Me impresionan los tripulantes del crimen que tienen la vida resuelta. No matan por necesidad. Ni por exceso de alcohol. Ni por infidelidades menores. Ni siquiera porque fueron abandonados sin mediar explicación. En el fondo, son capaces de enterrar a una persona viva en un pozo séptico por mero aburrimiento o por una codicia mayor. A veces, incluso, por desafiar a las autoridades. Son personas raras.
Helen Bailey, 51 años, era autora de una serie de libros (Electra Brown) que se han convertido en superventas juveniles. La prensa británica la bautizó la reina de los adolescentes. Desapareció sin dejar rastro el 11 abril de 2016. La policía encontró su cadáver, junto al de su perro Boris, en julio pasado, debajo del garaje de su casa en Royston, Hertfordshire, al norte de Londres.
La vida de Bailey estuvo marcada por una paradoja: el éxito literario y una mala suerte reiterada en el amor. Su primer marido, John Sinfield, se ahogó accidentalmente en Barbados, durante unas vacaciones. Esta pérdida la sumió en una depresión profunda.
Salió a flote con ayuda terapéutica. Una psicóloga, Shelley Whitehead, acompañó su proceso de duelo. Le recomendó que volviera a escribir para hacer catarsis. Así nacieron sus memorias, Cuando las cosas malas ocurren con un buen bikini, en las que exploraba la tragedia de Barbados y su posterior renacimiento.
En estas memorias ya mostraba indicios de su recuperación: el libro está dedicado a un nuevo amor, Ian Stewart, “por haber sabido darme un final feliz”. Habría que ver. Se conocieron en 2011 en una terapia de grupo para viudos.
La escritora recuperó poco a poco su alegría. Fue el testimonio que aportaron los vecinos de su mansión en Royston, a donde se mudó con su nuevo novio. Este se instaló con dos hijos de un primer matrimonio. La felicidad había vuelto a acompañarla.
Ian Stewart fue el primero en denunciar que la escritora salió a pasear con su perro y nunca más volvió a casa. Dejó pasar cuatro días, por las dudas Helen Bailey se había marcharse como otras veces a su segunda cada en la localidad de Kent.
Hoy su pareja es el principal sospechoso en un juicio que durará siete semanas y que posiblemente lo condene a cadena perpetua. En las primeras sesiones, fue acusado de asesinato, fraude y obstrucción de la justicia. El fiscal Stuart Trimmer reveló que Stewart drogó a Helen Bailey con el somnífero Zoplicone para poder enterrarla en el pozo de aguas negras de la casa.
Stewart quería la fortuna de Helen Bailey: 5 millones de euros, más dos propiedades. Los investigadores encontraron movimientos de dinero desde la cuenta de la escritora desde el día de su “desaparición”, el 11 de abril del 2016.
La policía ha seguido el rastro de la farsa de Stewart: dejar mensajes desesperados en el teléfono de Bailey (que él guardaba en su poder). Y su participación en el programa de radio ¿Dónde está Helen Bailey?: “No solo curaste mi corazón hace cinco años, sino que lo hiciste más fuerte, más grande, más amable…’’. Nada era cierto.
La policía consiguió una orden judicial para excavar el jardín de la casa de Helen Bailey. Aprovecharon que Stewart se marchó de vacaciones a Mallorca para buscar los rastros de la escritora desaparecida. La verdad salió a flote. El patólogo Nathaniel Cary dejó helados a todos testigos en el tribunal de St. Albans: “Es posible que la víctima haya sido adormecida y muriera ahogada en el pozo séptico”.
Ya lo dije: Helen Bailey no tuvo suerte. Su primer marido se ahogó. El novio la asesinó. No pudo escribir su mejor novela para adultos, un policial al pie de la letra de los grandes maestros: la padeció en carne propia. Y todo porque un viudo se antojó de 5 millones de euros.