Si el movimiento popular triunfa sobre la dictadura, la sociedad venezolana demostrará que la historia no pasa en vano. Un conjunto de elementos atesorados a través del tiempo, que parecían una gloria trivial o un adorno inútil, retornarán de los rincones de la memoria para materializarse en un cúmulo de hazañas que parecen de estreno, o cosas inesperadas de debutantes, pero cuyo abono se trabajó en antigua parcela aunque nadie sea capaz de sentir del todo la labranza como un fenómeno viejo e importante, como un mandato de los difuntos. Las cosas no suceden cuando se expide nuestra partida de nacimiento, ni desaparecen con nuestra acta de defunción. Siempre son asunto de un pasado que no pasa del todo.
No hace falta la conciencia cabal de lo que hicieron los antepasados cuando atendieron los desafíos de su existencia. No se requiere una motivación provocada por el entendimiento pormenorizado de los hechos anteriores para que vuelvan de su tumba a movernos con el resorte de su conducta. En realidad esos hechos jamás descansaron en un ataúd, jamás se pudrieron en el cementerio. Quizá pasaran a un estado de letargo, a un descanso que parecía infinito, pero solo esperaban un empellón capaz de ponerlos en movimiento. Los hombres de las generaciones inmediatamente posteriores los olvidaron, los descuidaron, los subestimaron, pero no pudieron matarlos. No se ocuparon de proseguir su siembra ni de cuidar sus ramificaciones, pero la raíz permaneció para volverse árbol vigoroso en nuestros días. Hay un inconsciente multitudinario cuya obligación es vivificarlos, hacerlos asunto caro e íntimo de nuevo.
A los sucesos de la actualidad les falta conexión expresa con los hechos pasados. La tiene, desde luego, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Están en su lugar, pero ese lugar nos parece remoto y extraño. Sentimos que estamos inventando la república, o haciendo una democracia flamante, como si los tiempos anteriores no hubieran existido. Consideramos que les estamos concediendo pasaporte a unos fenómenos que jamás existieron, o que apenas se perfilaron antes. Nos anunciamos como héroes inéditos, como actores de un teatro levantado por nosotros mismos y cuyos planos son de nuestra exclusiva responsabilidad. Deficiencia de los historiadores y de los sociólogos, quienes fallamos en la creación de un contacto que ubique la gesta en lugar adecuado. Porque lo que importa es sentirse metidos en las obras de una tradición preclara, en alturas escaladas antes y a las cuales volvemos por un mandato sutil de los difuntos resistidos a perecer del todo. Los hechos obedecen a nuestro esfuerzo, pero por el impulso de una república clásica debido a cuyo mandato seguimos adelante. Los actuales negadores de la república hacen lo mismo, es decir, la combaten como hicieron los de antes, los villanos del ayer ahora representados en sus herederos, quienes seguramente ignoran que son el turno de una fila deplorable formada en el pasado y por cuyos intereses de poder y dinero copan o pretenden copar los espacios de ahora.
Los jóvenes están en la vanguardia de nuestra circunstancia, hecho palmario que nos hace pensar en la novedad absoluta de las ocurrencias, pero generalmente también sucedió así antes. Hacen lo que hacían los jóvenes del pasado. Lo que importa es reconocerlos en un glorioso espejo, a través del cual se reflejan hazañas extraordinarias de las generaciones anteriores. Así también nos reconoceremos nosotros, los más viejos, o los que se conforman con apenas permanecer como espectadores de los sucesos. Así hacemos historia en conjunto porque sentimos que estamos en su médula. De lo contrario, estaremos condenados a lo efímero, a pugnas sin destino, a ensayar bifurcaciones innecesarias. En situaciones como las que Venezuela experimenta, es imprescindible viajar en el tiempo. De sus oscuridades viene el enemigo que debemos abatir, pero también la inspiración de repúblicos insignes.
Gracias a Cesar Miguel por permitirme entrar en este escenario de nuestra triste realidad y poder divulgarlo