Publicado en: El Estímulo
uizás éste sea el artículo más difícil que me ha tocado escribir. Nadie me lo sugirió. Nadie me pidió que hablara a favor o en contra. No lo hago para agradar o desagradar a nadie. No lo escribo para levantar polémicas, sino para promover reflexiones. Quiero expresar mi pensamiento y mi sentimiento para el debate que está planteado sobre el aborto.
Quiero empezar por relatar una anécdota de algo que me pasó hace años y me puso a reflexionar mucho sobre los temas de la vida y la muerte. Salía yo del automercado en Caracas y me encontré con una amiga de mi mamá a quien llevaba años sin ver. Claro, yo vivía en Maracay y aunque venía a Caracas con frecuencia, ella había dejado de asistir a las reuniones que sus amigas hacían semanalmente. Debía tener en aquel momento menos de sesenta años, pero parecía una anciana. Me contó que su marido había entrado en una depresión profunda y que había intentado suicidarse ya dos veces. Que los enfermeros que había tenido los tuvo que despedir porque las guardias eran de 24 horas: no podían dejarlo solo ni un segundo y ya los ahorros que tenía habían mermado lo suficiente como para continuar pagándolos: “no sé cuánto más va a durar esto”, sollozó. Me contó que ella no descansaba, porque si se dormía profundamente, él podía levantarse y cometer “cualquier locura”. Y que ese día en particular lo había dejado con una de sus hijas, para ella poder venir a hacer sus compras. Pero la hija tenía un hijo pequeño y no le gustaba llevarlo a su casa, porque le tenía miedo al abuelo. De manera que iba apuradísima. Cuando nos despedimos, la abracé, y me dio las gracias por el abrazo: “necesitaba desahogarme”, me dijo. Y añadió: “Es que hay cosas peores que la muerte… la muerte, en muchos casos, es una salvación, una liberación”.
Nunca supo lo que me puso a reflexionar aquella frase suya. Su marido murió tres años después, de muerte natural, con dos intentos más de suicidio. Y ella, que podía haber disfrutado entonces a los nietos a los que casi no veía, desarrolló un cáncer y murió en menos de cuatro meses. El estrés enferma. La tristeza enferma. De eso no tengo duda.
La reciente decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de revertir la sentencia del caso Roe vs. Wade -que permitía el aborto- y rebotar la decisión a cada estado, me ha puesto a pensar -de nuevo- en el tema de la vida y la muerte. Ciertamente, un aborto acaba con una vida incipiente, pero vida al fin. Lo que pareciera que nadie se pregunta es qué clase de vida puede llevar un niño que no fue deseado, ni buscado, sino producto de “un pelón”, como decimos aquí. Porque quienes defienden las posiciones “pro-vida”, no se ocupan después, para nada -porque no tienen manera de saber quiénes son las mamás que querían abortar y no lo hicieron- de esos bebés que desde que nacen son rechazados, porque no fueron producto de un acto de amor, sino de una metida de pata.
Aquí mismo en Caracas hay instituciones que se ocupan de niñas madres, donde he sabido de niñas hasta de 10 años que han parido. ¡Y ellas al menos están en esos institutos! Ahí cuentan con apoyo y estudian para que puedan proveer para sus bebés, que permanecen con ellas hasta que se “gradúan”. Pero… ¿y las demás? Venezuela tiene un altísimo porcentaje de niñas madres. En general, sucede en todos los países subdesarrollados. Y esas niñas, al embarazarse, ven truncados todos sus sueños de ser alguien, porque ya tienen otro alguien que depende de ellas. La realidad es que muchas de ellas, desconozco los porcentajes porque en Venezuela desde hace años que no hay cifras, simplemente, abandonan a sus hijos para poder ellas vivir sus vidas.
