Hay tensiones evidentes en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y nadie debería sentirse extrañado o consternado, agraviado o engripado, menos aún avergonzado. La disputa por el liderazgo en cualquier grupo humano es natural, sea en un recinto espiritual como el Vaticano o en uno de alta tecnología como Apple; en la Junta de Condominio de Residencias Agridulce en Sebucán o en los vestidores de cualquier club de sudados y bien pagados jugadores de la Liga Española.
Los míticos Tres Tenores: Pavarotti, Domingo y Carreras se juntaron para permitir –entre otras cosas– que dilucidáramos pelo a pelo nuestras preferencias entre los tres, mientras ellos reflotaban sus carreras que comenzaban a agrietarse como el timbre de sus voces.
La oposición democrática representada en la MUD es la única que ha demostrado capacidad y empeño para desarmar las maniobras del socialismo del siglo XXI para perpetuarse en el gobierno. El resto de las opciones opositoras muy poco han logrado en su empeño de levantar una franquicia unitaria con nombre propio y ojalá atenuaran las luces de neón de sus establecimientos y se incorporaran sin tantos resguardos a la MUD. Las elecciones parlamentarias del 6D han sido claras en su veredicto.
Los nombres de los aspirantes los repite la gente en cada encuentro o desencuentro, matrimonio o divorcio, bautizo o extremaunción, marcha apoteósica o chispa discreta de unos cuantos congregados en una esquina.
¿Quiénes reverberan? ¿Quién se atreve a citar un nombre? ¿Quién será el impertinente? ¿Lo pitarán fuera de juego los jueces de esquina de los buenos hábitos?
Seguramente no, ya el disparo de partida sonó hace un buen rato. Ya las encuestas esperan por más encuestas, los pretendientes subirán y bajarán como galopando la rueda de una bicicleta y cada quien estará haciendo sus gárgaras in pectore.
¿Candidato a qué? se preguntará usted con toda razón. Pues a dirigir el proceso de cambio democrático, constitucional, electoral y pacífico, es decir: ser candidato a unas eventuales y desdibujadas –por ahora– elecciones presidenciales. En las sociedades democráticas los líderes políticos son calibrados mediante elecciones a los diversos puestos de representación pública. Y en la cumbre está eso que llaman con cierta pompa “la más alta magistratura”.
De manera tal que no tiene nada de abrupto, ni discordante manifestar su disposición, o ganas “de a de veras güey” de entrarle a una eventual candidatura presidencial. Pero hay que hacerlo sin aspavientos ni dramatismos, con la naturalidad de una aspiración genuinamente democrática.
Y por el amor de Dios, no negarlo dejando colar argumentos aparentemente desprendidos del tipo “la patria no está para personalismos, mi lucha es por Venezuela” que sólo contribuyen a reforzar la leyenda negra de la antipolítica al tratar de poner en cuestión una legítima ambición dentro de la recuperación democrática del país.
No hay que ser demasiado ducho en las artes de la política para detectar quienes son los líderes políticos de la oposición democrática con los puntos suficientes para tentar tamaña empresa. Y quienes hacen aspavientos inútiles de pueblo en pueblo. Basta con dejar caer la pregunta en cualquier reunión y obtendrá usted el pole de partida con un exhaustivo análisis de las posibilidades de los posicionados.
Nada tiene de pecaminoso querer dirigir los destinos de una eventual transición que se anuncia compleja como ninguna. Si el cambio es democrático, constitucional, electoral y pacífico como lo quiere la MUD, habría que “destapar” lo que está a la vista de todos. Las aspiraciones al aire libre suelen ser más saludables que las opacas.
Seguramente habrá más tensiones, declaraciones con piquete, escarceos de pelea de gallos, uno que otro grito en la tarima. Son las trompadas estatutarias de las que alguna vez habló el genial dirigente histórico de Acción Democrática (AD) Gonzalo Barrios. Nada que temer.