Publicado en: El Nacional
Es tanta la maldad que nos rodea que no somos capaces de encontrar en nuestro entorno cercano a personas que posean virtudes como la afabilidad, la sencillez, la bondad y la honradez en el carácter y en el comportamiento, atributos que podemos englobar en una hermosa palabra del español: bonhomía. Contar con un amigo afable u honrado es un verdadero privilegio, pero, si tenemos uno que posea todos los rasgos de la bonhomía, ya no somos privilegiados, somos seres tocados por la Gracia Divina. Yo puedo decir que he tenido un amigo poseedor de esa cualidad. Ese no fue otro que Rafael Baquedano, sj.
Nació en Pamplona, el 31 de mayo de 1933; obtuvo su licenciatura en Filosofía en Bogotá; la licenciatura en Teología y Sociología en Roma; su ordenación sacerdotal fue en 1962. La semana pasada, ese caballero elegante, bondadoso, lleno de tantas cualidades partió a la Casa del Señor. Dedicó su vida a la Compañía de Jesús, en especial a las obras jesuíticas en Venezuela y, sobre todo, a la Universidad Católica Andrés Bello.
He leído varios testimonios de sus amigos, que fueron muchos, y todos coincidimos en reconocer su bondad, su sabiduría y su espiritualidad. Quiero destacar algunas facetas que suelen dejarse de lado; una de ellas, la disposición a las buenas conversaciones, salpicadas de humor muy fino y llenas de anécdotas maravillosas. El padre Jesús María Aguirre, sj, en días pasados, hablaba de él como “un jesuita callado” en un artículo que publicó la Revista SIC; léanlo, alude a detalles muy interesantes de la obra de Baquedano como son los “dieciséis volúmenes que comprendensociografía demográfica, económica, política, cultural y religiosa de Venezuela, seguida de una encuesta, aplicada en todas las obras jesuíticas y a los miembros de la congregación”. Yo diría que Baquedano,más que callado, fue comedido,contrapuesto totalmente a la presunción, y, por ello, Aguirre lo cualifica de callado. No presumía de sus obras,las cuales realizaba sin hacer ostentación de ellas y creo muy justo recordar la misión que llevó a cabo con enfermos de sida. Pocos conocen ese espléndido servicio humanitario, lleno de calor humano que nuestro querido Baque realizó durante muchos años.
Mi amistad con él es de vieja data; recuerdo con nostalgia las reuniones en mi casa cuando era “socio” del otro insigne jesuita, Ignacio Huarte, sj, Superior Provincial de los jesuitas. Narraba con mucha destreza los sucesos del año 72, cuando fue relevado de su cargo como director de la Escuela de Ciencias Sociales. Siempre le recomendé que escribiera sobre esa etapa y diera sus testimonios sobre la crisis institucional que sufrió la UCAB durante el año 1972. En el libro de Áureo Yépez Castillo,La Universidad Católica Andrés Bello: en el marco histórico-educativo de los jesuitas en Venezuela, puede leerse una entrevista que le hizo Yépez Castillo, donde se pueden leer los detalles de esta etapa de nuestra universidad, que no me esposible ahondar en ellos, pues desvirtuaría el motivo de mi recuerdo de Baquedano.
Oírle contar cómo fue a parar a la prisión donde estaban detenidos varios jesuitas acusados de participar en el Caracazo, no tenía desperdicio. Sin comerlo ni beberlo, terminó preso también.
Baquedano formó parte de mi familia, porque ciertamente los amigos son hermanos escogidos. De eso no tengo duda. Celebró la boda de algunos de mis hijos, bautizó a mis nietos, a mi sobrino-nieto, atendió en su terrible enfermedad a mi cuñada Leticia, la acompañó en momentos difíciles y disfrutó como nadie su milagrosa recuperación, donde él tuvo mucho que ver. Ofició las exequias de Eduardo y fue para mí un sabio consejero, no solo en la vida académica, sino también en la familiar. Pero, ante todo, compartí con él muchas conversaciones, ratos de esparcimientos, almuerzos en mi casa; ¡son tantas las anécdotas que podría escribir un libro para recoger los momentos tan maravillosos que compartí con él!
No estuve allá para despedirte, querido Baque. Pero desde la lejanía, te envío un gran abrazo y sé que desde donde estés vas a seguir mirando y cuidando de mi familia y de mí. No he perdido un amigo, gané un ángel.