La mayoría de esos niños abandonados, desde bebés, son sometidos a maltratos, empezando por la falta de amor… Otros son criados por abuelas, tías u otros familiares que, por sus mismas circunstancias personales, muchos en caso de pobreza extrema, no les prestan mucha atención; entonces caen en redes de pederastas, de tráfico de drogas, o hacen sus pininos en bandas de delincuentes. Muy pocos tienen la oportunidad de cambiar esos trágicos destinos. Entonces me pregunto… ¿No era mejor un aborto? Repito: quienes abogan por el derecho a la vida pareciera que no se preguntan qué clase de vida van a llevar los niños “que salvan” después de que nacen. Toda su cruzada termina en el nacimiento, cuando, en realidad, con el nacimiento es que comienzan sus calvarios. Por supuesto, ya saldrán al paso los ejemplos de los anti-abortistas radicales con las historias de que la mamá de Einstein o la de Juan Pablo II, ya no recuerdo cuál, quiso abortar y que menos mal que no abortó; y añaden que Hitler fue un niño amado y deseado. En caso de que esas historias sean ciertas, no hacen sino ilustrar excepciones, no reglas.
También están quienes hablan de que quienes abortan “matan a un bebé”. Por supuesto, la imagen de matar a un bebé es una cosa espantosa. Y en este sentido creo que el embarazo dura lo suficiente para que una mujer que desee ponerle término, lo haga durante los primeros meses, cuando el feto no es viable fuera de su vientre. Hacerlo después, ya es otra historia que no voy a tocar, al menos en este artículo. Hay científicos que afirman que hay sufrimiento fetal en un aborto. Asumamos que lo hay… ¿no es preferible ese sufrimiento una vez, que nacer para llevar una vida llena de sufrimientos?
Siempre recuerdo a mi papá, que cuando alguien afirmaba que “la infancia es la época más feliz de la vida”, invariablemente respondía: “de algunos solamente”. ¡Hay millones de niños sufriendo en el mundo! ¿Nadie ha pensado que todos los niños tienen el derecho a tener una vida decente, digna, y, sobre todo, feliz y no solo una parte de ellos? ¿Por qué se quedan pegados en el tema de que la madre no tiene derecho a abortar? ¡Ciertamente, en el mundo hay miles de cosas peores que la muerte!
Que prohíban el aborto no va a detenerlo. Lo que sí van a proliferar son las muertes de las mujeres por provocarse abortos caseros, con agujas de tejer, bebedizos y quién sabe con cuántas otras cosas, o por septicemias contraídas en clínicas clandestinas, donde no se cumplen los protocolos de higiene que todo quirófano debería tener.
¿Cuál es la solución? ¡Ojalá la tuviera! Pero no pareciera estar en prohibir el aborto. Una decisión así tendría que venir apoyada, entre muchas otras cosas, por una educación sexual abierta y explícita desde los primeros grados (los niños de hoy tienen acceso a demasiada información), y un programa de distribución masiva y gratuita de anticonceptivos, tanto para hombres, como para mujeres. También pienso que hay que sacar el tema del ámbito religioso. No hay religión que funcione cuando las hormonas están alborotadas. Y he sabido de personas hiper religiosas que, para que sus hijas no aborten, “porque eso es pecado”, las sacan del país y abandonan el bebé en el sitio donde éste nace. ¿Y es que acaso eso no es pecado también? ¡Para mí es mucho peor que el aborto! ¡Mejor se ahorran sus golpes de pecho!
¿Qué es la vida? Calderón de la Barca decía que era un frenesí… una ilusión… una sombra… una ficción. Nunca tendremos la respuesta. Lo sabremos si es que hay vida después de la muerte. Lo que para mí sí es un hecho es que, para vivir la vida que les ha tocado vivir a tantísimos niños no deseados, lo mejor es que sus madres hubieran tenido la potestad de decidir -ellas y únicamente ellas- si proseguían o no con sus embarazos. Pienso que abortar nunca es fácil y que se trata de una decisión personalísima en la que nadie -ni jueces, ni clérigos, ni amigos, ni siquiera los padres- deberían intervenir.
No me queda duda de que la decisión tomada por los jueces religiosos y conservadores estadounidenses ha sido un enorme retroceso en el ámbito de los derechos, no solo de las mujeres, sino también de los niños. El debate está abierto.