Por: Soledad Morillo Belloso
Nos dijeron que estudiáramos. Lo hicimos. Que aprendiéramos a pensar. Lo hicimos. Que innováramos. Lo hicimos. Que trabajáramos duro. Lo hicimos. Que tuviéramos fe. La tuvimos. Que lucháramos con ahínco. Lo hicimos. Que fuéramos abiertos de mente. Lo fuimos. Que creyéramos en el país. Creímos. A muchos nos conminaron a alejarnos de la política. Y, craso error, tristemente, obedecimos. Nos instaron a no caer en pérfidas tentaciones. Algunos fuimos inmunes. Otros se dejaron seducir por el dinero fácil y la indecencia. Nos aconsejaron que privara en nosotros la inteligencia y no la ambición insensata. Muchos seguimos ese consejo. Pero el país se nos fue convirtiendo en un pichaque. Los manganzones nos hicieron sentir que habíamos sido estúpidos. Algunos no lucharon por el país. Simplemente lo exprimieron. Otros nunca nos resignamos; seguimos trabajando y no nos dejamos vencer.
Cuando cambió la generación y los padres se convirtieron en abuelos y nosotros pasamos a estar a cargo, a los muchachos les dijimos que estudiaran, que se esforzaran, que aprendieran a ser competitivos, que no cometieran nuestros errores, que fueran “glocales” (globalizados pero sin dejar de ser locales). Todo eso lo hicieron muchos, incluso viendo que otros de sus conocidos o amigos se magnatizaban a costa de transacciones ilegales y muy indecentes. De país moderno con enorme potencial nos tornamos en esto. Sí, esto, ya incalificable e indescriptible. Este mazacote de vulgaridad dirigida por una nueva oligarquía corrupta y parasitaria para la que la nación es el botín.
Los muchachos son la generación más y mejor preparada que ha tenido Venezuela. La de más talento y capacitación. Se cuentan por cientos de miles los que, espantados por la situación y perspectivas de un país mal gerenciado, mal dirigido y mal liderado, optaron por recoger sus macundales e irse fuera. Algunos tontos afirman que los emigrantes están pasando el trabajo hereje, que su mucha capacitación no les sirve para nada porque allí donde fueron están lavando baños. Ni es así ni con semejante argumento baladí se les va a convencer de volver o se va a disuadir a los que arman planes para irse. La verdad, cruda y dura, es una: los que se han ido están económica y profesionalmente mejor de lo que estaban aquí. Y a salvo de la inseguridad. Lloran, sí.Echan de menos su país, sus afectos (no la harina PAN que se consigue en todas partes menos aquí). Y lloramos todos. La nostalgia se nos convirtió en plato cotidiano que servimos en desayuno, almuerzo y cena. Ahora las reuniones familiares, hasta la celebración del día de la madre o del padre, los bautizos, matrimonios y primeras comuniones, ocurren por Skype. Bendita tecnología que nos permite compartir aunque sea mal sustituto para el abrazo y el beso. Pero al dolor personal de ver familias separadas por una diáspora insensata -y ciertamente evitable si tan solo hubiera habido una pizca de inteligencia y de decencia en el liderazgo gubernamental- a ese dolor se suma el desasosiego de país que va perdiendo a la mejor camada de venezolanos.
De país de inmigrantes hemos mutado en país de emigrantes. A este gobierno con vocación de mapurite no le importa. Es más, le gusta, le alivia y en Miraflores celebran sociopáticamente el éxodo de nuestros muchachos, con güisqui ventipico años importado a dólar 6,30. Mientras más se vayan, mejor, menos quejidos con los que lidiar. Y, en medio de todo esto, de este desaguisado, la absurda paradoja de ver simultáneamente a Venezuela convertida en “espantajóvenes” y a la revolución cubana agonizando. Hollande llevó champagne de Reims para celebrar con Castro la extremaunción. Y ya veremos cómo en breve se anunciará la visita de Obama a la isla. Todo ello con la bendición del Papa y aviso de próxima visita pastoral. Mientras tanto, a Miraflores cuando llama le contestan “no llamen, nosotros les llamamos”. Y no contentos con el despiporre, le condonamos deudas a nuestros deudores, en una insólita interpretación del Padre Nuestro. Hay quienes, carentes del sentido del ridículo y de la más elemental conciencia, no les importa andar de papelón en papelón.
Cada día alguien nos dice: “mi hijo se va; estoy triste pero feliz”. Yo nací y me crié en un país del que nadie quería irse y al que medio mundo quería venir. Ese país no está muerto. Está drogado. Necesita terapia de rehabilitación.
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