Varios millones de personas hoy vivas y otro tanto por nacer somos las víctimas de lo que la historia eventualmente determinará como el mayor genocidio político y social ocurrido en Venezuela en toda su historia. Creo que aún no tenemos total conciencia de cuán grave es lo que nos ocurre. Imagino que mirar de frente a la realidad, desvestida de maquillajes y disfraces, nos haría sumirnos en la más temible de las depresiones, una de esas a las que no hay pastillita que alivie. Pero lo aceptemos o no, optemos por seguir diciéndonos mentiras y continuemos huyendo de cantarnos las verdades, la realidad no es disimulable. Nuestra Venezuela ya no está navegando en aguas turbulentas infestadas de tiburones. Eso ya es etapa superada. Venezuela naufragó.
Los jóvenes mejor preparados de todo nuestro devenir escapan. Vemos cómo embalan todo y se van. En las valijas llevan los pañuelos para enjugar sus lágrimas. Se van con el corazón corrugado. El régimen de primero Chávez y ahora Maduro les suicidó la esperanza. Los que quieren escapar pero no pueden, no ven luz. Sienten que estamos sumidos en tenebrosas tinieblas. Adelgazan por la mala alimentación, mueren en manos de la delincuencia, se alcoholizan intentando sedar el dolor de país perdido. Sobreviven a punta de rebusques. Muelen su tristeza y desazón en un silencio atronador. Sus caras de desesperación son ignoradas por los victimarios, esos pocos cientos o miles que convirtieron a Venezuela en un pantano que rellenan con lluvia ácida, en un depósito de ilusiones asesinadas a mansalva.
Unos jueces cuyos nombres desconocemos pero que de conocerlos no los reconoceríamos hirieron al pueblo. Esto no es un golpe de estado. Es un asalto a mano armada al pueblo todo y a la Constitución. Estupefactos, fuimos testigos del acto criminal, como los pelotones nazis que entraban a las ciudades en Europa y disparaban contra la gente. La tramoya de esta puesta en escena, de este asesinato a sangre fría, muestra la perversidad insolente de unos filibusteros que se hicieron de un botín llamado Venezuela. Fueron perpetrando el crimen en cámara lenta hasta llegar a la puñalada trapera ejecutada una tarde cálida en la que el presidente huía para no tener que rendir cuentas o dar explicaciones sobre lo que en minutos sus secuaces anunciarían en medio de templetes. Antes de montarse en el avión con rumbo no especificado, dijo, cual en edicto de tirano que no quiere esconder su verdadero talante, palabras más palabras menos, que no puede haber elecciones que no puedan ganar. Ahí corroboró todas nuestras sospechas y acabó con cualquier duda que aún pudiera quedar.
Escribo esperando que la MUD se pronuncie formalmente. Hay espacios de maniobra. En política nunca hay definitivos. Eso lo digo profesionalmente. Pero en una nota personal, advierto que para matar mi esperanza tendrían que matar primero mi infinitiva rabia, mi convicción democrática, mi ánimo de no rendición, mi incurable amor por mi país. Y advierto también en estas líneas que escribo para no asfixiarme que necesitamos conducción política, valiente, honesta y sincera, no discurso a lo Paulo Coelho. Quizás a los mayores de 50 años no lograrán convencernos con elaboradas explicaciones. Estamos tan tristes, no sentimos tan extraviamos que recuperar el aire nos cuesta. Pero los jóvenes necesitan mucho más que palabras bonitas que ni mojan ni empapan.
Espero. Pacientemente. Dejo inconcluso este texto hasta escuchar qué tiene para decirnos el liderazgo político.
Continuará…
Hablaron. Habló Henrique. Habló Henry. En nombre de la MUD, en nombre de la sólida unidad. Calmaron angustias en un viernes de profundo dolor ciudadano. Hablaron políticamente. Hablaron con pasión. Hablaron poniendo puntos sobre las íes. Escuchándolos recordé varios discursos que he leído en mi vida, de Churchill, de Kennedy, de Colosio. Recordé versos de Andrés Eloy Blanco, versos de esos que él escribía para hablarle al alma herida de los venezolanos de su tiempo.
Maduro se comió el semáforo, en plena luz roja. Eso dijo Henrique. Y yo agrego: Maduro se tragó la luz roja y con su camionetota pagada con dineros robados atropelló a millones de ciudadanos. Y luego de hacerlo se dio a la fuga, dejando la escena del crimen. Remeda a los peores césares. Pero cuando regrese tendrá que enfrentar la furia popular, el desprecio ciudadano, la incontenible decisión de no dejarnos zoquetear. La Asamblea Nacional sesionará el domingo, y en su agenda de deliberación, según anunció Henry, se incluirá todo. Todo. Toda la vagabundería perpetrada, incluyendo la estafa en PDVSA que la convirtió en una empresita de poca monta, incluyendo la morisqueta de Poder Judicial que tenemos, incluyendo el esclarecimiento de la nacionalidad del señor Maduro, incluyendo las graves violaciones a los derechos humanos, incluyendo la situación del narcotráfico. Todo eso y más. Mucho más. “Lleven refrescos y cotufas”, dijo Henry. Y enterobioformo con atapulguita, agrego yo.
El mundo no puede sentarse a ver impávido lo que está pasando en Venezuela. No puede contemplar a la distancia cómo el régimen de Maduro activa un terrorismo de estado de extrema peligrosidad. Los países cercanos y también los lejanos no pueden hacerse la vista gorda. Esto es un golpe, sí, claro, llano y sin fruslerías, contra el pueblo venezolano, contra la Constitución. Rompieron la democracia. La hicieron añicos. Y lo contabilizamos en el desastre en quiebra económica, en miles de muertos, en la corrupción más nauseabunda de todo el hemisferio, todo esto mientras el que se comió el semáforo en rojo, atropelló a millones y se dio a la fuga de la escena del crimen anda por el mundo paseando mentiras.
Muchas cosas van a pasar en los próximos días. Esto no es una lucha de dirigentes políticos. Es algo de todos quienes tenemos convicción, decencia, ética y moral. No pueden poner presos a 30 millones. Yo tengo miedo; millones tenemos miedo. Pero nos ponemos de pie. Valiente no es quien no tiene siente miedo; valiente es quien enfrenta el miedo y no se rinde.
@solmorillob