Por: Tulio Hernández
I
No es monopolio de los gobernantes. Cuando una sociedad está enferma, la mayoría de sus integrantes también lo está. La cúpula es siempre la más enajenada. Pero las víctimas suelen ser también presas de patologías extremas.
Perturbado, por ejemplo, estaba el pueblo mejor educado de Europa, el alemán. Terminó seducido, como una adolescente ilusa, por Adolfo Hitler. Un sargento neurótico con derecho de exterminar con el apoyo popular a humanos considerados pecaminosos. Judíos. Comunistas. Homosexuales.
Perturbadas también estaban sus víctimas. Las del Holocausto. Que como lo cuenta Primo Levi en Si esto es un hombre, llegaban a situaciones de confusión mental, desesperación irracional o pérdida de la dignidad con tal de sobrevivir en medio de tanta privación.
II
Eso, intuyo, nos está ocurriendo a buena parte de los venezolanos en medio de la debacle terminal que padecemos desde hace por lo menos 24 años. Desde que Rafael Caldera, en su rol de Saturno devorando a sus hijos, llegó al poder asesinando al partido que fundó. El disparo en el pecho a la democracia bipartidista. Es mi hipótesis delirante: “La tentación del suicidio político se ha convertido en Venezuela en una tradición moderna”.
Suicidas fueron los liderazgos de AD y Copei negándose a emprender los cambios urgentes que las alarmas encendidas –Caracazo, golpes militares, estudios académicos– reclamaban. Aprendices de suicidas fueron los protagonistas del Carbonazo, que convirtieron una rebelión popular de masas en onanista opereta bufa. Atornillaron en el poder a Hugo Chávez. Le dieron el oxígeno que la realidad política le negaba.
Suicida la dirigencia política opositora que, en 2005, ordenando abstención, le regaló a la tiranía roja bananera el poder absoluto en la Asamblea Nacional. Y suicida, más suicida pero con más suerte que los anteriores, la terquedad de la dirigencia chavista empeñada en seguir las fórmulas de un modelo, los estatismos comunistas, fracasado en todos los lugares donde triunfó.
Cada cierto tempo algún venezolano actualiza aquella frase cruel: “Estábamos al borde del abismo, pero hoy hemos dado un paso al frente”.
III
Ahora nos enfrentamos a un nuevo círculo suicida: la obsesiva élite parapolítica que, desde su templo mayor en Miami, predica la abstención para las próximas elecciones de gobernadores.
¿Quiénes son? Lo podemos inferir por sus rostros más visibles. Como el de Diego Arria. Una claque de políticos menores, eternos derrotados, que nunca ha obtenido un cargo importante de elección popular. Un club de corazones solitarios.
¿Qué argumentan? Que ir a elecciones es legitimar el poder de lo chavomaduristas y traicionar las luchas de calle que tantos muertos dejaron
¿En qué se equivocan? En que el chavomadurismo no necesita legitimarse porque ejerce su poder al margen de la ley y la Constitución. Es un gobierno de fuerza. Así convoque a elecciones, luego de las sanciones de Estados Unidos y Canadá, en el escenario internacional, es un Estado forajido. Pero si se les deja, si logran, gracias a la abstención, hacerse de todas las gobernaciones en elecciones democráticas, les estaremos regalando otra bombona de oxígeno.
¿Y los muertos? ¿Los estamos traicionando? Por supuesto que no. Lamentablemente toda lucha contra un gobierno de terror se lleva, siempre, muchas vidas. 30.000 se cargaron los gobiernos militares de la Argentina. Y, al final, hubo que negociar una salida. Porque, entre otros que manejan el sentido común, Sun Tzu nos ha enseñado que una de las artes mayores de la guerra es saber cuándo replegarse. No vale la pena seguir llevando muertos, que honramos, al molino de los rojos si sabemos que no podemos derrotarlos con palos y piedras. Dos pasos adelante, uno atrás, decían en Vietnam. Y derrotaron a los gringos.
IV
Entonces solo nos queda la lucha política. Que los abstencionistas de Miami, allá ellos, aguarden pacientemente la llegada de los Marines vía Los Roques. Que se bronceen a la espera de que los militares rebeldes salgan del clóset. O que terminen de armar el Frente de Liberación Nacional Comandante Urdaneta. Mientras tanto a nosotros, a los mortales, a los de a pie, solo nos queda ir a elecciones porque en democracia menguada quien abandona un espacio de lucha no tiene perdón de Dios.