La bibliografía universal está repleta de lo que se puede llamar “verdades académicas” que, más tarde o más temprano, otras verdades académicas refutan y sustituye. La realidad termina aplastando muchas teorías e hipótesis formuladas al desesperado calor de discusiones que buscan respuestas a preguntas. Es un ciclo inagotable que termina rindiéndose a una verdad todavía mayor: cuando nos habíamos aprendido todas las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas.
El tamaño del disparate de lo que ocurre en Venezuela ha sido desmenuzado por muchas personalidades expertas y tanques de pensamiento. Mucha gente extremadamente preparada se ha devanado los sesos tratando de encontrar explicación a un desmadre que luce indescifrable. Se busca comparaciones con otros países. Que si en tal lugar un modelo semejante fracasó también, que si en tal o cual país también se intentó un proceso plagado de engaños. Ya hay bibliotecas enteras con enjundiosos textos sobre lo que ya en muchas esferas se llama “el patético caso Venezuela”.
Necesitamos ponerle etiquetas a los asuntos. Creemos, ingenuamente, que si le ponemos un título, un nombre, un color al desastre estos nos serán más leves. Acabamos cada día concluyendo que buscar explicaciones sensatas a la insensatez es de suyo una incoherencia, un insulto a Descartes. Y que todo ejercicio luce inútil pues no da respuesta medianamente lógica al tupido entramado de contradicciones.
Se fajarán los mejores y más sabidos economistas a hacer un análisis escrupuloso del paquetazo de Maduro. Sacarán gráficos en tres dimensiones. Buscarán palabras en nuevos glosarios para intentar explicar cómo se come ese paquetazo. Lo harán tratando de guardar la calma y la compostura, para no angustiar aún más a una población sumida en el pantano.
Esto ya no es asunto ni del más laureado genio con el premio Nobel de Economía. Para medio explicar esto hay que revivir a Freud, a Jung y a varios especialistas en neurosis, psicosis y otras serias enfermedades mentales. Porque lo que le han hecho al país, y le siguen haciendo, sólo cabe en el perturbado cerebro de peligrosos psicópatas y sociópatas. Esto es insania. Así, directamente. No es ya la vulgar maluquería de sinvergüenzas de oficio que quieren sacarle punta a una situación que les ha permitido colarse por los palos en medio del extravío. No es empecinamiento de unos cuantos en una ideología cuyo fracaso ha sido más que comprobado. Es el placer de usar el poder, no ya enriquecerse criminalmente sino para satisfacer el patológico placer de destruir. No hay nuevas verdades académicas que buscar más allá de los textos de economía, sociología, ciencias políticas. Llamen a psiquiatras y psicólogos. Que solo cabe ya un doloroso diagnóstico: quienes nos tan mal gobiernan están de camisa de fuerza pero nos han encerrado en el manicomio y a carcajadas nos ven desde fuera de las rejas. Uno tras otro, huracanes azotan el Caribe. Venezuela se salva de ellos, pero la arrasa el huracán Maduro.
¿O acaso esto es una aterradora pesadilla colectiva de la que no logramos despertar? Si así es, que por favor alguien me despierte, así no vuelva a dormir nunca más en mi vida.