Por: Francisco Suniaga
La comparación, por supuesto, es absolutamente asimétrica. De Gaulle fue una de las grandes figuras del siglo XX y líder salvador de Francia en tres oportunidades: durante la Segunda Guerra Mundial, de los alemanes; en 1958, de la ultraderecha francesa agrupada en la Organización del Ejército Secreto, y en 1968, de la anarquía ultraizquierdista.
No obstante su condición prócera, en 1969, propuso un referéndum a los franceses sobre un proyecto de reformas políticas. La elección le fue adversa, 53% de los ciudadanos votaron no. De Gaulle tomó el resultado como un retiro de la confianza de los franceses a su liderazgo. Por eso, en un último gesto de grandeza política y patriotismo, la misma noche de los comicios anunció su renuncia, que hizo efectiva a las doce horas del siguiente día. Se produjeron entonces unas elecciones presidenciales y resultó favorecido por el voto popular Georges Pompidou, militante del movimiento gaullista.
En Venezuela hay una crisis mayor y más profunda que aquella que produjera la salida de De Gaulle. Sin obviar su incuestionable ilegitimidad de origen (primero, por haber obviado la Constitución para encargarse de la presidencia y, luego, por haber enturbiado los resultados electorales negándose a realizar las auditorías que solicitó la oposición), Maduro es el responsable directo y principal de: la inflación más alta del hemisferio, una acuciante escasez de productos básicos, la devaluación continuada del signo monetario, la inseguridad ciudadana, la anarquía pública (motorizados, buhoneros, invasores, protestas), el desempleo que el inefable Elías Eljuri ya no puede disfrazar, la opacidad en la administración del país (los ciudadanos ignoran las cuentas de la República: los préstamos chinos, la entrega a los cubanos y países del Alba, para citar solo las más gruesas) y, en particular, de una corrupción inimaginable en todos los estratos de la administración.
Maduro es también responsable de la crispación política extraordinaria que experimenta Venezuela, aun dentro de los estándares chavistas, materializada en: la debilidad ante sus propios factores internos (este Gobierno es autoritario pero débil), la persecución a la disidencia, el abuso de autoridad, la perversión de los poderes del Estado, el discurso amenazante, la exclusión de vastos sectores de la sociedad, el encarcelamiento o su amenaza de figuras opositoras y el acoso a la prensa. La creación del Cesspa (un adefesio para perseguir a la oposición que además peca de anticonstitucional) viene a ser la guinda del pastel.
La persistencia de Maduro y su gobierno en el error es tan firme que la percepción generalizada es que las cosas solo van a empeorar. Y su proyección, aun por parte del venezolano más cándido, lleva a concluir que sería catastrófico mantener esta situación por cinco años y seis meses más.
El más elemental patriotismo conduce también a pensar que algo hay que hacer, dentro de lo que prescribe la Constitución, por supuesto, para evitar el desastre. ¿Qué hacer entonces? La única arma de la oposición es el voto y por tanto el primer deber patriótico es votar masivamente el 8D en las elecciones municipales por los candidatos de la unidad. Lo severo de la crisis y la falta de decisiones económicas y políticas para atenuarla han hecho que las mismas hayan adquirido el carácter de plebiscito sobre Maduro y su gobierno. Todo parece indicar que si la oposición sale a votar como debe recibirán una derrota contundente y está claro que ante esa circunstancia la debilidad de la administración sería paralizante y agravaría hasta lo indecible la ya precaria situación nacional.
Si Nicolás Maduro fuese tan solo un poquito como De Gaulle, renunciaría de inmediato y la crisis tendría un cauce para discurrir sin traumas. Por eso la oposición al frente de todos los venezolanos que llevamos a este país en las entrañas, y actuando con contundencia y la mayor responsabilidad, debe estar preparada para en tal circunstancia pedirle al presidente Nicolás Maduro que renuncie a su cargo para que operen los mecanismos previstos en la Constitución y se pueda desatar el nudo.
Cuenta Maduro incluso con una segunda opción constitucional que de la manera más democrática daría al pueblo venezolano la oportunidad de decidir su propio destino: convocar un referéndum sobre su continuidad o no en el Gobierno. Si lo gana, pues recibiría la fuerza necesaria para tomar las medidas que ahora no puede adoptar, y gobernar hasta el final del período. Si lo pierde, pues se aparta y el país escogerá en elecciones universales, directas y secretas a su próximo presidente. Si tan solo fuese un poquito como De Gaulle.