Por: Alberto Barrera Tyszka
Escribo estas líneas el miércoles en la noche y sospecho que Ernesto Villegas podría aparecer ahora, en cadena forzada de radio y televisión, leyendo uno de sus reportes, y nada cambiaría. Todo transcurriría igual, con la misma ambigüedad oportuna y veraz que ha caracterizado a la comunicación oficial en los últimos meses. El ministro podría decirnos, nuevamente, que el Presidente está siguiendo sus tratamientos, que el equipo de médicos cubanos asegura que está estable, que el pueblo debe seguir rezando, que ¡viva Chávez! El mensaje no tendría ninguna variación trascendente. Ciertamente, Chávez regresó al país. Pero todo continúa como si él todavía estuviera en Cuba.
La idea de un vuelo inesperado, en la madrugada del lunes pasado, con algunos mensajes desperdigados en el Twitter y ninguna imagen disponible, sólo funciona para seguir ensayando esa especialidad nacional que es la especulación.
Que si vino porque ya está curado y sólo le falta terminar un pelín del postoperatorio.
Que si vino porque anda mal y quieren dejar ya organizada la sucesión. Que todo es una patraña: que no vino. Que vino y entró caminandito a su habitación. Que vino porque ya no se aguantaba más allá, tan lejos.
Que no fue que vino sino que lo mandaron… Ahora todos somos expertos en el deporte extremo de las conjeturas.
Los silencios oficiales suelen multiplicar las teorías de las conspiraciones. Ante el vacío de información, resulta muy tentador imaginar que existe un orden oculto y enemigo, perfectamente orquestado para ocultarnos la realidad. Ya se sabe: los cubanos, además, estudiaron en la universidad de la Guerra Fría. Y llevan más de 50 años de autoritarismo consentido, construyendo una sociedad donde el control de la verdad es uno de los planes primordiales del gobierno. Al amanecer del lunes pasado, en muchos lugares del país, el oficialismo implementó un operativo para lograr generar una suerte de euforia colectiva: “Volvió-volvió-volvió”. Como si alguien lo hubiera expulsado. Como si estuviéramos ante un retorno glorioso. Por eso tal vez la estrategia fracasó. Porque se trató más bien de un regreso casi clandestino. Porque, en el fondo, todavía el Presidente sigue siendo una ausencia.
La terapia clínica es una geografía aparte, pertenece a otro mapa. Chávez realmente está en el territorio de la enfermedad. Y mientras no exista información clara sobre su salud, menos importará realmente dónde se encuentra. No se necesitan pasaportes para cruzar las frágiles fronteras del cuerpo. Y todo el misterio con que se ha manejado este caso forma parte de una historia mucho más oscura y quizás más siniestra. Un relato que tal vez no lleguemos a conocer bien nunca. La historia de cómo el poder se aprovechó y utilizó la enfermedad de Hugo Chávez Frías.
Yo sí creo que el Presidente debe ser tratado de manera especial, con los mejores recursos disponibles. El problema no está ahí, no es ese. Lo que resulta intolerable es el secreteo y la trampa, la permanente mentira, el uso de la inocencia de la gente, la farsa inmoral de querer hacer demagogia con la enfermedad. Ojalá que la indignación sea un recurso natural renovable. En el futuro nos hará falta. Hoy los mercaderes organizan sus negocios sobre un quirófano.
Nicolás Maduro dijo que el Presidente está como un paciente más en el Hospital Militar. Lo que no dice Nicolás Maduro es que, desde hace dos años, aproximadamente, el piso 9 de ese hospital fue acondicionado para recibir a ese paciente que es uno más. Que se hizo un trabajo especial de blindaje en paredes y vidrios.
Que se remodeló gran parte del lugar, poniendo mármol en algunos espacios. Que incluso un sector del piso 8, el área de hospitalización que atendía a las recién paridas, también fue cerrado y enrejado, para mayor seguridad de ese paciente cualquiera. Que de todos los ascensores del hospital se dedicaron dos de manera exclusiva al servicio del piso 9. Que a esos dos elevadores, aparte de los familiares y allegados, sólo puede ingresar el personal de la Casa Militar y los compañeros cubanos, por supuesto.
Que los tratamientos aplicados de manera estricta en ese piso desde la anestesia hasta la recolección de basura, pasando por los exámenes del laboratorio se realizan bajo una terapia del secreto. Nadie puede saber nada. El poder vive de lo que calla.
Lo que no dice Maduro es que un ciudadano normal tiene que acudir al hospital Pérez Carreño, donde la milicia bolivariana, esta semana, reprimió a los trabajadores que protestaban porque no hay equipos ni materiales para tratar a cualquier paciente más.