Por: Sergio Dahbar
Uno podría pensar que sobre Augusto Pinochet Ugarte, el dictador que sometió el destino de Chile por 17 años, se ha escrito todo lo que hacía falta y más. El periodista Juan Cristóbal Peña acaba de echar por tierra semejante presunción.
Lo ha logrado con La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (Santiago de Chile, Debate, 2013). Doscientos quince páginas han bastado para indagar en el resentimiento de un personaje que parecía tenerlo todo, pero al que le faltaba lastimosamente el talento.
Se trata de un rompecabezas dividido en cuatro capítulos. Peña escoge un nuevo camino para desentrañar al hombre que traiciona al presidente Salvador Allende y combate el comunismo, aquel gorila chileno que esconde una agenda secretísima: saciar la pasión que lo desvela, vengarse de todos aquellos que siempre lo hicieron sentir inferior.
Cuatro capítulos apenas articulan la teoría y la práctica del resentimiento del dictador. Peña cita con enorme tino a Gregorio Marañon y su insuperable Tiberio. Allí el médico y filósofo español explica al emperador del Imperio Romano (pero también a Pinochet), al destacar que el resentido es de naturaleza tímida y apocada. Incuba una enfermedad letal. Sólo espera la oportunidad para cobrar venganza. En ese momento hay que cuidarse.
Para Pinochet ese instante llegó el 11 de setiembre de 1973, cuando encabezó un golpe de estado cruento y sanguinario. Acabó con la Unidad Popular y con el gobierno de Salvador Allende.
Pero una de sus primeras víctimas simbólicas será un correligionario, Carlos Prats, quien fuera Comandante en Jefe del Ejército, Ministro del Interior, y de Defensa, el hombre que recomienda a Pinochet ante Salvador Allende para que lo suceda a la cabeza de las Fuerzas Armadas.
Prats se destacó en la Academia Militar como un hombre inteligente. Todo le resultaba demasiado fácil, mientras que al otro, a Tito, las cosas siempre lo empujaban hacia la medianía: nunca tan malo, pero jamás bueno del todo.
Cuando Prats huye en carro con su esposa hacia Argentina, horrorizado por el Golpe de Estado, las órdenes de Pinochet son claras: eliminarlo. Sin dinero, olvidado por sus pares, trabajando como dependiente de una venta de cauchos, Prats se desangró junto a su esposa cuando funcionarios de la Dina colocaron una bomba en su automovil.
Augusto Pinochet entra en la Escuela Militar después de dos fracasos que casi lo alejan de su ambición. Curiosamente, esta debilidad inicial no impidió que plagiara un libro de su maestro en la Academia de Guerra, Gregorio Rodríguez, sobre Geopolítica. Buscaba reconocimiento.
Tampoco aplacó la extravagante idea de desarrollar un proyecto editorial para el que no tenía condiciones. Y así le echó el guante a una vieja editorial olvidada, que era feudo de la democracia cristiana, Editorial Jurídica Andrés Bello.
En esta época comenzó a coleccionar libros de una manera obsesiva: 55 mil volúmenes que fueron inventariados en sus tres propiedades en Chile, Los boldos, Los flamencos y El melocotón. Y que fueron tasados en tres millones de dólares.
Resentido desde muy joven al advertir que otros destacan lo que él no tendrá jamás, Augusto Pinochet macera una pasión por años hasta el 11 de setiembre de 1973. La historia le regala una oportunidad de oro. Se quita de encima a los que le hacen sombra, pule un reconocimiento como pensador militar gracias al plagio y además se convierte en coleccionista de libros raros y maravillosos. Quiere comnvertirse en estatua.
La investigación de Juan Cristóbal Peña resulta notable en datos y personajes. Como Jorge Barros, un editor chileno que vivió en Venezuela a finales de los años setenta como director de Pomaire. Trabajaba en Editorial Jurídica Andrés Bello cuando Pinochet da el golpe en 1973.
Barros acepta publicar la Geopolítica, del dictador. Pero no estaba con Allende ni con Pinochet. Era un disidente silencioso. Por años usó corbata negra para protestar por la anulación del Congreso Nacional en 1973. Se la quitó en 1990.
Y formó parte de un grupo de abogados, diplomáticos y jesuitas, que se hacía llamar La Enciclopedia Británica, y salvaba bibliotecas privadas. En los años ochenta volvió a Chile, fundó editorial Pehuén y publicó las memorias de Prats. Fue uno de los primeros libros contra la dictadura.