacionalismo es la cultura de los incultos”-, machistas, autoritarios, antifeministas, anti-homosexuales. Ambos, pesadillas que se gestan en la peste desde los años 90, la lucha contra “los políticos” y que hasta ahora había sido controlada, pero que toma los comandos de la Humanidad. Desde el 8N se potenció el bullying contra extranjeros en EEUU y hasta en Panamá se inician hostilidades contra los venezolanos (mulatos segregan a morenos). Renacerá la xenofobia en todo el mundo, si nos dejan.
@CarlosRaulHer