Publicado en El Nacional
Los juegos se cierran, las máscaras caen. En pocas horas, medio día de este miércoles atravesado como pocas veces. El diálogo se ha interrumpido “indefinidamente”, probablemente para siempre. El CNE, siempre sumiso al látigo del amo, ha fijado en menos de lo que canta un gallo, unas pocas horas después del cierre dominicano, una fecha muy próxima para las elecciones presidenciales que, por tanto, impide cualquier vuelta atrás, un postrer episodio de la saga negociadora. Yo lo veo bastante mal si la aspiración era que presionado por el dolor aullante del país y con el peso de casi todo el mundo democrático encima el gobierno brindase algunas condiciones de decencia para que el pueblo venezolano pudiese diseñar su futuro mediante el voto, se restituyeran algunas formas básicas de institucionalidad, de derechos humanos y se aliviaran el hambre y la enfermedad que matan a miles. Probablemente la pelea será ahora más dura, más grandes los costos humanos, más difícil cualquier paso. Y mira que ya lo ha sido durante veinte años de demolición del país.
Pero, en medio de todo, también caemos en cuenta de que no podía ser de otra manera. Que olvidamos, error, que los truhanes no saben sino jugar con las cartas marcadas. Que de esta o de cualquier otra forma iba a suceder.
Pero, como todo en la vida, algunos costados claros tendrán los malos días. Ahora habrá que reconocerle a la Mesa de la Unidad que hizo todo lo posible por que se hicieran, en paz, más dignos los lances de poder. Es más, si algo fue un mal cálculo, fue que hizo demasiado. Desde hace semanas muchos nos preguntábamos qué secreto objetivo, qué indescifrable expectativa la movía para extender lo que los obligaba a pagar precios desmesurados como la convocatoria a elecciones de esa vergüenza histórica que es la ANC, la anulación de Voluntad Popular, la tarjeta de la MUD, o la trampa contra los reparos de Primero Justicia, sin que mereciese ni siquiera un razonamiento del carcomido organismo comicial. Para qué seguir aupando perplejos las mentiras y las cursis pantomimas de Rodríguez Zapatero, Jorge Rodríguez y Nicolás Maduro que tanto mal deben hacer a la salud estomacal o neuronal. La verdad es que ahora, leyendo la última propuesta de la MUD y atendiendo a su firme posición de no ceder ningún derecho de los venezolanos, tengo una respuesta. Mereció la pena seguir creyendo en la rectitud moral y el valor de quienes han librado esta difícil, abrumadora, asqueante batalla, como otras tantas. Fue valeroso intentar pelear por una opción democrática con los molinos de viento, aunque haya sido un cálculo fallido. Fue valeroso obtener una quijotesca victoria moral que siempre sirve en política, aunque parezca la antítesis de sus exigencias pragmáticas. A la larga quizás.
¿Y ahora qué? Ahora, por lo pronto, hemos salido de un laberinto. Y tendremos más sentido de realidad, espero. Y a lo mejor, ha sido tan vergonzoso el papel del adversario que se verá solo zurrándoselas con el viento e incapaz de distinguir no solo entre verdad y mentira, sino tampoco entre guardar un mínimo de formas, las sutiles artes del disimulo, y la desvergüenza más impúdica. Baste pensar que no costaba mucho dejar pasar unos días para que la famosa fecha del CNE no fuese una burda venganza contra los demócratas que defendían la democracia y una ofensa más para ese triste cuarteto electorero que tantas humillaciones públicas ha sufrido hasta en su trucada apariencia como poder que actúa con suficiencia y honestidad.
Pero es posible también que esta batalla perdida nos sirva para lograr lo que, paradójicamente, se nos fue de las manos y de las entendederas cuando gozábamos de una cierta abundancia política: la unidad. Ese debe ser el objetivo mayor porque es el que permite hacerle frente al resto. La unidad que no será perfecta, siempre habrá monigotes que entren en el circo, pero que, revitalizada por los partidos mayores y la sociedad civil, a la cabeza de ella la Iglesia católica, lo dice un ateo, pueda ser el inicio de la invención del camino tanto tiempo extraviado.