Publicado en ALnavío.com
Por: Pedro Benítez
El presidente Nicolás Maduro, el diputado Diosdado Cabello, el general y ministro de la Defensa Vladimir Padrino López y la rectora del Consejo Nacional Electoral (CNE), Tibisay Lucena, han hecho todo lo que ha estado en sus manos para demostrarle a los venezolanos y al mundo que la elección para la Constituyente del próximo domingo 30 será una farsa.
En realidad, con excepción de las presidenciales de 2006, desde 2004 ningún proceso electoral en Venezuela ha contribuido a crear un clima de sosiego y entendimiento. Todo lo contrario. De cada disputa electoral el país ha salido más dividido.
Esto se ha debido, en parte, a que cuando el chavismo ha ganado se ha considerado con el mandato de hacer lo que le da la gana, así se haya impuesto por un voto. Y cuando, por otro lado, le ha tocado perder, pues ya es historia conocida: De una u otra manera arrebata.
Pero con la Constituyente el clima va peor. Y es que de la división se pasará a la confrontación abierta. De hecho, la principal oferta oficial es usar esta nueva instancia de poder para barrer a la oposición y meter presos a sus dirigentes. Ese es el clima.
Nunca desde 1957 un proceso electoral en Venezuela ha sido, por decir lo menos, tan extraño. No hay consignas, concentraciones y expectativas. Todos saben lo que va a pasar. No hay ambiente electoral.
Habría que remontarse a las farsas electorales que los jefes civiles organizaban a punta de machete, si no había revólveres, en los años de los caudillos y dictadores Antonio Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez, en el siglo XIX y principios del siglo XX.
La Fuerza Armada Nacional, que desde 1963 ha venido cumpliendo la misión de brindar seguridad a las elecciones, no ha escapado al ambiente que rodea este proceso convocado por Maduro.
Hasta el lunes en más de la mitad de los estados del país, el Plan República (mediante el cual la Fuerza Armada custodia los procesos electorales) no había tomado los planteles escolares que tradicionalmente han servido como centros de votación. En los colegios ubicados en zonas que el Gobierno considera opositoras el CNE simplemente ha renunciado a que se instalen las mesas. Por el lado de los barrios más intrincados ocurre lo mismo pero por cuestiones de elemental seguridad.
Que el Poliedro de Caracas -un centro de espectáculos- vaya a funcionar como centro electoral es ya una evidencia muy clara de los problemas que el propio Gobierno espera para movilizar el supuesto voto duro.
La Constituyente será una disputa por el poder dentro del régimen
El domingo 30 de julio no ocurrirá una medición comicial entre dos proyectos políticos (lo sano es que fuera entre varios) sino una elección dentro del oficialista PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela)… y cuidado, porque ya un sector del oficialismo llama a la abstención y otro juega a lo mismo pero sin decirlo abiertamente. Más o menos lo que hicieron con Hugo Chávez sus propios gobernadores y alcaldes en 2007, cuando planteó la reforma constitucional de la que salió derrotado.
Si con la Constituyente Maduro pretendía darse una nueva fuente de legitimidad, pues ha conseguido exactamente todo lo contrario. Ni reconocimiento internacional ni reconocimiento nacional.
La Constituyente será una disputa por el poder dentro del régimen. De ella (si es que a estas alturas no hay marcha atrás) Maduro saldrá más debilitado de lo que está hoy.
La próxima semana el país podría tener no uno sino tres gobiernos: el de Maduro, el de la Asamblea Nacional Constituyente y el reconocido por la mayoría de la comunidad internacional en la actual Asamblea Nacional. Todo un desastre que demuestra la capacidad del proyecto de poder político instaurado en 1999 de superarse a sí mismo. En Venezuela solo suenan los tambores de la guerra.