En algún recóndito rincón de la memoria pudiera estar el característico chisporroteo de los huevos al freírse en aceite bien caliente. Es parte de las vivencias de la infancia en noches de lluvia y frío, sin electricidad y bajo la luz de una vela. Aceite no hay y no es posible meter la mano debajo de la gallina y ser gratificado. Los gallineros verticales y de cualquier otra posición fueron un gran engaño. No habiendo cómo alimentarlas, son sacrificadas y devinieron en alimento efímero e insuficiente.
Ahí está. Venezuela es el país con las más grandes reservas petroleras del mundo. Sobrevivimos miserablemente en un emporio de recursos económicos. Hacia donde dirijamos la vista encontramos territorio para sembrar y criar ganado, también para instalar industrias y desarrollos turísticos para capitalizar bellos paisajes y playas únicas. Su gente es emprendedora, solidaria, perseverante y avispada. Sabe correr riesgos y no se le enfría el guarapo, pero es romántica o ingenua: cree en cuentos de hadas y en magos de capa, bastón y chistera, o cuando menos en alocuciones y fábulas de gendarmes anacrónicos y autocondecorados, codiciosos y ávidos de meter la mano en la bolsa ajena.
En menos de 17 años, la nación con más futuro en Hispanoamérica, recibió más de tres trillones de dólares y sus gobernantes los despalillaron en relojes, culto a la personalidad, camionetotas, bienes raíces en el exterior, vinos caros y putería, ahora con el peso del fracaso sobre los hombros y sin haber conjugado en presente ninguno de los muchos verbos que ofrecieron en futuro, se les reconoce como una auténtica calamidad, como una banda de hampones, una turba de saqueadores sin corazón ni sentimientos humanitarios, que han sumido en la peor penuria al pueblo, a los sectores populares, a la población más indefensa y desprevenida. Los niños mueren de hambre, por falta de una vacuna o un catéter que costaría apenas centavo de dólar, aunque les repiten que ahora (?) son dueños de las reservas petroleras más grandes del universo.
Cuando todavía había tiempo para evitarla, los sobrios se espantaban al escuchar la palabra “hambruna”, pero ¿cómo llamar la “desasón” de los millones de personas que pagan horas de plantón bajo la lluvia o una pepa de sol, Nicolás, para adquirir la harina precocida, el arroz y la mantequilla que iban a sobrar con las expropiaciones –extorsiones– de Loyo y Jaua, y las tomas de las torrefactoras y demás usinas por los obreros para que finalmente se beneficiaran burócratas y militares que se dicen bolivarianos. Lenin se dio cuenta del fracaso del socialismo, también Stalin, Mao y Fidel, pero no se atrevieron reconocer su equivocación ni a hacerse responsables de tantas muertes, ¿tampoco los de aquí? Vendo libro de antipsiquiatría para atajar esta locura.