Los pesimistas ven el vaso medio vacío. Los optimistas lo ven medio lleno. Los realistas, luego de estrellarnos varias veces contra las mismas piedras y agotados por los esfuerzos de todo tipo y de buscar a Dios por las esquinas, entendemos que hay que tener un vaso nuevo.
Que la situación está color de hormiga amazónica es algo que ya nadie puede negar. Ni tan siquiera los más obsesivos militantes del chavismo. Ahora, ellos, los que nos trajeron a este miserable estado de cosas, a pesar de años de advertencias y alertas, no saben qué hacer. De nada les sirven ya las largas peroratas y la diaria regadera de bochornosas mentiras difundidas a través del “Noticiero de la Patria”, de diaria invasión en el espectro radioeléctrico y las redes. Los venezolanos sentimos que estamos en el medio del mar, siendo tragados por un remolino, sin atisbo de equipos de salvamento que acudan en socorro. Las acciones internacionales ocurren, eso sentimos, cuando ya es tarde, cuando ya Venezuela ha sido abolida. Fueron toneladas de textos enviados preventivamente a la comunidad mundial. Se nos tildó de exagerados. Se nos dijo que nuestras premoniciones no se cumplirían en un país rico. ¿Rico?, les preguntamos. ¿De qué nos sirve estar asentados sobre un gigantesco océano de petróleo si están destruyendo la industria? Hoy decenas de mandatarios, estadistas, políticos, representantes de organismos internacionales, directores de organizaciones no gubernamentales, pensadores, académicos y clérigos elevan su voz de protesta ante el colapso y el sufrimiento de millones que ya no hay cómo obviar.
“Tarde piaste,pajarito”, diría el difunto político que tanto tuvo que ver con el génesis de este desastre. Los hombres mueren; sus obras quedan. El se fue, como todos tarde o temprano nos vamos a ir, y dejó el reguero. Tuvo tiempo para arrepentirse y lo hizo. A su modo, pero al menos lo hizo. El otro se fue sin pedirnos perdón y dejándonos, además, en pérfida herencia al más incompetente presidente de nuestra historia. Y miren que desde 1811 los hemos tenido de todo sabor, color y olor. Si Chávez se propuso (y lo logró) ser la versión criolla del flautista de Hamelin, Maduro pasará a la historia como el que abolió a Venezuela. Los cronistas sus textos con un “Érase una vez un país..”.
Abolida Venezuela, nos toca a los que aún vivimos fundar una nueva nación, sobre las cenizas de la anterior, sobre la tierra arrasada, sobre los restos de los miles de fallecidos a lo largo de esta ridícula epopeya y con los que quedamos. Una nación distinta, menos lerda, más sensata. Sin caciques ni caudillos. Sin andar mirando uniformes que al final no han hecho sino pisotearnos con sus botas. Sin torpes reyezuelos ignorantes y con tres cotufas en el cerebro. Una nación de ciudadanos alertas, que no caigan en trampas, que sepan esquivar las bombas sembradas en el terreno por populistas y bufones. Un país donde no manden los idiotas, los corruptos, los inmorales. Una república de verdad, tenaz, sin soberbias ni ánimos grandilocuentes. Con sencillez y profundo respeto por el saber, con desprecio por el facilismo y el pobrecitismo, donde su gente adore trabajar. Venezuela fue abolida. No es ya cuestión de vasos medio llenos o medio vacíos. Aceptémoslo. Y creemos un nuevo vaso.
Mientras escribo, AD y Primero Justicia hacen lo posible por revalidarse. Es un trámite, nada más que eso. Y las próximas elecciones, convocadas ilegalmente por un inconstitucional organismo como la Constituyente presidido por una señora que pasa más tiempo comiendo que pensando, también son un trámite. Es atravesar un río para llegar a la otra orilla. Ya no es ni siquiera reventarse la cabeza ideando una estrategia para ganar esos comicios que, bien lo sabemos, serán un fraude mayúsculo. No es encerrarse en un tanque de pensamiento para producir eslóganes o cuñas cautivantes que enamoren al elector potencial. No hay que ser un genio para entender que una campaña normal se estrellaría contra la realidad que viven las personas en su padecimiento diario. También no pasa de ser un trámite la reunión en Santo Domingo, en la que el abolicionista cederá en algunas cosas y nos negará tantas otras. Todos son trámites. Nada más que eso.
Tengamos un candidato. Uno solo. Y si no se puede tener una tarjeta de la MUD, pues inscribámoslo por “iniciativa propia”, como lo permite el estamento legal. Para cumplir el trámite. Y votemos todos por esa persona. No mirándolo como un Mesías, sino como el porta estandarte de esa nueva nación que vamos a fundar. Votemos por él o ella sin dudas, sin lloriqueos y hasta sin desgastarnos en preguntas que solo cabrían en un escenario normal. Un solo candidato. Una sola tarjeta. Una sola fotico. Una votación al unísono. Sin sacar cuentas. Hay negociaciones en las que los números sobran. Podría darles muchos ejemplos de situaciones parecidas a la nuestra que terminaron bien. Pero no estamos ya para elaboraciones académicas ni ustedes quieren leer lecciones históricas. La nueva Venezuela, o como sea que llamaremos a nuestra nueva nación, nos está esperando. Yo estoy lista. ¿Y usted?
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