Escribo al mediodía del viernes antes de la elección de la constituyente. No sé si la habrá o no. Corren centenares de rumores. Que si es cuestión de horas el anuncio de la suspensión, que si la negociación está en progreso y que ha encontrado varios serios obstáculos pero habrá humo blanco. También que si nada la va a parar. Que va porque sí. Con la computadora y el televisor encendido los millones de venezolanos estamos en vilo, cada vez más angustiados, sin lograr conciliar el sueño. Crece la desconfianza en uno y otro bando. Aunque no sea el fin del mundo.
Advierto a los opositores radicales que por supuesto que hay algo peor que el gobierno de Maduro: que Diosdado se siente en la silla de Miraflores. Así que hay ver bien en medio del tupido bosque y evitar las trampas quiebra patas. La Constituyente no es solo un desastre para el país; es, también, un desastre para el PSUV. Y para Maduro. Porque si se realiza la elección y se instala la Constituyente, todas las mediciones indican que la mayoría de los constituyentes estarían bajo la égida de Diosdado, que él la presidiría y así se convertiría en Zar de Venezuela, con poderes absolutistas. Maduro, en una paradoja ingenua, se dejó quitar la campaña. Cándidamente, se la entregó en las manos a Elías y Héctor, quienes creyeron que el triunfo se lograría consiguiendo las curules de Caracas, Miranda y los sectoriales. DIosdado se les coló por los palos. Se dedicó astutamente a buscar los votos en la provincia, incluso en la profunda. Y lo consiguió. Y así se convierte de cadáver político (así decían luego de las parlamentarias) a posible Zar. Si eso es un grave problema para las fuerzas de oposición y del chavismo disidente, lo es mucho más para el madurismo, que quedará guindado de un hilito. O como la guayabera. O capado. No se sabe a estas alturas si Cilia se la jugó al marido y pactó con Diosdado o si jugó mal y se dejó llevar por un caraqueñismo electoralmente estúpido suponiendo que habría de convertirse en Zarina.
El tablero se mueve de manera insólita. Si Maduro cree en las promesas de Diosdado, está literalmente muerto o condenado a ser un jarrón chino en los pasillos de Miraflores. Si Maduro entiende que su poder está en severo riesgo de extinción, bueno, entenderá que su negociación con la oposición y el chavismo disidente es su mejor opción. Por supuesto, una negociación significa ceder en algunas cosas para preservar otras. Y eso aplica también para la oposición. Para poder ganar hay que aceptar ceder en algo. Creo que se gana más siendo flexibles que endureciendo posiciones y haciéndolas irrenunciables. Y lo fundamental hoy, a estas horas, es hacer entender a Maduro que su verdugo se viste de rojo y le está mirando la yugular.
El reloj corre. Pero en política a veces horas pueden ser suficientes.