Por: Antonio Pasquali
La inminente conmemoración de la masacre de Chicago del 1° de mayo de 1866, ahora denominada Día del Trabajo, es ocasión propicia para preguntarse por la idea que del trabajo manejan los caciques de ese engendro seudoizquierdista llamado “socialismo del siglo XXI”.
La pregunta no es académica ni ociosa porque, pese a sus complejidades y evoluciones doctrinarias (desde carácter ontológico del hombre a expresión de la alienación humana en ámbito capitalista), la noción y praxis del trabajo son el papel de tornasol que permite discriminar entre seriedad izquierdista y populismo de pacotilla. Para el materialismo histórico, tesis fundamental es que el hombre no es tal por imaginar divinidades, poseer manos, pensar, sentir innata vergüenza moral, comunicarse, convivir o aspirar a la felicidad, sino por ser el único viviente que produce sus medios de subsistencia por el trabajo, que se crea a sí mismo a través del trabajo dignificador y generador de su humanidad; una versión laica y revaluada del bíblico “trabajarás con el sudor de tu frente”. Eso explica, por ejemplo, por qué los soviet escogieron como emblemas propios una hoz y un martillo, símbolos del trabajo agrícola e industrial, e incluso cómo pudo el poderoso PC italiano de Togliatti introducir en la nueva Constitución de Italia de 1947 un solemne cuan insólito artículo 1 que reza: “Italia es una república democrática fundada en el trabajo”.
La exaltación, la dignificación y el culto del trabajo hasta la exasperación estajanovista son, pues, doctrinaria y políticamente intrínsecos a toda política de izquierda genuina y raigambre marxista, y legítimo es preguntarse si el chavismo guardó fidelidad a esa glorificación del trabajo y del trabajador como “cuarto poder” a empoderar.
Dieciséis años después de iniciado el inconstitucional experimento socialista, disponemos de elementos suficientes para afirmar que el “izquierdismo” chavista es, desde el ángulo de la noción-clave de trabajo, mero populismo localista, patraña y farsa. El artículo 18 de la Ley Orgánica del Trabajo de 2012, pesadamente ideológico, colectivista y estatizador, revela sin ambages la desviación básica: “El trabajo es un hecho social… para alcanzar los fines del Estado, la satisfacción de las necesidades materiales morales e intelectuales del pueblo y la justa distribución de la riqueza”. En los hechos, el chavismo destructor de producción local en pro de una economía de puertos y creador de variopintos mecanismos de ayudas, sinecuras, pensiones, becas, subvenciones, misiones y otras dádivas, ha minimizado el país del trabajador formal y agigantado el país de los reposeros, de los pobres (+30%) y del trabajo informal (58% en datos oficiales), quienes forman hoy una mayoría sin derechos ni dignidades laborales, mendiga de las interesadas liberalidades estatales.
El chavismo, que jamás cita a José María Vargas, nada hizo por incentivar el amor al trabajo y luchar contra la vieja dejadez de la Venezuela abúlica. Los países altamente productivos suelen quejarse cuando, al cruzárseles un día de vacaciones, ven su PTB mensual bajar de 3% o 4%. ¿Quién está midiendo la descomunal merma de productividad de una Venezuela que entra masivamente en catalepsia laboral del 20 de diciembre al 15-19 de enero, que se regala otra semana larga en los Carnavales y otra más de jolgorio masivo en Semana Santa (caso único en el mundo)? ¿Ha luchado el “socialismo del siglo XXI” contra esos aberrantes vicios nacionales? No, los ha incentivado para fingir que somos un país feliz. El espectáculo montado por el gobierno Maduro durante las fiestas pascuales de abril 2015 es digno de recordarse. Fomentó la pachanga nacional bajo el eslogan oficial de que es “la tradición más chévere”, con boletín final de victoria por haber logrado superar en 48% el pasado número de vacacionistas. La cereza de remate la puso el vicepresidente con una estupidísima y grotesca declaración: “La derecha está frustrada porque, con el apoyo del imperio norteamericano, no pudo impedir al pueblo el disfrute de Semana Santa”
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