Por: Ismael Pérez Vigil
Cualquiera con acceso a Internet piensa y da por seguro que en un solo envío tiene acceso a miles de personas para expresar su propio pensamiento, sin ninguna mediación y, al menos teóricamente, eso es así. Nadie puede negar el impacto y “empoderamiento” que supone para el hombre común el acceso y utilización de las llamadas redes sociales. Se llega al punto de sobre estimar su “penetración”, sobre todo en los sectores de clase media, alta y profesional, en nuestro país, pero se desestiman algunos de sus efectos perniciosos.
Los usuarios de redes sociales nos dividimos en dos grandes grupos. Un primer grupo está compuesto por profesionales de los medios, artistas, políticos, figuras públicas, que fácilmente pueden montarse en 200 mil, 500 mil, seguidores y en contados casos algunos sobrepasan los millones. Pero hay un segundo grupo, el del ciudadano común y corriente –usted y yo, quien escribe y quienes me leen– que a lo mejor tenemos acceso a ochocientas, mil, dos mil personas, que son nuestros “seguidores” y entre quienes están familiares, amigos, algunos clientes y familiares y amigos de estos.
Los del primer grupo son los verdaderos “comunicadores”, los verdaderos voceros propagandistas de la era electrónica, con capacidad de influir en la formación de opinión y toma de decisiones. Los del segundo grupo participamos también en la generación de opinión y discusión de ideas, pero con un menor impacto mediático, pues seguimos siendo mayormente “consumidores” de la información e ideas que originan los primeros, las cuales difundimos y apoyamos o adversamos.
Quien quiera de ese segundo grupo recurrir de manera masiva a estas redes, para algún propósito específico, personal o comercial, probablemente o seguramente, tiene que recurrir a algunos de ese primer grupo, a los “especialistas” o “profesionales” de estos medios.
No olvidemos además que esos medios también tienen un costo y, en consecuencia, quien tenga más poder económico o esté dispuesto a invertir más en ellos, tendrá mayor acceso a redes sociales y su voz será más “fuerte” que la del ciudadano común, por más que el ciudadano común pueda ahora tener una voz que antes, ciertamente, no tenía.
Dicho lo anterior, hay dos efectos perversos que debemos tomar en cuenta en materia política, sobre todo en el lado de la oposición a esta oprobiosa dictadura. El primero es que las redes sociales, algunas de ellas, especialmente Twitter, se han convertido en refugio y trinchera de quienes bajo seudónimos o anónimos, despliegan una crítica virulenta, destructiva, tóxica, hacia partidos, políticos o simplemente hacia quienes no compartan su opción y vía política concreta.
Esa conducta se justifica o ampara en la necesaria crítica política que tiene que darse en cualquier sociedad. Si, por supuesto que se impone un proceso crítico y auto crítico sobre muchos temas, pero debemos tener cuidado en no hacerle el juego a la dictadura, seleccionando un blanco fácil, que ahora, como siempre, es la MUD, la AN y los partidos o políticos en general. Ya conocemos esta historia, no hace falta abundar más en ella.
Este grupo conforma una especie de “justicieros”, verdaderos savonarolas electrónicos, que se erigen en jueces supremos de acciones y actitudes, fieles de la balanza y sabuesos fieros de lo que se considera la “ortodoxia pura” de la anti dictadura; son los directores de pauta de lo que debe ser considerado la conducta “correcta” para arreglar el país. Y el que caiga en sus “tuits” por salirse de su pauta, es insultado, humillado, rebajado en su dignidad y a veces calumniado.
Pero hay otro sector o grupo de “usuarios” de las redes que las utilizan –deliberadamente en la mayoría de los casos o por ingenuidad, en otros– para transmitir errores, malas intenciones, cría y refugio de noticias falsas y guerra sucia, como hemos visto que ha ocurrido últimamente; pensar que eso no es así, es realmente una ingenuidad y es creer en la pureza intrínseca de algunas cosas, o en la maldad intrínseca de otras.
Los mensajes que circulan los que practican esta modalidad, son de una calidad técnica y auditiva extraordinaria; los de audio llegan con voz clara y sin atropellamientos, comienzan invariablemente con un “hola familia” u “hola grupo”, nadie se identifica nunca, ni tampoco la fuente precisa de la información que utilizan y desgranan un tema de actualidad, recubierto de cosas ciertas y un montón de otras no tan ciertas, exageradas o abiertamente falsas; en otras ocasiones hablan –generalmente una dama– con voz semi angustiada y alterada que nos narra un acontecimiento de obvia actualidad, e igualmente dice cosas ciertas y otras falsas y exageradas; en ambos casos claramente lo que buscan es atemorizar o asustar, más que informar.
Lo que aún no tengo muy claro es la procedencia y el propósito final de quienes utilizan de esta manera las redes. ¿Lo que buscan es angustiarnos más de lo que ya estamos, para hacernos reaccionar? ¿O son parte de una estratagema de los laboratorios de guerra sucia de la dictadura para desmoralizarnos, en búsqueda del “…sometimiento total, la sumisión absoluta…” como dice Laureano Márquez (“¿Qué pretenden?” 05/09/2018) … ¿O solo buscan distraernos, confundirnos, generar incertidumbre para demorar, dividir y ganar tiempo?
En cualquiera de los estos casos, el de las virulentas criticas o el de las “posverdades” –para utilizar un término de moda–, debemos estar conscientes de su capacidad de manipulación y, más importante, no olvidar que hay que trascender la crítica improductiva y destructiva, el “asesinato por vía electrónica”, la comunicación angustiante y desmotivadora, pues lo que toca ahora es hacer lo que no hicimos, organizar de manera seria la resistencia civil a una dictadura que se alza cada vez con más poder. Y digo que toca ahora hacerlo pues es evidente que no se hizo, a juzgar por la incapacidad de movilizar a la población de manera eficaz frente a lo que está ocurriendo hoy en el país.
Por denuncias nunca nos quedamos cortos, la queja y critica permanente que no se traduce en la movilización ciudadana efectiva y mayoritaria reflejan que el problema de siempre es organizar las cosas de manera efectiva. Por supuesto eso –si es serio– no es tema que se deba desarrollar en detalle por esta vía.