Por: Miguel Ángel Santos
El “templo de la gente” fue una secta creada en Indianápolis a mediados de los años cincuenta. Su líder, Jimmy Jones, proclamaba la liberación del consumismo y del “opio de la religión”, y prometía conducir a sus miembros al “alumbramiento socialista”. Perseguido por sus ideas integracionistas en una época en que aún predominaba el segregacionismo, la secta se mudó a Redwood, California, a mediados de los sesenta, y de allí a San Francisco, unos años después. A mediados de los setenta Jimmy Jones persuadió a más de 600 miembros de que sería imposible construir el “paraíso socialista” en Estados Unidos y decidió establecerse en el noroeste de Guyana inglesa, en la frontera con Venezuela. El gobierno de Guyana aceptó entregarle en comodato 12 kilómetros cuadrados, pensando que una colonia formada por ciudadanos estadounidenses actuaría como escudo de protección contra cualquier posible ataque venezolano.
La utopía socialista no tardó en disolverse apenas llegados a “Jonestown”. Las sesiones de trabajo intensivo en el campo, diez horas por día, eran seguidas por cortos y documentales de propaganda soviética. Tras estas sesiones, Jimmy Jones arengaba sobre la revolución y sus enemigos, los peligros del imperialismo y los supuestos mercenarios enviados desde el Norte para atacar a la pequeña comuna. Para evitar deserciones se estableció un código de ética que obligaba a los miembros a reportar “sospechosos” y se instaló un circuito cerrado de televisión. Los probables traidores eran encerrados en pequeñas celdas de castigo sin ningún acceso a la luz solar, en donde se les administraba Valium y Demerol, entre otras drogas.
La única forma de comunicación con el exterior era una radio de onda corta, que administraba personal de confianza de Jimmy Jones, cuando no él mismo. La incomunicación, junto con las denuncias de maltratos y manipulación psicológica hechas por algunos desertores, llevaron a las familias de sus miembros a incrementar la presión sobre el gobierno de Estados Unidos. Mientras tanto, Jimmy Jones elevaba el tono de sus arengas antiimperialistas, advirtiendo sobre posibles ataques de la CIA e inclusive orquestando una falsa balacera (el “sitio de los seis días”) para convencer a sus miembros de la amenaza externa.
Ya hacia mediados de 1978 la estructura de la comuna había ido cayendo en el abandono. Los edificios estaban rodeados de maleza, cucarachas y arañas anidaban en todas sus esquinas. Contrariamente a lo que presumía Jones en sus comunicaciones con el embajador soviético y otros “amigos de Jonestown”, la comuna nunca fue autosuficiente. Se mantenía gracias a las importaciones de alimentos pagadas con las contribuciones de la Seguridad Social de los Estados Unidos de sus miembros. También importaba cianuro, según Jones, para pulir oro y otros metales.
A finales de ese año una delegación de Estados Unidos encabezada por el diputado Leo Ryan aterrizó en una pista próxima a Jonestown. Tras una larga negociación, le fue permitido visitar la comuna y asistir a una “ceremonia de la felicidad”. Ryan salió de allí con 14 miembros que habían sido reclamados por sus familias. Jamás llegaron a Estados Unidos. Fueron atacados por francotiradores de Jones en la propia pista de despegue. En paralelo, Jimmy Jones comunicó a la congregación que las “brigadas rojas habían hecho justicia”. Ya sólo les quedaba “morir con dignidad”. Tras persuadirlos de que la única opción viable era el “suicidio revolucionario”, fueron administrándose dosis de cianuro a todos sus miembros, ya para entonces más de 900. El último en morir, tras constatar que los demás habían efectivamente ingerido el veneno, fue Jimmy Jones.