Por: Jean Maninat
Precisamente cuando el régimen ha vuelto a mostrar su talante represivo, cuando pretende desarmar la Asamblea Nacional (AN) persiguiendo a sus legisladores, cuando la comunidad internacional tiene una prueba incuestionable más del talante represivo de la nomenclatura gobernante, se recurre al controversial recurso de solicitar una intervención foránea -democrática, humanitaria, fraternal, escoja usted el eufemismo de su preferencia- a la primera potencia militar del planeta. Desoyendo, por lo demás, a tantas e insistentes recomendaciones de importantes -y leales- aliados internacionales de la recuperación democrática de Venezuela. ¿Habrá que enumerarlos, una vez más?
Es el recurso del patio escolar, de la infancia asediada por los ingenuos más brutales, recurrir al mito del hermano mayor, del primo con fama de pendenciero, el compadrito borgiano que nos libraría del martirio de los recreos, las caimaneras, o el regreso en autobús de un juego con un equipo contrario.
La sentencia de los pretendidos valedores solía caer como una guillotina: échenle ganas ustedes dos, para eso están grandecitos, y al frente estaba resoplando el bully de nuestros temores, dispuesto a darnos la felpa de nuestra vida. Pero convengamos, eran aventuras infantiles que han llenado páginas enteras de literatura autorreferencial escrita, o contadas en la íntima cofradía de las conversaciones entre panas.
Pero otra cosa es en la política, donde se puede argüir la saña de un gobierno autoritario, o de una dictadura, su falta de escrúpulos, su determinación a mantenerse en el poder por todos los medios, el desmantelamiento de las estructuras democráticas, su infatigable capacidad para destruir una sociedad; pero nunca entregarle al gobierno de otro país la labor de su propia liberación. Esa cesión de responsabilidad política es simplemente inadmisible.
Ni a Mahatma Gandhi, ni a Nelson Mandela, ni a Václav Havel, ni a Lech Walesa; o en nuestra orilla, ni a Rómulo Betancourt, ni a Rafael Caldera, ni a Jóvito Villalba, se les hubiera ocurrido despachar una misiva pública solicitando la injerencia de un gobierno foráneo para resolver sus asuntos internos.
No es un problema de simple orgullo, de vanidad histórica, de patriotismo banal, es la comprensión de una máxima de la política internacional: muchas manos en la olla ponen el caldo morado. Basta con volver la mirada a Siria -hoy en día- para darnos cuenta de lo temible que puede ser entrar en el ajedrez geopolítico de las grandes potencias.
(Los aprendices de brujo son duchos en combinar sustancias, encender fuegos artificiales, encantar audiencias, para luego darse cuenta de lo nimio de sus habilidades. Ya lo relató Walt Disney).
Se está a tiempo de enderezar el tiro, de hacer una pausa colectiva en la dirección política de la oposición democrática, discernir lo que quiere la mayoría de la gente- no lo que se quiere que quiera la mayoría de la gente- y poner oído atento a lo que recomienda el grueso de los amigos internacionales que acompaña la lucha democrática en Venezuela. Ah, y de paso, retirar el anuncio clasificado que reza: Se busca almirante con flota propia.
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