Por: Luis Vicente León
A mí me parecen importantes todas las elecciones, pero…
Soy alérgico a las típicas declaraciones, antes de cada elección, que indican que “esta es la elección más importante del resto de nuestras vidas”. No me malinterpreten. A mí me parecen importantes todas las elecciones, desde la presidencial hasta los miembros del equipo en una caimanera, pero me luce complicado justificar que la elección clave del país es siempre esta que viene ahora.
Sin embargo, no puedo dejar de comentar que las elecciones parlamentarias, quizás no son las más importantes de la historia, pero si son muy relevantes en el contexto que estamos viviendo.
Mi visión personal es que la mayor posibilidad de que se produzcan cambios significativos en el balance de poder en Venezuela es a través de los resultados de esa elección parlamentaria. Aunque sabemos que los procesos políticos no son previsibles y que todo puede pasar, los indicadores duros no parecen favorecer la idea de que los cambios ocurrirán por la vía explosiva o radical, esa que le encantaría a los guerreros del Twitter y los artículos de opinión, desde donde plantean una batalla campal que acaba con el gobierno cada día… y al día siguiente vuelve a empezar. El gobierno tiene plata, instituciones, medios, armas y respaldo militar para enfrentar y aplastar a unos adversarios que no tienen ninguna de las anteriores, ni una oferta concreta y alternativa que emocione a las masas a nivel de luchar por ella.
Pero, ¿qué tal si nos movemos al plano electoral? El gobierno tiene todo para enfrentar con éxito un evento radical… lo que no tienen son votos para ganar una elección. Podemos analizar el hecho de que los procesos electorales venezolanos no son insesgados y el gobierno puede usar su poder para ayudarse a impedir el triunfo de la mayoría opositora en una elección. La plata, los medios, la organización y las instituciones también dan para eso. Pero cuando me refiero a que el gobierno, en este momento, no tiene los votos para ganar la elección, estoy hablando de que la brecha a favor de la oposición es de dos dígitos, algo que no se cierra con una estrategia “compensatoria”, por creativa que esta sea. Para que el gobierno gane, que no es un escenario vacío, tendrían que pasar muchas cosas, como que la oposición no pueda controlar sus divisiones internas. Que el pesimismo y la decepción dominen a los electores (principalmente con disposición de voto opositor) y en vez de manifestarse votando contra la propuesta oficial, se abstengan y generen un desbalance a favor de ella. Que las provocaciones oficiales a los radicales de la oposición funcionen y éstos hagan una escena pre electoral que los vuelva a mostrar frente a la gente como golpistas y sirva de excusa para desconectar a la oposición completa de los independientes y chavistas descontentos, sin contar con la posibilidad de que esos actos radicales, mantenidos a raya por el sector militar, sirvan de excusa para demorar la elección. Finalmente, el gobierno podría intentar darle un palo a la lámpara para reconectar a la población, usando estrategias populistas extremas, o conflictos internacionales unificadores hacia el interior del país o creando chivos expiatorios que desvíen a la opinión pública de los responsables reales de la crisis. Pongo todo esto en la licuadora, y sigo pensando que, en el medio de la crisis económica que vive el país y con la necesidad de cambio que parecen tener los venezolanos, todavía la oposición, nadando contra corriente, sigue siendo favorita para ganar esta elección. Los favoritos no siempre ganan… pero lo hacen la mayoría de las veces. Y si gana ¿qué? Pues de eso hablaremos la próxima semana.
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