Jamás tuve dudas de mi nacionalidad, aun cuando busco sin encontrarlos a mis ancestros españoles. No he aceptado que a alguien se le discrimine por disponer – como derecho humano tutelado – de una o de otra, o de varias a la vez.
Mal puedo referirme con encono y por tal motivo a Nicolás Maduro Moros, de cuyos orígenes colombianos nadie duda; menos luego de su error garrafal, como pretender hacerse de una partida supletoria de nacimiento elaborada por el Tribunal Supremo a su servicio; ello, sin mediar juicio, menos todavía lo elemental en todo proceso ante la Justicia, a saber, el debate sobre las pruebas que se arguyen para sostener un derecho o contestar el del contrario.
En mi caso, soy caraqueño – nacido en la esquina de la Fe, en casa aledaña a la Capilla de la Santísima Trinidad – pero de sangre guara. Mi padre nace en Río Tocuyo hacia 1920 y mi madre en Siquisique, en 1923, en esa Venezuela rural que acaso ofrece a sus habitantes obtener un título de bachiller si se mudan a las capitales de sus Estados; o también el universitario, de hacerse un viaje casi sideral hasta Santiago de León de Caracas, como el que hace mi padre – Hermágoras – en autobús y con un solo traje a cuestas hasta la Casona de San Francisco, en 1939.
Sé que mis antepasados por la rama paterna mueren en Río Tocuyo. No sé si mi abuelo nace allí o acaso en Boconó, Estado Trujillo, pues en su registro sólo consta el nacimiento de su hermano mayor, según inscripción que hace su padre, Magdaleno Aguiar Camejo, de profesión agricultor, pero de orígenes sin rastro. Muere éste, sí, en Rio Tocuyo. Al fin y al cabo la patria está allí donde quedan sepultados los afectos. De mi madre Aura y sus antepasados, los Aranguren, sólo sé que eran señalados de ser guerrilleros en tiempos del castro-gomecismo. Así lo reseña la prensa de la época.
De modo que, ejercí como gobernador de mi ciudad natal, titular de dos carteras ministeriales, y Presidente encargado de Venezuela, siendo venezolano por nacimiento, mayor de 30 años, y con domicilio cierto.
En mi época no se admite la doble nacionalidad. Es una conquista luego de aprobarse el texto de 1999. Pero, incluso así, determinadas funciones del Estado – entre éstas las del Presidente – sólo pueden ejercerlas aquellos venezolanos por nacimiento que no posean dualidad de afectos por la tierra propia o de los antepasados. Es algo elemental.
Ese estatuto que nos ata como venezolanos, siendo consistente con su apertura en materia de nacionalidad, admite, de tal modo, la elección de gobernadores bastando que sean venezolanos. A los diputados, si son naturalizados se les pide tener 15 años de residencia. Y a los ministros ser venezolanos, sin que se precise tener o no nacionalidad originaria o adquirida.
No es el caso del Vicepresidente y Presidente de la República. Han de ser venezolanos por nacimiento y no tener doble nacionalidad. Y si la tienen, antes de ser elegido éste o nombrado aquél, deben renunciar a la nacionalidad extranjera que posean y hacerlo constar.
Maduro, qué duda cabe, tiene nacionalidad colombiana adquirida por lazos de sangre con su madre. Es un misterio su nacimiento por el suelo. Él dice – lo ha dicho públicamente – haber nacido en Los Chaguaramos de Caracas y ahora “su” bufete de escribanos registra y declara que nace en La Candelaria; lo que prueba hasta prueba en contrario que sigue en el limbo su nacionalidad originaria.
En buena hora para quienes se ocupan de la cuestión y en mala hora para él – para Nicolás – los libros que registran el nacimiento de su madre no han sido quemados, tampoco han desparecido, gracias a la labor titánica que realiza en todo el mundo la llamada Iglesia de los Santos de los Últimos Días, que los preserva digitalmente.
En suma, luego del empastelamiento que provoca la sentencia de la Sala Constitucional para acallar el ruido de sables – es el alegato del propio Maduro – y frenar, una vez más, la labor investigadora de la Asamblea como órgano representante de la soberanía popular, se explica – no de otra manera – la violencia que el mismo ejerce contra sus paisanos en la frontera. Se empeña entonces en demostrar que ningún afecto o vínculo guarda hacia su patria chicha, Cúcuta, la de su madre, Teresa de Jesús.
Sigue siendo un misterio su partida de nacimiento, su número, su tomo de registro, su fecha de expedición, pero no así la de doña Teresa, que lo hace colombiano. Consta que es bautizada en San Antonio de Cúcuta el 19 de octubre de 1929, hija de Pablo Antonio Moros y Adelina Acevedo, y casa en Bogotá con Nicolás Maduro, en 1956 (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939F-DJJ1-Y?i=192&wc=QZZS-L7S%3A1044033201%2C1044033202%2C1044135001%2C1044140701%3Fcc%3D1726975&cc=1726975).
Maduro, al cabo y como todo venezolano, tiene derecho a su doble nacionalidad y a sentirse orgulloso de ambas; pero para gobernarnos debe probar que renunció a su nacionalidad colombiana por la sangre. Eso lo manda la Constitución y no lo pueden escamotear unos jueces coludidos.
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