Hay mucha gente que quisiera salir corriendo. Y dejar atrás todo lo que han conocido hasta ese momento. Algunos se transforman en maratonistas. Yo por ejemplo me leí un libro curioso de Christopher McDougall, Nacidos para correr, sobre una tribu milenaria, los Tarahumara, que se mueven con soltura en las barrancas de cobre de México. Corren descalzos, 150 kilómetros, y son personas que no se enferman de cáncer, diabetes ni se pelean.
McDougall (Filadelfia, 1962) era corresponsal de guerra, trabajaba para la agencia de noticias Associated Press, y cubría los conflictos de Rwanda y Angola. Pero sentía que su cuerpo no funcionaba tan bien como él creía que debía funcionar. Un día se preguntó por qué le dolía el pie. Estudió el tema, en los laboratorios de Harvard y Australia, y en los campos desolados donde entrenan maratonistas de todo el mundo.
Entendió algo sencillo. “El homo erectus triunfó en la guerra evolutiva precisamente por su capacidad para correr largas distancias, lo que le permitía acabar con las presas por el refinado método de perseguirlas pacientemente hasta agotarlas. Y todo lo demás se deriva de esa capacidad’’. Para McDougall hay una diferencia fundamental: una cosa es correr en un gimnasio y otra en espacios abiertos. El gimnasio es el zoológico: los animales encerrados se mueren.
Así lo explica en sus entrevistas y en su charla de TED, que dura 15 minutos y le sirve para exponer lo que ha aprendido sobre correr descalzo, trabajar en equipo y recuperar enseñanzas que vienen de la prehistoria.
McDougall ha estudiado las historias de corredores en maratones de todo el planeta. En su charla utiliza una anécdota que merece ser tomada en cuenta, porque lleva agua para su aljibe. Ocurrió en 2009, en el maratón de New York, uno de los más mercadeados del planeta.
Allí se presentaron miles de corredores de todas partes del planeta, pero coincidieron dos mujeres ejemplares, dos ejemplares femeninos opuestos por la cultura y la sociedad. Derartu Tulu, etíope, casi pierde la vida al dar a luz. Y Paula Ratcliffe, inglesa, campeona letal de maratones.
Mientras corrían, cuando atravesaron el kilómetro 35, más cerca de la meta que nunca, Ratcliffe sintió un tirón en la pierna y comenzó a bajar la velocidad. Como explica McDougall, lo habitual hubiera sido dejar atrás a la competidora y ganar. No, Tulu se detuvo, regresó, agarró a Ratcliffe y la intentó ayudar para que recuperara el ritmo de la carrera.
La inglesa lo intentó, pero al rato el tirón la paralizó de nuevo. Tulu hizo otro intento por ayudarla, pero Ratcliffe le dijo: “sigue tú, que yo estoy fuera de juego’’. Entonces Tulu comenzó a correr de nuevo. A los pocos minutos ganó de todas maneras el maratón de New York, y ayudó a los periodistas a escribir una historia de motivación inesperada y poderosa.
McDougall es hoy otra persona. Corre descalzo cuando el terreno lo permite. Si hay piedras, usa zapatillas muy delgadas. Y se divierte moviéndose alrededor de su casa, en los campos de los Amish, en Estados Unidos.
Sin duda ha tomado nota ya de la historia que este año 2015 se convirtió en noticia en el maratón de New York. El italiano Gianclaudio Marengo participó con unos amigos, pero en cierto momento perdió el rumbo y se extravió. Lo encontraron 36 horas después, deshidratado. Ahí se descubrió que era un ex adicto a las drogas que se desorientó.
No sé si McDougall pueda utilizar la historia de Marengo para sus charlas, pero no cabe duda que podría decirle algo que repite con frecuencia en conferencias y entrevistas: “sólo se puede correr si uno tiene una casa donde volver’’. Una lección soberbia.