La frase se le atribuye al líder sindical histórico mexicano, Fidel Velázquez, quien dirigió la Confederación de Trabajadores de México (CTM) por más de cuarenta años y cabalgó, respirando, la casi totalidad del siglo XX (1900-1997). Resulta que al final de cada Congreso de la CTM, luego de saberse los resultados que no deparaban sorpresa alguna, los ungidos por el patriarca sindical se apostaban a su alrededor, para tomarse la foto ritual que dejaba constancia de su lugar en la jerarquía obrera de México. Quien hubiese tenido alguna veleidad, no salía en la foto.
Pero hay fotos de fotos –disculpen la obviedad–. Las que se tomaron en la Conferencia de Yalta en 1945 muestran a Churchill, Roosevelt y Stalin, departiendo amablemente antes de repartirse el mundo en zonas bajo su influencia –en el caso de Stalin bajo su bota– y dar inicio a la Guerra Fría. Son instantáneas memorables del poder de tres hombres sobre el mundo en blanco y negro.
Y las hay menos épicas, casi de álbum familiar provinciano, como la que muestra a Jóvito Villalba, Rafael Caldera y Rómulo Betancourt –en ese orden aparecen en la imagen– brindando sonrientes por la firma del Pacto de Punto Fijo, con el que pretendían darle gobernabilidad a la entonces incipiente democracia venezolana, y que luego la izquierda irredenta convertiría en la bête noir de la historia que quiere rescribir a su medida.
En el calamitoso estado de cosas en que nos encontramos, nos vendría bien una fotografía de los principales líderes de la oposición democrática, sentados codo a codo en una misma mesa; mirando afables, o circunspectos hacia la cámara, luego de firmar públicamente en tinta indeleble un acuerdo político para impulsar las elecciones en el país –empezando por las regionales– y relanzar la lucha por la recuperación democrática del país. (¡Ojo!, los selfies no cuentan).
Hace falta darle un corrientazo de entusiasmo a los sectores de oposición que hoy languidecen ayunos de un mensaje contundente, de objetivos concretos y realistas que disipen la matriz de opinión que se está formando de que hay más egos que líderes dirigiendo a la oposición democrática, y que es el caballo de Troya donde se esconde hoy la antipolítica de siempre.
Henrique Capriles, Leopoldo López, Henry Falcón, Henry Ramos Allup, María Corina Machado, Antonio Ledezma, y ahora en libertad, Manuel Rosales, tienen en sus manos la posibilidad de trazar un camino mínimo común, de convertir de nuevo a la Unidad en un poder de cambio. El 6D/2015 se demostró que sí se podía derrotar al régimen, sin apelación alguna, gracias a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). (En esa foto quisieron estar hasta los más reacios a retratarse en conjunto). Lo que vino después debería ser motivo suficiente para disparar una profunda reflexión compartida entre el núcleo dirigente que acompañe los arreglos organizativos.
A ellos les corresponde tomarse la fotografía que capture la imagen de su voluntad de cambio, de su capacidad de pensar en grande, de la calidad comprobada de su liderazgo democrático, como lo hicieron en su momento quienes fueran los fundadores de la democracia moderna venezolana en una quinta caraqueña llamada Puntofijo.
El que se mueve fuera de foco, no sale en la foto unitaria de la recuperación democrática.
@jeanmaninat