El gobierno está decidido a que el país se entierre junto con ellos. Se han propuesto que su fracaso sea el de toda Venezuela. Irnos a la fosa junto a ellos es su única e inconfesada propuesta.
Estamos en presencia de uno de los episodios de egoísmo sociopolítico con menos precedentes en la historia. El gobierno no está dispuesto a negociar nada. Frente a las presiones internacionales para que abra los espacios y permita una consulta democrática para salir de la crisis, su repetitivo discurso es que no estamos tan mal como nuestros enemigos les dicen; o que se trata de problemas inducidos, que no son reales o que son magnificados por los oscuros intereses de los conspiradores de siempre.
Las declaraciones de sus voceros y las explicaciones frente al mundo son una mezcla de cinismo irritante o de autoengaño patológico. El chiste de mal gusto sobre el tema alimentario que dijo la canciller en la OEA es una bofetada con saña disparada desde el púlpito de quien (maldita sea) nunca ha hecho una cola y su dieta tampoco es lo monótona y escasa como sí lo es la de la mayoría de los hogares venezolanos.
La usurpación de funciones del alcalde de Caracas, tras haberse convertido en vocero del CNE, con la actitud complaciente y cómplice de su presidente, más que una provocación es un intento rastrero de tumbarle la moral a todo un país que quiere cambio político para que mejoren las cosas.
Hay una larga lista de revolucionarios vivos o muertos, que auténticamente soñaron con una Venezuela muy distinta a la que destruyeron estos que nos gobiernan, que deben estarse revolcando en la tumba o avergonzados de sus ex colegas por comulgar con las prácticas que tanto criticaron de sus antiguos enemigos.
El pequeño cuento de Orwell, ese que tan duro y preciso sirvió para criticar el cinismo de los aburguesados revolucionarios de la antigua Unión Soviética, sería insuficiente para describir en lo que ha terminado la revolución bolivariana. Los cerdos de la granja de Orwell son unos caballeros comparados con los nuestros.
Al país le queda un solo camino para no terminar en la lúgubre acera de los países que se han quedado en el camino. De los países que por culpa de la manipulación y la represión de unos pocos confinan a las mayorías al destierro del desarrollo. Ese camino no es otro que propiciar una consulta electoral que permita medir de qué tamaño son la desconfianza y el rechazo de los venezolanos con respecto a los responsables de lo que están viviendo.
Ese camino es el referéndum revocatorio. Nuestra apuesta es convocarlo y ganarlo; la del gobierno es posponerlo para que no aplique. Saben que lo pierden, y lo más vergonzoso para ellos es que saben que no pueden hacer nada para ganarlo. Ni siquiera se lo proponen como reto. Saben que ellos no pueden resolver los problemas del país.
Hace mucho que perdieron cualquier proyecto, siquiera una utopía. Se les va la vida en tratar de llegar al 10 de enero de 2017 para celebrar que seguirán en el poder desgraciándoles la vida a los venezolanos. Qué tragedia y qué mezquindad saberse incompetentes; reconocerse inviables; apostar, como los equipos malos, por que se termine el tiempo para sacarle un pírrico empate a quien sin duda merece el triunfo.
Pero lo que desmerecen los expertos de esta supervivencia es que el país no está dispuesto a enterrarse con ellos y mucho menos a padecer por sus privilegios. El gobierno pondrá todas sus cartas en la demora, falta saber si lo logrará. Pero aun así, aunque logren el empate, al final habrá un alargue, un tiempo extra que terminará en lo que se merecen, una tremenda derrota. La derrota de quienes no tienen futuro, porque desde hace mucho abandonaron los ideales para aferrase a los lujos y el poder.