Por: Alberto Barrera Tyszka
¿Es usted terrorista?
A medida que pase el tiempo, cada vez va a ser más difícil responder a esta pregunta. En este país, todos podemos ser terroristas sin saberlo, sin darnos cuenta.
El gobierno ha convertido el terrorismo en una excusa tan recurrente que ya puede producir su propio exceso de chistes e ironías. Muy pronto Pastor Maldonado podría decir que las curvas de la pista son terroristas, por ejemplo. O, tal vez, mañana cualquiera de las señoras del poder podría denunciar que su celulitis fue inoculada, que solo es una prueba más de la guerra capilar desatada por el imperio en contra de las grandes comandantas de la revolución. ¿Y el priapismo imbatible del dólar paralelo? Eso es conspiración. Pura conspiración biológico-monetaria. El terrorismo da para todo. Ya es la respuesta instantánea del gobierno. Es el homenaje a Pavlov que, diariamente, cultiva el socialismo del siglo XXI.
Todo hay que decirlo: obviamente está el caso de Lorent Saleh. El liderazgo político de la oposición tiene que hablar de eso, debe pronunciarse ante lo ocurrido en Colombia y ante los videos que han presentado las autoridades. Es una manera de diferenciarse no solo de las propuestas anticonstitucionales, sino también de un gobierno que ha impuesto el silencio y ha impedido que se debatan con transparencia casos como el de Antonini Wilson, las toneladas de comida podrida, las confesiones de Aponte Aponte… El patético amateurismo de Saleh y de sus compañeros no los salva. Su proyecto es inaceptable. Por ese camino nadie construye un futuro para todos.
Pero se trata de una absoluta excepción que tampoco puede servir para reforzar y legitimar el autoritarismo que se está desarrollando desde el poder. La militarización del país no es un accidente sino un proyecto. Probablemente todavía no seamos una dictadura, probablemente todavía no alcanzamos llegar al concepto tradicional, no logramos encajar con exactitud en la definición más conocida de esa palabra, pero es evidente que cada día más somos un país menos democrático, con un Estado que impone su opacidad y restringe o somete todas las libertades.
Basta llevar un diario de la intolerancia oficial de los últimos días: exigen acciones legales contra Ricardo Hausmann, acusan y persiguen al doctor Sarmiento, detienen e interrogan a Eduardo Garmendia, presidente de Conindustria, anuncian demandas internacionales contra CNN y NTN24… por no hablar de los sindicalistas y de los estudiantes que todavía están presos, o de la ridícula perversión de pretender quitarle la nacionalidad a María Conchita Alonso. El Estado venezolano es un Estado paranoico. No sabe entender la realidad sin la violencia.
El gobierno vive en situación de excepción. Quiere hacernos creer que todo lo que ocurre es una estrategia de algún enemigo. Es incapaz de tener un proyecto. Solo funciona con planes de contingencia. Solo sabe vivir en emergencia. Por eso cada dos por tres inventan un nuevo “Estado Mayor”, un nuevo “Organismo Superior”, un nuevo campamento para enfrentar la batalla. Por eso, también, va perfeccionando sus métodos de control y de represión. Nuestra democracia ya no es ciudadana sino militar.
Esta semana, el general Padrino ha anunciado la creación de otra fuerza de choque para enfrentar a los desestabilizadores. Más de lo mismo: socializar el miedo, democratizar la autocensura. Misión parálisis: cuidado con lo que se hace. Cuidado con lo que se dice. Hay que tener un temblor en la lengua. Una opinión puede ser un camino al calabozo.
¿Qué opina usted sobre la economía nacional? ¿Tiene algo que decir sobre la salud pública? ¿Ha hablado en voz alta sobre la escasez de medicamentos? ¿Tiene alguna opinión sobre el ausentismo laboral? Piense bien antes de responder. En este país las palabras están dejando de ser una experiencia espontánea. La democracia protagónica y participativa termina en el silencio. El plan de la patria supone que todos seamos mudos
¿Es usted terrorista?