Días atrás un muy importante medio norteamericano del área económica nos entrevistó para tratar de que se le ayudara a entender cómo es que el gobierno de Venezuela, tan bocón, intemperante, grosero y acomplejado, hasta la fecha ha mantenido un sospechoso silencio frente a las muy arrogantes y discutidas acciones del nuevo presidente de Estados Unidos.
Los venezolanos estamos acostumbrados a que basta tan solo que la “revolución”, la patria, el Comandante Supremo, Nicolás o Delcy sean rozados con el pétalo de una rosa para que la furia oficial se desate en todos los frentes profiriendo epítetos propios del malandraje, que no de la diplomacia, las relaciones internacionales ni esos terrenos. A ello agréguese la colección de insultos –incluidas palabras soeces– que se defecan desde los programas “emblemáticos” de radio y televisión. ¡Pero de Trump nada! De Odebrecht tampoco.
Sin pretender oficiar de videntes, nos atrevemos a deducir algunas razones, a saber:
Trump está en plan de “mejor amigo” con Putin, y don Vladimir por el momento es el único “grande liga” que hasta ahora ha expresado apoyo al gobierno de Caracas. Razones tendrá el ruso para hacerlo. Entre ellas, la de tener un pie anclado en el continente americano o. tal vez. la de asegurar el cobro de lo que se le adeuda por adquisición de armas, o pudiera ser teniendo la vista puesta en el momento futuro cuando Citgo no pueda pagar el reciente préstamo concedido por la empresa petrolera rusa Rosneft garantizado con la mitad de las acciones de Citgo y llegue el momento de tomar control de la última joya del patrimonio venezolano.
Otra razón pudiera ser la muy prudente de no cazar peleas con un señor que ha arrancado su gestión como toro que ingresa al ruedo lleno de rabiosa energía. A lo mejor cuando el toro reciba alguna banderilla Caracas pueda encontrar razones para terciar en la lidia. No está mal pensado, y menos aun cuando los inocentes sobrinos presidenciales se aprestan a recibir la condena que a mediados de marzo dictará el juez federal de Nueva York después de haber sido hallados culpables de algunas minucias.
Tampoco luciría descabellado pensar que La Habana, embarcada en una complicada partida de ajedrez con Washington, hubiera aconsejado –o exigido– silencio al menos temporal a su peón bolivariano.
En todo caso, salta a la vista que, salvo México, para Trump la América Latina no existe, al menos por ahora. Tampoco le falta razón al gringo dedicado con prioridad a concentrarse en torneos de grandes ligas y sin tiempo ni ganas para jugar en caimaneras de criollitos.
Lo que sí es evidente es que el lineamiento de mantener el tema Trump fuera de la agenda es vertical y viene siendo respetado por todos los niveles del chavismo/madurismo. En eso sí son disciplinados y hasta pudieran dar ejemplo a la MUD, hoy tan atomizada y desorientada.
Si de silencio se trata, no deja de asombrar tampoco el velo de discreción –o complicidad– que rodea el caso Odebrecht. En todos los países donde la empresa brasileña participó en el pago de “comisiones” se han prendido grandes escándalos. En el Perú se le han cancelado los contratos pendientes y hasta un ex presidente (Toledo) aparece involucrado en alguna cosa rara por varios millones de dólares. En Panamá se ha ordenado excluir a Odebrecht de futuras licitaciones y se investiga a la familia de Martinelli (ex presidente). En Brasil están presos los principales ejecutivos de la compañía, y pare usted de contar. En Venezuela, donde el gobierno se mete hasta para controlar las jugueterías, aún no se ha anunciado la primera investigación ni se ha dado a conocer el nombre de alguno de los beneficiarios de las “comisiones” más jugosas que Odebrecht confiesa que desembolsó para la contratación de obras que en muchos casos están inconclusas y cuyos ajustes de precio lucen sospechoso